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politica@eluniversal.com.mx
El impacto de los seres humanos sobre los ecosistemas marinos fue el tema central del segundo día de sesiones de la 12 Edición Latinoamericana del Taller Jack F. Ealy de Periodismo Científico, que se lleva a cabo en la Universidad de California.
Patricia Beller Moore, profesora de Oceanografía del Colegio de Miramar, en San Diego, comenta que nada le resulta más placentero que enseñarle a una persona que no conoce el océano, parte de sus tesoros. La rica biodiversidad de las llamadas pozas de marea es sólo un ejemplo.
En una visita guiada por la profesora hasta esos ecosistemas vecinos a la Universidad de California en San Diego (UCSD), descendemos hasta la orilla de la playa donde se recrea un paisaje de rocas, algas y microorganismos que encierran una historia particular sobre su relación con los seres humanos.
Las pozas de marea forman parte de las Áreas Marinas Protegidas (AMP) que corren por la costa de San Diego, desde la frontera con México hasta Encinitas. La oceanógrafa explica que desde hace 10 años, gracias a la protección de esta zona, se ha logrado una recuperación visible del ecosistema.
Entre el agua y las algas verdes y pardas que se amontonan sobre la playa se esconde un pequeño abulón. El encuentro con el pequeño organismo significa mucho, ya que la especialista explica que es muestra de la recuperación del ecosistema que está viviendo el lugar, pues desde hace varios años esta especie se consideraba prácticamente extinta en la zona.
La historia cambia cuando toma entre sus manos una estrella serpiente, que muestra unas pequeñas manchas blancas que indican huellas del llamado “síndrome de desgaste”, un rápido proceso de enfermedad y envejecimiento con consecuencias aún desconocidas para esta especie y para el ecosistema del que forma parte.
Aportes a la farmacéutica. El objetivo principal de la visita sigue sin aparecer. Se trata de la lapa gigante (Megathura crenulata). Su sangre ha sido utilizada con éxito en estudios clínicos para la lucha contra el cáncer.
De acuerdo con Beller Moore, un litro de sangre de estos organismos marinos produce 20 gramos de proteína, con un valor aproximado de 100 mil dólares. La importancia de este recurso para la industria farmacéutica ha despertado un interés real sobre el cultivo de este animal por parte de la empresa Stellar Biotechnologies, y al cabo de tres años se podrían obtener resultados concretos con sustancias que pueden penetrar en las células cancerígenas con mayor facilidad.
Ese es sólo un ejemplo de las oportunidades en la industria farmacéutica que brindan los recursos existentes a unos pasos de la orilla del mar.
Áreas en peligro. Durante las sesiones matutinas del taller organizado por la Fundación Ealy Ortiz, A.C., y el Instituto de las Américas, los académicos Octavio Aburto, de Oceanografía Scripps, y Exequiel Ezcurra, también director del Instituto para México y Estados Unidos, hablaron sobre los estudios que realizan en los marismas nacionales, un ecosistema ubicado en la costa noroccidental del Pacífico mexicano.
Formado por un complejo de lagunas costeras, manglares, pantanos y cañadas, incorpora las regiones conocidas como Las Cabras, Teacapán, Agua Brava, Marismas Nacionales y San Blas. Este ecosistema es alimentado por varios ríos, entre ellos Acaponeta, Santiago y San Pedro. Debajo de sus costas hay una historia grabada en sedimentos que están en riesgo.
Ezcurra explica que actualmente hay una polémica, porque la Comisión Federal de Electricidad autorizó la construcción de una presa en el río San Pedro —con permiso de las instituciones ambientales de México—, que pone en riesgo los marismas de la zona. Advierte que las líneas paralelas o bordes de playa, que se convierten en anillos de crecimiento de la costa del continente, pueden ser devorados por el mar ante el impacto de la construcción de una obra de este tipo.
“Se encontró un patrón: en todos los ríos represados la costa retrocede”, explica el experto, quien comentó que el costo de una presa en esta área es un daño que permanece a través de los años, pues aniquila los ecosistemas de la región y limita las posibilidades de subsistencia de sus pobladores, al llevarse sus recursos naturales.
“Con la pérdida de una hectárea de suelo al año, se pierden 100 mil dólares de renta pesquera”, dijo Ezcurra como ejemplo de la necesidad de realizar estudios científicos que evalúen el impacto contra los ecosistemas costeros.