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Delcy Rodríguez, ex canciller de Venezuela, asumió ayer como presidenta de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) asegurando que en su país “no hay hambre ni crisis humanitaria”.
El ascenso meteórico de Delcy Eloína Rodríguez (48 años) dentro de la cúpula bolivariana llegó tras la muerte de Hugo Chávez en 2013. Fue de la mano de Nicolás Maduro, quien al acceder a la presidencia dejó muy claro que no sólo iba a seguir contando con Jorge, el mayor de los Rodríguez, sino también con su hermana pequeña, en segundo plano durante los 14 años de gobierno del “comandante supremo”.
Esta abogada caraqueña pertenece a una familia de tradición revolucionaria, una de las más poderosas del chavismo. El primer mandatario, siempre que puede, reivindica la memoria de Jorge Antonio Rodríguez, fundador de la Liga Socialista, en la que militó el propio presidente.
Rodríguez padre, quien murió en 1976, dejó su testigo político en sus hijos, Jorge y Delcy. El primero es uno de los hombres más fuertes de la revolución: alcalde de Caracas Libertador, antiguo vicepresidente y enviado especial de Maduro para acabar con el referéndum revocatorio. A su hermana, tras ocupar distintas carteras y cargos con Chávez, Maduro la situó a su lado al frente del Ministerio de Comunicación. A finales de 2014 fue nombrada canciller, puesto que dejó para postularse a la Asamblea Constituyente.
Su misión más importante fue mantener el poder de la petrodiplomacia venezolana pese a los malos tiempos económicos del país y su pérdida de apoyo internacional. Rodríguez arremetió contra unos y otros en defensa de la revolución, ya fueran el secretario general de la OEA, Luis Almagro, o el presidente argentino Mauricio Macri.
Cuentan quienes la conocen más allá de la arenga política que la canciller es cercana y afable, amante de los zapatos de diseño más caros (Valentino). Sobre el terreno, ha dejado frases incendiarias que figurarían en el libro de los pecados de cualquier escuela de diplomacia, pero que frente a Maduro la convirtieron en la “canciller de la dignidad”. Como aquella vez, durante la crisis fronteriza con Colombia, en la que acusó a su homóloga, María Ángela Holguín, de realizar un “reality show” cada vez que hablaba de Venezuela. O cuando crucificó a los cancilleres Susana Malcorra y el chileno Heraldo Muñoz y los mandó a “lavarse su boca antes de pronunciar nuestro nombre. Son unos vulgares que pretenden pronunciarse sobre nuestro país”.
En diciembre de 2016, en la reunión del Mercosur, a la que no fue invitada, Delcy viajó de todos modos, y advirtió: “¡Si nos cierran la puerta, nos meteremos por la ventana!”.
En el caso de México, siendo canciller, Delcy lanzó una serie de acusaciones vía Twitter, incluyendo: “México es hoy uno de los países más desiguales de nuestra región, comprometiendo seriamente el buen funcionamiento de la democracia”, “narcotráfico, asesinato de periodistas y violencia social lo convierten a México en uno de los países más peligrosos del mundo”, “es lamentable que el gobierno de México agreda a pueblos latinoamericanos y viole grave masivamente los DDHH de su propio pueblo”. Asimismo, denunció lo que llamó “sumisión de México… al país hegemón [Estados Unidos] para que ampare su Estado fallido”.
Las acusaciones, a fines de mayo, fueron en respuesta a las declaraciones del canciller mexicano, Luis Videgaray, sobre la falta de democracia en Venezuela. Delcy tachó esos dichos de “infames”.