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Estrategia en línea
La mejor descripción que he escuchado de los medios sociales es que son como restaurantes inmensos donde en las diversas mesas departen los artistas, los intelectuales, los deportistas, mis amigos, los “líderes de opinión”, los medios de comunicación, etcétera. Además, en ellos existen secciones por país, por idioma, hasta por el tipo de mesa y la comida que se sirve. El comensal llega y puede no sólo sentarse y escuchar las diversas conversaciones, sino hasta intentar participar de ellas.
Para lograr una tendencia es necesario poner de acuerdo a mil 654 millones de usuarios en Facebook o a 310 millones de Twitter, o por lo menos a un número significativo, para que la cantidad de menciones respecto a un tema sea suficiente para vencer a los algoritmos. La semana pasada nos regaló dos casos así.
En Twitter, luego de una sesión maratónica de más de 21 horas en el Senado de Brasil, amanecimos el jueves 12 de mayo con que el mismo aprobó el proceso de destitución o #Impeachment contra la presidenta Dilma Rousseff @dilmabr. Más de 300 mil menciones o mensajes se produjeron en dicha fecha, que si los acumulamos a los 478 mil que recibiera el proceso en la Cámara de Diputados, lograron nuevamente que Dilma figurara en las listas mundiales de tendencias. Este espacio normalmente está reservado para desastres, ataques terroristas y las “estrellas juveniles”.
En Facebook las tendencias resultaron más dramáticas, con el afán de crear “movimientos” vitales. Hemos sido testigos y a veces partícipes de los famosos “retos”. Probablemente el más famoso resulta ser el #IceBucketChallenge; que comenzó como una campaña de concientización sobre la esclerosis lateral amiotrófica, enfermedad que afecta a las neuronas y que consistía en verter sobre el cuerpo un balde de agua fría o con hielos y posteriormente hacer una donación. Un sinnúmero de personajes de todas las mesas, perdón ámbitos, participaron en dicho reto.
Algunos retos son menos memorables, pero más preocupantes, como el #FireChallenge, cuya dinámica consistía en verterse líquidos flamables en el cuerpo y prenderles fuego para posteriormente zambullirse en una tina o una alberca. Lamentablemente, y previsiblemente, esto causó la muerte de algunos adolescentes.
El ejemplo mas reciente lo tenemos con el #GameOf72. Las instrucciones son claras: Los participantes no pueden avisar a nadie, dar señales de vida o dejar pistas a las autoridades acerca de su paradero durante 72 horas. Cuando se cumplen las mismas aparecen como si nada, sin decir dónde han estado. En Facebook y Twitter se está difundiendo dicho reto. Los adolescentes se envían un mensaje de un amigo o conocido, retándolo a desaparecer de su casa durante 12, 24 o 72 horas.
En los últimos siete días, #GameOf72 ha generado al momento más de 2 millones de impresiones en Twitter y ha sido tendencia en la semana pasada por lo menos en 14 ocasiones en Facebook, con materiales compartidos desde poco más de 1 millón de cuentas. Este juego no es nuevo, se pueden encontrar historias al respecto desde abril del año pasado. Cruel juego para una un país como México, donde apenas estamos desarrollando y poniendo a prueba la efectividad de modelos como la Alerta Amber.
Mientras tanto, en la arena política las campañas de lodo y descalificación han alcanzado puntos infames. Parece ser que existen candidatos y partidos que ya adivinaron que les será imposible ganar la elección, y para lo cual su única salida es lograr que el otro la pierda, apostándole a su voto corporativo, inhibiendo cada vez más el voto ciudadano. Veracruz y Quintana Roo son los más claros ejemplos al respecto. Hemos apreciado verdaderas andanadas de descalificaciones y calumnias en contra de los candidatos opositores; sin embargo, algo falla en los búnkers estratégicos de quienes atacan con mentiras y sin sentido. Fallan en entender a los ciudadanos hiperconectados, subestiman esa memoria digital que regresa los golpes sin piedad y que vuelve más humano y cercano al individuo que recibe las infamias. En la era digital, apostarle a la abstención es apostarle a la derrota. Faltan escasas tres semanas para saber quién tenía la razón.