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A la segunda versión de reforma sanitaria de los senadores republicanos le quedaba muy poca vida, y ayer recibió la que parece su estocada final. Trumpcare, un texto impopular que debía ser el primer gran triunfo legislativo de la era Trump, se quedó oficialmente sin apoyos suficientes, y todo apunta que morirá antes de nacer.
Desde hace días se intuía lo peor. Con las negativas de Susan Collins (Maine) y Rand Paul (Kentucky), los republicanos sólo se podían permitir un desertor más. Nadie quería aparecer como el verdugo del Trumpcare, el culpable de la enésima derrota legislativa de unos conservadores incapaces de sacar adelante una ley a pesar de controlar todas las cámaras.
El paso lo dieron dos senadores: Mike Lee (Utah) y Jerry Moran (Kansas), quienes anunciaron en Twitter y de forma conjunta su voto negativo a presentar la ley para someterla a debate, al menos en la forma en la que está ahora. Sorprende el caso de Lee, coautor de una de las enmiendas integradas en la última versión para tratar de convencer a los más conservadores.
A pesar de que algunos senadores republicanos seguían insistiendo en votar, convencidos de que aún podrían reconducir a los díscolos, Trump, en un tuit nocturno, tiró la toalla. “Los republicanos deberían simplemente derogar el fallido Obamacare ahora y trabajar en un nuevo plan de salud que empiece de cero. ¡Los demócratas se unirán!”, dijo.
Lee y Moran se quejaron que el texto es aún demasiado parecido al plan actual, conocido como Obamacare. “Falla en derogarlo o abordar el aumento del coste de los seguros de salud”, escribió Moran en un comunicado. “No va suficientemente lejos”, lamentó Lee.
Moran criticó que el texto se hubiera redactado “a puerta cerrada” (lo escribieron sólo 13 hombres conservadores blancos), e hizo un llamado a hacer borrón y cuenta nueva.
“Debemos empezar de nuevo con un proceso legislativo abierto para desarrollar soluciones innovadoras”, dijo. Precisamente eso es lo que pidieron desde el principio los legisladores demócratas, apartados de cualquier debate y que temían que la ley fuera aprobada sin haberla visto ni discutido.
“El segundo fracaso de Trumpcare es una demostración positiva de que el núcleo de esa ley no era factible”, dijo el líder de la minoría demócrata en el Senado, Charles Schumer, quien solicitó trabajar de forma conjunta con sus rivales conservadores.
De nada sirvió la oportuna operación del senador republicano John McCain (Arizona). Lo ajustado del resultado de la votación obligó a posponerla hasta que se recuperara, tiempo valioso para que el líder conservador, Mitch McConell, pudiera convencer a sus colegas.
Tras las dificultades que pasó la Cámara de Representantes para aprobar su propuesta de ley —algo celebrado por el presidente Trump—, el Senado se las prometía más felices. El liderazgo republicano, sin embargo, menospreció el amplio rango de su partido, desde la moderación al ultraconservadurismo, las grandes diferencias entre estados y los cálculos electorales. El fracaso anunciado se confirmaba.
Con el paso de los días, Obamacare ganaba en popularidad, Trumpcare caía en desgracia y las protestas se multiplicaron en las puertas de las oficinas de los senadores republicanos casi a diario y centenares de detenciones.
Cosas del destino, a la misma hora que Lee y Moran acababan con la vida de Trumpcare, el presidente Trump estaba en la Casa Blanca cenando con al menos siete senadores republicanos para tratar de desencallar el plan sanitario. Cualquier cosa que dijera ya no sirvió para nada.