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periodismo.investigación@eluniversal.com.mx
Conocer a sobrevivientes de genocidio motivó en la historiadora Margarita Meza Ghenno el deseo de crear un proyecto en beneficio de la humanidad, sin importar su dimensión. En ese entonces, entre 2004 y 2011, se desempeñaba en el área de colecciones del Museo Memoria y Tolerancia y uno de sus viajes la llevó a Ruanda, África, donde tuvo que recabar los testimonios de los sobrevivientes y objetos de los fallecidos de la matanza perpetrada en 1994.
Su labor consistía en entrelazar las historias reunidas, capacitar a gente para inventariar y crear memoriales —con el conjunto de esos objetos y así recordar el hecho y crear conciencia. Esto la condujo, a su vez, a convivir con adultos mayores que experimentaron el horror del holocausto y otras personas afectadas en exterminios en países como Camboya, Guatemala y la ex Yugoslavia.
“A raíz de que tuve la oportunidad de trabajar con víctimas de diferentes genocidios fue como decidí modificar algunas cosas en mi vida y tener una mirada más social, porque antes de eso mi vida estaba más dedicada al medio del arte, pero eso me empezó a parecer snob, frívolo, muy frío”, dice Margarita.
De pequeña, la hoy microempresaria aprendió a diseñar, cortar y coser para ayudarle a su mamá, quien era costurera. Incluso menciona que durante la adolescencia confeccionaba su propia ropa, pero nunca eligió desempeñar esta profesión a futuro, ya que lo veía como un medio para satisfacer sus necesidades, puesto que en en ese tiempo deseaba convertirse en médico veterinaria o una persona dedicada a su pasión: la historia. Aunque su inclinación por el diseño de moda siempre estuvo presente.
Ese interés que nació en la infancia revivió mientras desempeñaba su profesión en la atmósfera de la estética, lo que le ayudó a construir el proyecto en el que hoy invierte sus esfuerzos. Su iniciativa ecofriendly comenzó en 2012, cuando dejó su trabajo en el museo para encontrar independencia económica en una actividad afín a sus intereses.
Pero aún la idea no era clara, pues se debatía entre varias opciones: huertos urbanos, azoteas verdes, un negocio de comida vegana o preparar platillos para diabéticos. Al final la apuesta por creación de ropa fue lo que ganó. Entonces nació Margrietina, la empresa de moda sustentable que hoy impulsa y que ofrece atuendos hechos de plástico PET y algodón reciclados.
“Busqué un modelo de negocio que me gustara, uno en el que fuera buena. Me pareció que el área textil, enfocada en la moda, era un nicho muy bueno porque casi no hay empresas en México que se dediquen a este tipo de producciones. De hecho fuimos la primera página en aparecer dentro del directorio de Las Páginas Verdes, una organización mexicana que se dedica a fomentar el consumo sustentable”, afirma Margarita orgullosa.
Emprender el negocio no fue fácil, al principio sólo había dos personas involucradas. Los costos eran más elevados porque la materia prima utilizada para las playeras era importada de Estados Unidos, ya que en México no había una empresa que la certificara para su hechura. Las ganancias eran nulas, ya que “como toda persona inexperta en cuestiones de empresas”, se dirigían a compradores minoristas que consumen por medio de redes sociales y bazares. Pero la experiencia que fue adquiriendo la impulsó a capacitarse en lugares especializados en negocios como Ernst & Young y a suscribirse a concursos como el de New Ventures México, en el que fue finalista.
Por razones personales tuvo que hacer una pausa en el empuje de la empresa y dedicarse mayormente al hogar para cuidar de su hija, quien actualmente tiene cuatro años.
Pero desde julio de 2016 retomó su objetivo y vislumbra buenas posibilidades. Ahora la empresa es prácticamente familiar y cuenta con cuatro socios —la directora administraviva, el director creativo, la directora financiera y la directora en relaciones públicas—; su mercado ha cambiado, ya que se está enfocando en atraer clientes mayoristas y consiguió un crédito con el que pudo volver a capitalizarse, comprar su página web y obtener mercancía.
Actualmente comerciar ropa sustentable le genera a Margarita ganancias por 5 mil pesos mensuales promedio. Las fibras normales suelen ser un poco más baratas y esto entorpece la demanda para sus productos, pero si todo sale como lo planea empezarán a distribuir entre 200 y 500 playeras mensuales, con las que obtendrán beneficios mayores.
De botella en botella, una playera
A pesar de que esta profesionista graduada en la UNAM subsiste trabajando en el área de recaudación de fondos en una institución llamada Casa Alianza, que se dedica a brindar atención integral a adolescentes de 12 a 18 años que han enfrentado violencia o abandono social, confía en que su empresa pueda crecer y convertirse en su ingreso exclusivo.
