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Tras la última prueba balística de Corea del Norte del martes, el secretario de Estado de EU, Rex Tillerson, emitió un comunicado extremadamente críptico: “Estados Unidos ha hablado bastante de Corea del Norte. No tenemos nada qué decir”, apuntó de forma escueta.
Tillerson dejó la estafeta al presidente Donald Trump, decidido a tomar las riendas en la continua actividad militar de Pyonyang. El primer paso será buscar la complicidad china en la visita oficial del presidente Xi Jinping a Estados Unidos, un viaje de 24 horas, que inicia hoy, en el resort privado de Trump en Mar-a-Lago (Florida) donde el asunto norcoreano será el primero de la lista.
Desde que se iniciaron los rumores de la visita de Estado del presidente chino a territorio estadounidense, la Casa Blanca no ocultó que ese iba a ser el principal tema de conversación. Trump ayer lo reiteró: “Hay una gran responsabilidad que tenemos, y se llama el país de Corea del Norte. Tenemos un gran problema”. Las pruebas militares se han convertido en un dolor de cabeza constante para las administraciones estadounidenses y Trump tiene entre ceja y ceja acabar con ese “problema” o, al menos, quitarlo de su mesa.
La idea es pasar la presión a China. “Estados Unidos quiere que se encarguen del asunto”, asegura Chunjuan Wei, presidenta de los estudios de Asia oriental de la University of Bridgeport, a EL UNIVERSAL.
A cambio, Trump estaría dispuesto, en futuros encuentros, a retirar muchas de las acusaciones y amenazas en temas comerciales bilaterales, y redireccionar una relación económica que es tensa.
En una reciente entrevista con el Financial Times, Trump no se mordió la lengua y amenazó con actuar de forma unilateral para acabar con el asunto norcoreano. “China tiene que decidir si ayudarnos con Corea del Norte o si no lo van a hacer”, dijo.
“Corea del Norte es claramente un asunto de interés urgente para el presidente y toda la administración”, dijo un asesor de Trump en un encuentro con periodistas, quien alertó de que “el tiempo se está agotando” y “todas las opciones están sobre la mesa”.
“China, al igual que Corea del Sur, no quiere que Estados Unidos tome medidas radicales”, explica Wei.
En caso de un ataque estadounidense, Beijing teme una avalancha de refugiados, mientras que Seúl se prepararía para una eventual acción militar en su contra.
“Hay una posibilidad de afinidad de significancia simbólica, pero no acciones reales”, augura la experta.
El encuentro Xi-Trump llega en un momento de tensión entre ambas potencias mundiales. Su relación ha empeorado en los últimos meses, especialmente por las acusaciones e improperios del presidente estadounidense hacia su rival, a quien acusó de “manipulador de divisas” y amenazó con una batalla comercial durante la campaña, así como retó décadas de diplomacia al contactar con Taiwán, puso en duda la política de “una sola China” y criticó los asentamientos en el mar del sur de China.
Sin embargo, ambos líderes saben de la importancia de una coexistencia de dos países que representan 40% de la economía mundial.
“La visita se espera que estabilice las relaciones bilaterales, manteniéndolas en el buen camino para que los dos países puedan trabajar unidos en Corea del Norte”, resume Wei.
Tras una tarde de conocimiento de las delegaciones, incluida una cena con las respectivas esposas, el viernes será el día clave con “una serie de reuniones que terminarán con un almuerzo de trabajo”, según indicó la Casa Blanca. Será un encuentro “muy difícil”, en palabras del presidente Trump.