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Melchor, Gaspar y Baltasar llegaron el 6 de enero al Hospital Infantil de México Federico Gómez, para cumplir con la tradición de regalar juguetes a los niños que se portaron bien el año pasado.
Más de mil juguetes que fueron donados se repartieron entre 430 niños, quienes escribieron en diciembre su carta, y otros más a menores que asistieron a consulta.
Cuando terminaron de entregar los presentes, Los Reyes Magos se encaminaron al área de hospitalización en Oncología y llevaron obsequios a los infantes que no pudieron bajar al auditorio.
A Kenia Arenas le llegó una moto eléctrica. Por primera vez, a sus nueve años, la pequeña originaria de Veracruz recibió un regalo. Su mamá dijo que en su casa no siguen esta tradición “por falta de dinero”.
Cuando entre varios ayudantes de Melchor, Gaspar y Baltasar sacaron una caja que sobrepasaba el tamaño de Kenia, todos los niños aplaudieron.
Sin embargo, la envoltura en colores verde bandera y pistache guardaba el misterio del contenido del paquete.
La niña, quien padece leucemia, estaba un poco decepcionada porque al romper el papel la caja anunciaba que en su interior había una casa de muñecas, pero sus ojos brillaron y no pudo ocultar su sonrisa cuando descubrió que la motocicleta estaba ahí.
“Ahora será un problema llevarla al albergue donde nos quedamos”, expresó su mamá, quien comentó que se alojan en La casa de Ronald McDonald.
Daniela Ramos, de 12 años, fue otra de las menores afortunadas. Ella le pidió a Los Santos Reyes una bicicleta, una avalancha y una pijama de Lilo y Stitch, porque es su película favorita.
Acompañada de sus padres, salió a las cuatro de la mañana de su casa ubicada cerca de las pirámides de Teotihuacán, para evitar algún bloqueo debido a las protestas en contra del incremento a la gasolina.
“Mi mamá no quería venir, yo estaba muy triste porque en casa no llegaron Los Reyes Magos y quería saber si aquí habían traído lo que pedí”, contó Daniela.
Este año, Jaime Nieto Zermeño, director médico del hospital, representó a Gaspar. Para él —desde hace 35 años, cuando aún era residente—, ser parte de esta tradición lo llena de satisfacción y orgullo.
“Es una emoción muy padre, porque ves a los niños ilusionados; ellos sufren mucho, por eso es enriquecedor ver que la solidaridad de la gente que dona les devuelve un poco de esperanza”.