La vida estaba difícil. Primero llegaron a Madrid sus hijos Luis y Alberto. Y en 2005 aterrizó desde Guadalajara el avión de doña Delfina Solorio. Les llamó por una cabina del aeropuerto para darles una sorpresa. “Aún me acuerdo de sus carcajadas. No se lo podían creer”, cuenta la mujer. Pero cuando se trasladó a vivir con ellos al barrio de Lavapiés, el tiempo se le hacía largo desocupada en la casa. Hasta que un día Luis la llevó a comer a la taquería en la que trabajaba. Allí, la madre descubrió con escándalo que servían los tacos al pastor con tortillas de harina.
No sabían que la reacción que tendría doña Delfina iba a dar lugar a un imperio, el del maíz en Europa. “Le hice un paquetito de tortillas de maíz a Luis para que le llevara a su jefe”, recuerda. Ella había guardado en el equipaje una pequeña placa para cocinar las tortillas, porque no había imaginado que en Europa resultara imposible encontrar aunque fuese harina industrial para amasarlas.
Pero lo era, y ella y sus hijos se dieron a la ardua labor de moler el maíz y cocerlo cada noche siguiendo el método tradicional del nixtamal, para luego vender el plato a los restaurantes mexicanos que proliferaban en la capital española.
“Lo hacíamos en nuestro piso, muy a la mexicana”, cuenta Delfina: “Al principio hacíamos muchos fallos, navegábamos mucho. De chica yo vivía en el rancho y veía cómo mi mamá preparaba la masa, pero no es lo mismo que hacerlo en proporciones grandes y que te quede siempre igual”. Fabricaban unas 180 tortillas por semana. Luego alcanzaron las 3 mil.
En 2006 se constituyeron en la empresa La Reina de las Tortillas (www.lareinadelastortillas.com) y lograron apoyo para traer una máquina desde México con la que aumentar la producción. No fue fácil, porque la corriente eléctrica en España es distinta, y la máquina se estropeaba de continuo. Aun así, montaron una pequeña fábrica que sacaba unos 240 kilos de tortillas por semana.
La mayor de las dificultades no fueron las técnicas. “Lo peor en España es la burocracia”, resopla Alberto, uno de los hijos de Delfina: “La administración lo complica todo, con muchos controles, inspecciones... En México es más tranquilo”, dice.
Ahora están en su segunda fábrica, mucho más espaciosa. Producen una tonelada diaria, además de tamales esterilizados para su conservación. Tiene 20 empleados y venden el producto directamente a los restaurantes o a españoles en la pequeña tienda que Delfina atiende a la puerta de la fábrica. Proveen al 90% de los restaurantes mexicanos de la ciudad, tiene una segunda tienda en Barcelona y exportan sus tortillas a 15 países europeos: Portugal, Italia, Francia, Suecia, Alemania, Dinamarca, Reino Unido, Noruega...
Pese a todo, Delfina sigue cocinando para la familia: los cuatro hijos y los cuatro nietos que viven ya en España. A Luis lo ve menos, suspira, porque gestiona la tienda de Barcelona. Alberto se ocupa de la fábrica de Madrid: desde la reparación de máquinas a perfeccionar las recetas para una nueva línea de guisos en frascos.
“No queremos que sea la típica comida mexicana para extranjeros, sino recetas artesanales, de Jalisco, de Puebla, porque esa es nuestra filosofía y porque es la que puede encontrar sitio en el mercado”, cuenta. Para ello cuidan los detalles: en la cochinita echan zumo de naranja en lugar de vinagre, y para el mole se basan en el recuerdo del que cocinaba una vecina.
A Delfina le apetece el nuevo reto. “Yo soy así, muy guerrillera. Lo que empiezo, lo termino: sólo yo sé cómo”, sonríe la Reina.