La tela de sus productos está elaborada con 50% algodón reciclado y 50% PET —polietileno tereftalato—, una materia derivada del petróleo que tarda entre 500 y mil años en degradarse, y que tiene tres usos principales: grado textil, grado botella y grado film.
Para la producción de una playera son necesarias seis botellas medianas, aproximadamente. La transformación de plástico a tela es un proceso largo que consiste en recolectar estos recipientes para después entrar en etapa de separación por colores y luego someter el material a lavado y desinfección.
Posteriormente se ponen en una trituradora en la que se convierten en pequeñas hojuelas que son procesadas para obtener fibra —pequeños filamentos que también pueden usarse como relleno de cojines—; si se quiere obtener hilos, pasarán a la siguiente fase que consiste en su fundición en altas temperaturas para finalmente fabricarlos.
Eliminar las impurezas generadas por el tejido requiere únicamente de 4 litros de agua en un kilo de tela PET, a diferencia de los textiles de algodón que requieren 32 litros de agua por kilo de tela, sin contar con el hecho de que este material es antibacterial por el proceso al que es sometido previamente.
Vender ropa, compartir una filosofía
Todo el ideario de Margrietina pretende transmitir el concepto de sustentabilidad: consciente del reto que el mundo enfrenta en temas como el impacto ambiental, la necesidad de políticas que se orienten al cuidado del entorno natural y convencida de generar acciones para el equilibrio ecológico y social.
Desde las tarjetas de presentación —cuadritos de cartón recortados de cajas de cereal que llevan el sello de la marca—, así como la ropa y el estampado de la misma, siguen la línea de pensamiento de ayuda al entorno que la microempresaria tiene. Para ella invertir en esta área era algo indispensable, pues considera que “la industria textil es una de las que más contaminan a nivel mundial, es mal pagada y tiene deficientes políticas laborales”.
Por tal razón, es muy cuidadosa incluso con sus proveedores. Por ejemplo, tanto la empresa que hace las bolsas, ubicada en Ixtapaluca, como la maquiladora, con residencia en Yucatán y que les proporciona la tela para las playeras, están certificadas ante el Global Recycle Standard, que acredita que un producto textil lleva un proceso sustentable de principio a fin.
Además ambas empresas reciclan únicamente botellas mexicanas, lo cual, afirma Margarita forma parte de su propósito para ayudar al país. Por el momento también consideran la posibilidad de asociarse con una empresa filipina que se dedica a hacer tela de imitación de piel con cáscaras de piña, mientras que empresas como Africam Safari y Natura ya están interesadas en su trabajo. La cuestión es crear toda una comunidad para lograr una diversificación y posicionarse como una empresa mexicana líder en productos sustentables, asegura.
Los clientes de Margrietina son empresas socialmente responsables que pretenden hacer hábito el uso de este tipo de artículos, tanto en uniformes de sus empleados, como es el caso de uno de sus compradores, el Aviario El Nido, que contribuye a la preservación de especies en peligro de extinción y que ha utilizado las playeras de Margrietina como souvenir. Aunque en realidad su meta es llegar al público individual, aquellos que compartan la misma forma de pensar: veganos y yoguis, personas con una ideología amigable hacia el entorno, para quienes estos productos representan no sólo un objeto, sino un estilo de vida.
Comercio justo, ¿una utopía?
Pensar en el futuro de esta microempresa sustentable despierta a Margarita, de 37 años, grandes expectativas. Ella comenta que el plan siempre ha sido enfocado en dos vertientes: hacer una empresa lucrativa que ofrezca a la gente productos éticos, sustentables y ecológicos, promoviendo la idea del poder de consumo con el que se podría desbancar a los grandes monopolios y abrir oportunidades a un mayor número de personas.
Posteriormente busca concretar un “plan b”, en un plazo no mayor a cinco años, que buscará instituir una fundación con la que pueda darle capacitación sobre maquila, corte y confección —así como trabajo y una fuente de ingresos justos— a grupos marginados.
“Estamos en los primeros acercamientos con una organización que trabaja directamente con mujeres en prisión, para ver si es posible que ellas maquilen, para lograr un comercio justo. Con esto daríamos empleo a personas que no tienen ese acceso o que por estas circunstancias son marginados”, afirma.
El propósito, dice Margarita, seguirá firme sin importar el tiempo que requiera. “La idea es crear un producto redondo y aportar, contribuir a solucionar los problemas en la tierra”.