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La tragedia de la Revolución mexicana se debe tanto a la pereza para comprender las motivaciones de sus protagonistas, como al oportunismo de simplificar sus intenciones. El imaginario colectivo estableció, por un lado, una categoría de figuras que lucharon por la justicia; por otro, una de enemigos de la revolución que defendieron privilegios. Esta tendencia se vio reflejada en la novela costumbrista hispanoamericana, cuyo “simplismo épico” –para emplear la expresión de Carlos Fuentes- estableció una división básica entre héroes y villanos. Es cierto que tal visión maniquea fue tempranamente refutada por Mariano Azuela en su obra Los de abajo. Sin embargo, la desmitificación moral e ideológica tuvo pocas repercusiones a largo plazo.
En la actualidad, algunas figuras de la Revolución siguen siendo asociadas con principios ideológicos con los cuales jamás comulgaron. Emiliano Zapata es un ejemplo claro de dicha manipulación. El mito fue construido en sus ciernes desde la izquierda. Al partir de ese hemisferio ideológico, el conjunto de conceptos asociados al campesino morelense perfiló una imagen revolucionaria, colectivista, incluso anticapitalista y cercana a los postulados del socialismo. Así, Zapata es presentado como precursor del movimiento progresista empeñado en disolver los privilegios de la derecha en México.
Esta lectura se remonta a las pretensiones de Antonio Díaz Soto y Gama y Otilio Montaño, el ala intelectual del movimiento zapatista. Aunque ciertamente no eran muchos los rasgos ideológicos que Zapata compartía con ellos, fue posible amalgamar sus distintas concepciones en torno de un mismo movimiento dada la existencia de enemigos en común: los hacendados, los científicos. Dicho fenómeno puede explicarse a partir del marco teórico ofrecido por Ernesto Laclau a cerca del populismo, aquella alternativa que surge para destrabar coyunturas a las cuales la lógica convencional no ofrece solución.
Pero en esa asimilación coyuntural de superficie quedaron obviados aspectos de sustancia. Ciertamente Zapata no era liberal, pero defendía derechos de propiedad; no era anarcocapitalista, pero desconfiaba del poder político y marcó su raya frente al comunismo. Efectivamente, Zapata fue un rebelde, pero sólo en la medida en que esa rebeldía orientaba sus esfuerzos hacia la restitución de tierras usurpadas por los hacendados, es decir, hacia la justicia. Zapata no peleaba por la redistribución, sino por la restitución.
Su respuesta cuando se le explica en qué consiste el comunismo es la que daría un capitalista: “Pues mira, por lo que a mí hace, si cualquier ‘tal por cual’… quisiera disponer en esa forma de los frutos de mi trabajo… recibiría de mí muchísimos balazos”. Según narra Jesús Sotelo Inclán en Raíz y razón de Zapata, cuando este quiso mostrar la razón última de su rebeldía, pidió que le llevaran los documentos que acreditaban la propiedad de Anenecuilco, y señaló: “Por esto peleo”.
En La ética de la libertad, Murray Rothbard bosqueja ciertos principios de un orden libertario, los cuales podemos hallar, con más o menos consistencia, en la raíz cultural e ideológica de Zapata.
“Para comer en la casa, hay que sudar en el surco y en el cerro, pero no en la hacienda”, le inculcó desde pequeño don Gabriel Zapata, su padre. La combinación del esfuerzo humano con la naturaleza crea la propiedad, sí, pero ésta comienza con la posesión del individuo sobre su propio cuerpo; la tierra cultivada es una extensión de la propiedad que posee cada persona sobre sí misma. Así, Emiliano se formó en una filosofía que valora la posesión de la tierra tanto como la libertad individual.
Entonces, ¿cómo explicar las invasiones que encabezó contra las haciendas? Veamos. Si un individuo despoja a otro de un reloj, no podemos concluir automáticamente que se trata de un robo; es probable que la primera persona sencillamente intente recuperar una propiedad que le fue arrebatada anteriormente por la primera. No se trata, pues, de quién la posee, sino de esclarecer si ésta es legítima: «no podemos afirmar sencillamente que la gran norma moral axiomática de la sociedad libertaria sea la protección de los derechos de propiedad tal como aparecen… El delincuente no tiene derecho natural a conservar la propiedad de lo que ha robado», señala Rothbard.
Pero la teoría de Rothbard apunta incluso más lejos. Si una persona dispone de una propiedad cuyo origen es delictivo, sea que sus antepasados la hayan robado o la hayan comprado a quien la robó, deberá devolverla siempre que pueda identificarse al dueño original o a sus herederos. Sobre este marco podemos justificar ahora la invasión y reparto de tierras que ejecutó Zapata sobre la Hacienda del Hospital a mediados de 1910. En principio, porque los pueblos indígenas de Morelos tenían propiedad sobre la tierra mucho antes de la llegada de los españoles, pero también porque en 1607 el virrey Luis de Velasco le había entregado la merced de tierras al pueblo de Anenecuilco, cuya documentación Zapata guardaba con celo.
«Si un sistema social se fundamenta en títulos de propiedad monstruosamente injustos, no perturbarlo no es paz social sino endurecimiento y atrincheramiento de una agresión permanente», continúa Rothbard. Zapata comprendió perfectamente este principio. Quien no lo comprendió fue el utilitarismo maderista.
Es verdad que el contenido del Plan de Ayala incluye los conceptos de “expropiación” y “nacionalización”, pero vale la pena precisar algunos puntos. En primer término, el Plan comienza enfatizando la restitución de tierras mediante la acreditación con títulos de propiedad. Luego, en el caso de las expropiaciones, refiere únicamente la tercera parte de las tierras que considera monopolizadas. Y aunque este punto constituía, sin duda, una puerta abierta a nuevas arbitrariedades, vale la pena señalar que a principios del siglo XX resultaba perfectamente claro qué hacendados habían concentrado extensiones excesivas de tierra, siempre mediante la violencia y la complicidad del Estado.
Por último, debe juzgarse a los hombres no por sus palabras, sino por sus acciones. En este sentido, la actitud de Zapata otorga mayor certeza que cualquier declaración. Dijo: «Tengo mis tierras de labor y un establo, producto no de campañas políticas sino de largos años de honrado trabajo». Y lo respaldó con hechos. Fue impasible en su convicción de luchar exclusivamente por la propiedad que correspondía al pueblo de Anenecuilco y tajante en su rechazo a ejercer el poder político.
Sólo la ceguera o el oportunismo pueden ignorar las verdaderas convicciones de Emiliano Zapata. Nadie en la historia de México defendió el derecho de propiedad con el mismo compromiso que él. Quienes hoy desean emplear el aparato coactivo del Estado para violentar derechos de propiedad ajenos, abanderando el pretexto o la causa social que sean, aunque se hagan llamar zapatistas, actúan sin honor, mirando al zapatismo –parafraseando a Víctor Hugo- de la misma forma en que se observa a las estrellas: desde muy lejos.
OFFSIDE:
Aprovecho el espacio para felicitar a Pedro Efrén Herrera, Alfredo Juan Ortega, Gerardo Juárez, y a todo el staff de jóvenes que hicieron posible la Conferencia sobre Fundamentos en Texcoco. Es lindo saber que en breve tendremos el primer club de Liderazgo por allá. No hablamos de libertad: la ejercemos.
@milherP