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La Huerta, Jal.— El domingo por la tarde, María de Jesús Pérez, de 85 años de edad, se encontraba removiendo los escombros, la arena y el agua que anegó tanto su casa como el pequeño hotel que le heredó su padre, una construcción de 12 habitaciones que se encuentra a orillas de Playa La Manzanilla, municipio de La Huerta, Jalisco.
Así la encontró su hija Rocío Ramírez Pérez al momento de llegar desde California, Estados Unidos, luego de una travesía hacia Guadalajara, Jalisco, y desde ahí partir hacia esa pequeña comunidad afectada por Patricia, la cual cuenta con pescadores, campesinos, microempresarios turísticos y jubilados extranjeros.
“Ella está aquí solita; sabe Dios cómo se las arregló. Nadie del pueblo se apuró para ver cómo estaba, no es justo que no hayan venido a ofrecerle una mano o apoyo. Al saber cómo estaban las cosas, me vine como pude para poderle apoyar, a pesar de que estoy recién operada”, explica Rocío.
La queja de ambas mujeres es compartida por los pobladores de la comunidad que se encuentra a hora y media del puerto de Manzanillo, Colima, o a tres horas de Puerto Vallarta, Jalisco. Forma parte de la zona conocida como Costalegre, junto con otras pequeñas playas que combinan la pesca y el ecoturismo como Arroyo Seco, Melaque, Barra de Navidad, Boca de Iguana y Tenacatita.
Dueño de bungalows, Othón Salvador Medina reconoce que el sábado a primera hora llegaron los elementos del Ejército y de la Marina para abrir los accesos a La Manzanilla, además de limpiar la avenida principal. “Por el momento es la única ayuda, lo demás lo estamos haciendo solos, pagando o con nuestras propias manos”, señala.
El resto de las calles, los hogares arrasados y los 11 hotelitos que resultaron dañados por la fuerza del huracán continúan con bardas y palapas destrozadas, arena hasta el tope, decenas de vidrios rotos, colchones inservibles y hasta una lancha que nadie ha reclamado.
“Todo lo hemos tenido que hacer nosotros; vinieron los del gobierno estatal a sacarse una foto y a prometer ayuda, pero no está llegando a la gente; ellos dicen que tenían todo preparado, pero si tenían todo listo por qué la gente más necesitada no tiene ni para comer. No hay agua ni luz, una despensa y una cobija no le sirve a la gente que no tiene dónde cocinar y mucho menos dónde dormir”, fustiga Yolanda Moreno.
Junto con su esposo Jaime Mendoza, Yolanda y una de sus hijas llegaron desde Guadalajara para ver si su casa continuaba en pie. La encontraron sin puertas ni ventanas, con todos los enseres inservibles, ropa revuelta y la cocina totalmente deshecha.
Pero lo que más le preocupa es que Patricia minó los cimientos de la casa, un daño evidente cuando se observa el piso levantado y un socavón debajo de la construcción: “Qué nos digan si es segura, si no se va a caer, si podemos hacer algo para evitar una desgracia”.
Los dueños de restaurantes y bungalows que se encuentran en La Manzanilla no esperan regalos del gobierno, pese a que cada uno de ellos estima las pérdidas que sufrieron en cifras que van de los 150 mil a 250 mil pesos.
No obstante, si piden créditos para volver a operar, ya que el equipamiento que perdieron en poco más de dos horas —cuando Patricia los golpeó con más fuerza— era fruto de 10 años de inversión y trabajo, recursos que están dispuestos a pagar con facilidades. “No es fácil iniciar desde cero y sin que los turistas puedan hospedarse”, acotan.
El restaurante de Enrique Macedo fue el más afectado. Ni siquiera los baños y los muros quedaron en pie. Por eso su petición es que las autoridades retiren los escombros y que le ayuden con trabajadores para reconstruir el local.
“Si no tienen mesas o sillas para apoyarnos, que al menos nos echen la mano para que volvamos a construir, porque obviamente no le podemos pagar a nadie. ¿De dónde sacamos dinero, si lo perdimos todo?”, cuestiona.
María de Jesús no deja de dar vueltas mientras Ramiro saca carretadas de arena de las habitaciones. “Él viene desde Melaque, mientras que los del gobierno andan por ahí con su chalequito naranja, pero nomás se andan tomando la foto, hasta coraje da, porque yo me he puesto acá afuera para ver si me ayudan, pero ni siquiera me preguntan qué necesito”, afirma.
Ramiro es padre de seis hijos y su casa en Melaque también resultó afectada. Tiene un acuerdo con doña María, ella le daba permiso de vender camarones y fruta picada dentro del hotel, en una de sus palapas, a cambio de que le ayudara a instalar algunos utensilios playeros. Con la destrucción de los bungalows, ambos necesitan recuperarse.
“Los de Protección Civil andan por montones en el crucero, pero es aquí donde se requieren para sacar arena, agua y basura; que se vengan para acá donde realmente los necesitamos. Ya medio arreglé mi casa, pero con este desastre tengo que ayudarle a la señora para volver a vender”, señala.