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Mazapa de Madero, Chis. — Aunque la comunidad de Mazapa de Madero, Chiapas, está a 11 kilómetros de Guatemala y a 2 mil 300 de Estados Unidos, sus habitantes prefieren hablar inglés que kaqchikel, una lengua con más de 300 mil hablantes en el país vecino, pero con sólo 60 en México, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
“Le dan más prioridad al inglés que a nuestra lengua, hasta ahorita que decimos que preescolar es kínder, ¡hasta ahí meten el inglés!”, dice Pablo García, el hablante kaqchikel más joven, con 59 años de edad y más de 20 como maestro de la comunidad.
Como parte de esta última labor, Pablo encabezó un programa del Instituto Nacional de las Lenguas Indígenas (Inali) para revivir el kaqchikel: libros de educación básica en esa lengua. El resultado fue nulo. No hay un solo niño que lo haya aprendido. Las posibilidades de que suceda son cada día menores: la mayoría de las 60 personas registradas como hablantes por el Inegi, en realidad sólo lo entienden.
“Nosotros hicimos libritos y todo pero no vemos avance porque el mismo gobierno le da más prioridad al inglés. Si le dieran prioridad a nuestra lengua, obligatoria, sería diferente. Pero aquí se está acabando. Hicimos lo imposible para que los niños aprendieran, pero no… Hay unos 40 hablantes aquí [Mazapa], 15 en Amatenango [comunidad hermana de Mazapa]. Acabando ellos, acabó todo. Aunque nosotros trabajemos y queramos revivirlo, no hay por dónde…”, dice Pablo.
En la infancia de Pablo había muchos hablantes. Conforme llegaron personas de otras comunidades, que se burlaban de la manera en que hablaban y de su vestimenta, se fue haciendo cada vez menor la población interesada en conservar la tradición.
Cuando se empezó a enseñar español en Mazapa, los maestros “corregían” con una vara a quienes hablaran en otra lengua dentro de los salones de clase, pero ahora no es necesario. Ninguno habla su lengua madre.
En la mesa de entrada de la pequeña casa de Pablo está la foto de su hija mayor, quien se fue a estudiar fuera de Mazapa, lo poco aprendido de kaqchikel lo perdió en la ciudad. Los hijos de su amigo Juan “se le fueron” a estudiar a Tuxtla Gutiérrez. Partieron con jorongo y “ropita”, y al año, después de ser cuestionados casi a diario sobre su forma de hablar y vestir, tiraron todo y dejaron de hablar su lengua.
Preocupado por la extinción de la lengua, Pablo piensa como otros habitantes: “Ya se está acabando pues...”.
A pesar de todo, la voz kaqchikel se resiste. Aún sobrevive.