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Coahuayana, Mich.— Patricia no cobró vidas, pero sí acabó con las ilusiones de los productores de plátano y papaya del municipio de Coahuayana. Nada la detuvo y devastó la principal actividad económica de la que dependen la mayoría de los habitantes de esa región colindante con el estado de Colima.

Con cada racimo de plátano arrancado de sus palmeras por los fuertes vientos, Mónica Salinas Vargas vio caer su destino, pues dependía del apoyo que le daban algunas empleadas de la actividad agrícola a cambio de sus carpetas tejidas a mano.

Doña Moni, como la conocen en el pueblo, está sola, no tiene más familiares y también lava y plancha ropa ajena entre sus vecinos; la mayoría de ellos empleados del campo que están en riesgo de perder su trabajo por la devastación de la producción agrícola.

La señora de 58 años es una humilde habitante de la comunidad de El Ranchito y describió a EL UNIVERSAL cómo segundo a segundo se desprendían cada una de las tejas de la choza de madera en la que vivía, tras el ingreso del huracán categoría 5 que golpeó desde un inicio a por lo menos cuatro comunidades de ese municipio costero.

No sabía cómo salir. Tenía claro que su vida estaba en peligro por los estruendos que le propinaba Patricia; las olas azotaban la parte de la playa y estaba asustada. Decidía poner el colchón en los espacios más grandes que dejaba el fenómeno natural en su vivienda.

“Era en la tarde, como a las 4:00 y yo nada más empecé a escuchar cómo tronaba el aire y el ruido que hacía cuando destrozaba la casa. Las láminas y las paredes tronaban y las láminas se rompieron; todo lo perdí”, narró.

Vestida con ropa que le habían proporcionado en el albergue instalado a unos metros de la presidencia municipal, relató: “Cuando pensé que iba a morir llegaron a tiempo unos muchachos para sacarme de ahí y traerme para acá con las demás personas que también se habían quedado sin casa, aquí dormí y no sé qué voy a hacer, ahora estoy en la calle”.

A Mónica no le queda más que un salón escolar en el que pasará los próximos días a expensas de lo que las autoridades locales y la gente que la conoce le pueda dar para sobrevivir, lamentó.

Patricia terminó con el patrimonio de al menos 250 familias que se tuvieron que refugiar en los salones de una escuela secundaria.

Los agricultores describieron la magnitud de las afectaciones. “Ahora tendremos que despedir a muchas familias que dependían de este trabajo en las huertas, porque nos hemos quedado en la ruina”, dijo Joel Medina Rodríguez, productor de plátano y papaya de la zona.

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