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justiciaysociedad@eluniversal.com.mx
E n 1987, María de Jesús Lerma Castro tenía 27 años, entonces se convertiría en madre por tercera ocasión, pero una complicación en el embarazo derivó en un legrado, por lo que tuvieron que realizarle una transfusión de sangre. Once años después le diagnosticaron hepatitis C, enfermedad que provoca la inflamación del hígado y de no ser detectada a tiempo puede ocasionar la muerte.
Tras el diagnóstico, el protocolo fue complicado: “En 1998, cuando me dijeron lo que tenía, no existían tratamientos específicos, me dieron medicina experimental que me provocaba náuseas, vómito, fatiga... era terrible, también tenía que ir al doctor cada tercer día para que me aplicaran unas dosis de vacunas”, relató a EL UNIVERSAL.
Este primer tratamiento que recibió en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), no surtió el efecto deseado, “no atacó la enfermedad, eso me desesperaba mucho, todo el tiempo creía que me iba a morir”. Hasta 2001, María de Jesús obtuvo nuevos medicamentos que lograron que las pruebas de hepatitis que le realizaban dieran negativo: “Fui muy feliz cuando negativice, aparentemente estaba sana”.
La mujer de 56 años vivió tranquila con su familia por más de un lustro, pero en 2007, las alarmas se encendieron, perdió peso de manera excesiva y acumuló agua en su abdomen: “Me dijeron que tenía cirrosis, no quedaba de otra más que ser trasplantada o morir”.
María de Jesús fue inscrita en una lista de espera, “pero pasaba tiempo y nada, tanto mi familia, mis hijos y yo, dábamos por hecho que estaba por morir”.
La esperanza regresó cuando a principios de 2009 le avisaron que alguien había donado su hígado y ella sería la receptora: “Fue el 20 de febrero cuando me operaron, es un gran regalo, en verdad que la gente que decide donar está regalando una nueva oportunidad de vida”.
Ahora cuida su salud para evitar subir de peso, asiste a clases de zumba y de acondicionamiento físico, se realiza ultrasonidos de hígado con frecuencia y toma inmunosupresores para evitar el rechazo del órgano que recibió.
Chuchita, cómo le dicen de cariño, asegura que su hermano menor, “al que cuidé como a un hijo”, dio su vida por ella, con la voz entrecortada recuerda que un mes después de recibir su hígado nuevo asesinaron a su niño: “Lo secuestraron y lo mataron. Yo siempre he creído que él dio su vida por mí, por eso la cuido y valoro, porque quiero vivir y ser feliz, por él, por mi familia”.