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Esta vez el encuentro con el jerarca de la Iglesia católica no convoca a las multitudes acostumbradas, la algarabía, las porras y los cantos no se escuchan con eco ni son al unísono.
Los filtros exhaustivos de seguridad, una temperatura de 4 grados centígrados que por momentos se acentúa a la baja, la confusión con la forma de entrar a la plancha del Zócalo capitalino y el reconocimiento de que entre los mexicanos existe menos fe en la Iglesia se traducen en muchos espacios vacíos en los 16 cuadrantes en los que se dividió a la plaza para recibir al Papa.
Las autoridades esperan a 60 mil personas que desean conocer, aunque sea a una distancia de más de 10 metros, al religioso argentino, al primer latinoamericano en ocupar la jefatura del Estado Vaticano, quien habla español y se declara guadalupano.
Desde el primer minuto del sábado, mexicanos y extranjeros hacen fila para ingresar. A las 02:00 horas elementos de la Gendarmería y del Estado Mayor Presidencial abren los puntos de revisión en las calles Tacuba, Francisco I. Madero, 5 de Mayo y 16 de Septiembre.
Las personas buscan el mejor lugar para ver pasar al Pontífice. Un café bien caliente no es suficiente para el frío.
Son las 08:40 horas. Las tres gradas colocadas alrededor del Zócalo apenas son ocupadas en su mayoría por adultos mayores. No así la Plaza de la Constitución, lugar en el que la gente ingresa en grandes grupos a unos minutos de que el jefe del Estado Vaticano haga su aparición.
En las pantallas colocadas en ese lugar se observa al religioso argentino salir de la Nunciatura Apostólica rumbo al Palacio Nacional. Las campanas de la Catedral Metropolitana repican por más de 50 minutos, hasta que el Papa hace su aparición a las 09:29 horas, en el primer cuadro de la Ciudad de México. La gente grita y reutiliza porras dirigidas a Juan Pablo II: “¡Francisco, hermano, ya eres mexicano!”.
La primera ceremonia del día es en Palacio Nacional, donde es recibido por el presidente Enrique Peña Nieto y su esposa Angélica Rivera.
Es la primera ocasión que se hace una ceremonia de bienvenida a un jerarca de la Iglesia católica en ese recinto y la gente observa afuera el protocolo diplomático, a través de las pantallas gigantes, e identifican a la clase política apapachando al Papa.
Se corta la transmisión, los feligreses se molestan y reclaman desesperados la presencia del jerarca: “Suéltenlo, queremos ver al Papa”, gritan. Incluso cuando el mandatario toma la palabra algunos asistentes rechiflan.
A las 11.30 horas, el Pontífice se despide de los representantes del gobierno y de los partidos políticos. Sale a la plaza y es ovacionado por 50 mil personas a quienes tiene oportunidad de saludar en su paso rumbo a la Catedral Metropolitana, en un recorrido que no excede los 10 minutos. Ahí, el jefe de gobierno capitalino, Miguel Ángel Mancera, le entrega las Llaves de la Ciudad y sigue su paso a un encuentro con los obispos.
La gente no se retira, escucha el mensaje duro a los jerarcas y le aplaude. Aguantan la espera de pie con la esperanza de verlo a su regreso a la Nunciatura. Sucede al mediodía, cuando Francisco sale y aborda un carro cerrado, deja el papamóvil y baja la ventanilla. Los pocos que quedan se dispersan, no llenaron el Zócalo, pero los que fueron se sienten benditos por su presencia en México. Con información de Juan Omar Fierro.