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Eran las 7 de la mañana. Como todos los días, María Hernández introdujo su tarjeta de trabajo al viejo reloj para marcar el inicio de su jornada laboral como costurera en la colonia Obrera. De forma automática, comenzó a medir los pedazos de tela para confeccionar su cuota diaria de mil 200 dobladillos a pantalones.
Poco a poco el sonido y movimiento de las máquinas de coser comenzó a inundar ese pequeño local que servía como fábrica de maquila. Sin embargo, 17 minutos de iniciada su jornada laboral, ésta se interrumpió con un fuerte movimiento que hizo que los hilos y telas se cayeran. Las máquinas dejaron de funcionar para dar paso al mayor sismo ocurrido en la capital mexicana.
“Era un edificio muy viejo, había sido un restaurante, no pudimos salir corriendo porque la puerta principal se trabó, no nos dejaba salir. Nos asomamos por las ventanas y gritábamos por ayuda. No había teléfono, no había luz. Por las ventanas les decíamos a los vecinos que les avisaran a los dueños que estaban a dos cuadras, que nos sacaran de ahí, pero ellos estaban ocupados en otra fábrica, revisando que nadie se robara nada”, relata.
“Había muchas compañeras histéricas, gritando. Algunas se desmayaron al ver que no podíamos salir. Gracias a que unos muchachos vinieron a romper la puerta con martillos fue que pudimos salir.
“Los patrones no nos dejaban irnos a nuestra casa para ver a nuestros hijos, a nuestra familia. Querían que no nos fuéramos porque estaban esperando a que llegara la luz, pero como vieron que no regresaba, nos dijeron: ‘sí se van a ir, pero nos van a reponer el tiempo en otro día’. ¡Imagínate! Nos dijeron que al otro día nos presentáramos normal, y lo hicimos, pero no había luz todavía. Nos dijeron ‘bueno pónganse a limpiar el taller, aunque van a tener que pagar las horas que no trabajaron’”. A pesar de que el edificio donde laboraba María no colapsó, sí tuvo fracturas que ponía en riesgo a más de 70 mujeres que ahí trabajaban.
“Le decíamos a los patrones que vieran cómo había quedado, porque había muchas grietas. En un lado del taller había un boquete al que después sólo le echaron mezcla y ya. Nos decían que no pasaba nada, que no nos preocupáramos de eso. Era impactante cómo habían quedado esos edificios, muchas compañeras murieron. A los patrones les interesaba sacar la mercancía y las máquinas antes que rescatar a las costureras. Era un ambiente muy tétrico”.