Más Información
Sheinbaum se posiciona sobre iniciativa que busca regular contenido de influencers; “Yo creo en la libertad de expresión", dice
Pedro Haces justifica uso de helicóptero privado de Ricardo Monreal; “quien trabaja anda en cielo, mar y tierra”, dice
Sheinbaum recibe en Palacio Nacional a legisladores de Morena y aliados; “voy a darles un aplauso por todo su trabajo”, dice
Fernández Noroña lamenta declaraciones de Ken Salazar; "un día dice una cosa y al otro dice otra", señala
El escritor y periodista Rafael Solana escribió la crónica de aquella noche de hace 100 años en la que nació el periódico más antiguo de circulación nacional: EL UNIVERSAL.
A las diez de la noche, el amplio salón que antes fue una casa de juego, estaba convertido en un centro de enorme actividad intelectual y material, describió Solana. Todos escribían: los unos, sus noticias, los otros traducían en el servicio cablegráfico…; (Manuel Romero) Castillito escribía una crónica que más tarde le valió un disgusto con golpes y todo del cómico Arozamena; (Arturo) Cisneros y (Edmundo) Fernández Mendoza corregían original y pasaban a los linotipos; un mocito de apellido Maldonado subía y bajaba las escaleras en busca de pruebas, de original o conduciendo uno que otro mensaje que se recibía de los Estados.
De vez en cuando, el ingeniero Palavicini se presentaba en la redacción para enterarse de las noticias que había...Y regresaba el ingeniero Félix F. Palavicini a su despacho para dictar una nota o ver las pruebas de planas. A medida que los reporteros iban terminando de escribir sus notas, iban cubriendo sus máquinas y poniéndose el abrigo y el sombrero; pero ninguno salía del edificio; todos querían presenciar la salida del primer número.
A la una y media de la mañana todo el original estaba pasado: Cisneros bajó a formar la primera plana, y tras de él hizo su aparición en el departamento de formación el ingeniero Palavicini. La pregunta no se hizo esperar:
—¿Cómo va a formar (crear) usted su primera plana?
—Voy a poner esto a dos columnas, esto a tres y aquí nos caben cabezas de una...
—Bueno. Ya sabe usted que soy enemigo de los pases: prefiero sacrificar un tanto la simetría, siempre que no se moleste a los lectores haciéndoles buscar el fin de una noticia en página distinta— dijo el fundador y director del naciente diario.
En eso está precisamente el chiste del secretario que forma, en ordenar sus noticias a fin de que salgan del mismo tamaño unas de otras, según su importancia para que todos los asuntos de primera terminen en primera.
Cuando Cisneros terminó de formar la primera plana y Rafael Solana terminó la segunda, que entonces era la de Cables, eran las dos y cuarto de la madrugada. Pancho Pérez y los suyos se dieron prisa en la estereotipia, y veinte minutos después, la rotativa Goss comenzaba a andar. La expectación era indescriptible; algunos amigos del ingeniero Palavicini habían esperado el primer número y todos, obreros, empleados de administración, reporteros y amistades particulares rodeaban la prensa en espera del primer ejemplar.
La rotativa seguía andando paulatinamente, pero el papel salía en blanco. Y no fue sino hasta después de 60 o 70 ejemplares, cuando comenzaron a esbozarse las primeras letras.
—Esperemos un poco —dijo el ingeniero Palavicini, aproximándose a la cortadora de la prensa... Y de pronto exclamó: “Ahora sí. Aquí está el primer ejemplar de EL UNIVERSAL; esta no es sino la piedra angular de lo que será El Gran Diario de México".
Se sirvió una copa de champaña, firmamos todos el primer ejemplar de EL UNIVERSAL, que el ingeniero conservó con mucho cariño. El señor Palavicini se despidió de nosotros, se metió en su Fordcito Sedán y marchó a su domicilio.
Después, cada uno los que participaron tomó un ejemplar y salieron la calle. Al salir, un caballero detuvo a Rafael Solana:
—¿Es el primer número de EL UNIVERSAL?
—Sí, señor; pero todavía no sale a la venta. De todos modos, se lo obsequio a usted.
—Lo acepto, con la condición de que ustedes guarden como recuerdo esto...Y extendió la mano y me dio un billete de diez pesos...
Cuando Solana llegó a su casa, todos se habían levantado ya. El sol comenzaba a asomar por detrás del Palacio Nacional; en la calle, la actividad era enorme. Se encerró en su habitación y se dispuso a dormir un rato, para reanudar más tarde sus labores. Estaba acariciando el primer sueño, cuando una voz chillona lo despertó. Era un papelero que gritaba a todo pulmón: “¡Primer número de EL UNIVERSAAAAAL!”.