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Suele decirse que es de sabios cambiar de opinión. Donald Trump debe ser, entonces, un hombre bastante sabio. El contraste entre lo que creía y decía durante su campaña y lo que ha demostrado dentro de los primeros 100 días de mandato es abismal. Y no es que el hombre no haya intentado de verdad cumplir con sus promesas electorales. Lo que sucede es que la terca realidad y el hecho de estar mejor informado lo han ido llevando a cambiar de curso, a repensar sus objetivos y, en algunos casos, a modificar radicalmente su visión.
Lo mejor que podría pasarle a su país y al mundo es que termine cuanto antes con su curva de aprendizaje sobre lo que significa de verdad ser presidente de Estados Unidos. ¡Recordemos que aún le que quedan tres años y ocho meses de mandato!
Trump ha cambiado de opinión y estrategias en asuntos clave de política nacional e internacional. En el plano interno fracasó en el intento de eliminar el sistema de salud de Barack Obama y su reforma fiscal no tiene visos de avanzar. Ante este estancamiento, el presidente se ha volcado a la escena mundial, abriendo escenarios de riesgo en Europa, Medio Oriente y Asia. Las principales diferencias entre el Trump candidato y el Trump presidente se observan en su percepción de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), China, Rusia y Medio Oriente.
Después de sendas conversaciones con la primera ministra británica, Theresa May, y la canciller alemana, Angela Merkel, llegó a convencerse de que la OTAN no es un mecanismo obsoleto, sino un valioso instrumento para contar con aliados para enfrentar retos tan complejos y delicados como el terrorismo internacional, las oleadas de refugiados que desplaza la guerra en Siria y, ante todo, para presentar un frente común ante Rusia, país del cual ya no tiene la misma opinión favorable que mostraba durante la campaña. Después de una reunión de dos días con el presidente Xi Xinping en su mansión tropical de Mar-al-lago en Florida, reconoció haber aprendido dos cosas esenciales: que China no es el maligno manipulador de su moneda que le habían contado y que influir sobre las decisiones y el comportamiento de Corea del Norte es mucho más complejo de lo que suponía. Seguramente el experimentado mandatario asiático le habrá hecho notar que China es el principal tenedor de bonos del Tesoro de EU en el mundo y que, a querer o no, las dos economías tienen que aprender a respetarse.
Sobre Corea del Norte el saldo de las conversaciones es más ambiguo: Trump pensaba que con un simple tronar de dedos de los chinos, el régimen de Pyongyang desmantelaría su programa nuclear y dejaría de representar la amenaza en que se ha convertido. Xi le explicó que su influencia es limitada sobre Corea del Norte, lo cual ha detonado lo que hoy por hoy es el conflicto potencialmente más peligroso del mundo. EU y Japón han movilizado sus fuerzas navales hacia la península coreana, creyendo que de esa manera el gobierno de Kim Jong-un abandonará sus amagos de utilizar armas nucleares y de destruir las bases estadounidenses en Corea del Sur.
Al parecer el curso introductorio de Xi no resultó suficiente para persuadir al ocupante de la Casa Blanca de que la única manera de apaciguar a Corea del Norte es dándole seguridades de que no se buscará cambiar al régimen. El joven mandatario norcoreano ya ha hecho explícito que no está dispuesto a correr la suerte del libio Muammar Gaddafi o del iraquí Saddam Hussein. Aún es tiempo de que Washington corrija el curso de acción y busque generar un acuerdo en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas; si acorrala más a Corea del Norte el único resultado que puede anticiparse es el de una guerra regional muy peligrosa, con la posible utilización de armamento nuclear.
El tercer cambio ostensible de opinión de Trump tiene que ver con Moscú. Después de insistir a lo largo de toda su campaña en que un gobierno Trump buscaría construir la mejor relación posible con Rusia, ha caído rápidamente en la cuenta de que los intereses del Kremlin y los de su país no son coincidentes. Después del bombardeo ordenado por Washington en contra de bases aéreas sirias, EU puso en la mesa una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU para condenar el uso de armas químicas en ese conflicto. Rusia vetó la resolución el mismo día en que llegaba a Moscú el secretario estadounidense de Estado. Ahora las cartas están claras: una intervención armada de EU en Siria implicaría un involucramiento directo de Rusia, una escalada tanto o más peligrosa que la de Corea del Norte. En la mente del flamante presidente norteamericano, Rusia ya no es el amigo potencial que había pensado.
Finalmente, en Medio Oriente se registran cambios esenciales en las posturas iniciales de Trump. La primera es que ya no está tan convencido de las virtudes de trasladar la embajada de EU en Israel de Tel Aviv a Jerusalén. El rey de Jordania, en pocos minutos, lo persuadió del daño que le generaría al propio Israel con una acción de ese tipo; si quería provocar una reacción islámica en masa contra EU y e Israel, esa era una receta perfecta para lograrlo. El segundo asunto es que Trump pretende revisar el acuerdo nuclear logrado por Obama con Irán. De mantenerse las condiciones actuales, Irán no será una potencia nuclear al menos en los próximos 10 años. Pero, en un acto insólito, la Casa Blanca pretende reabrir este capítulo, con lo cual dará la razón a los iraníes y a los coreanos del Norte de que su mejor salvaguardia es poseer armamento nuclear. Es prioritario que Trump respete los acuerdos con el gobierno de Teherán. Mientras aprende el oficio de ser presidente del país más poderoso del mundo, en escasos 100 días ha abierto tres frentes, tres escenarios bélicos que pueden convertirse en una catástrofe mundial.
Para una persona impulsiva como Trump, aficionado a obtener resultados rápidos, ninguno de los tres frentes abiertos, en Rusia, en Corea del Norte o en Siria, promete victorias fáciles ni inmediatas. Ahora corre el riesgo de perder cara si recula o de llevar al mundo a una crisis no vista desde la Guerra Fría. Otros cambios reflejan que ya no está interesado en revertir la apertura de relaciones diplomáticas con Cuba, que ya no piensa nombrar a un fiscal especial para perseguir a Hillary Clinton y que ya no le parece una idea tan brillante aprobar la tortura como método de extracción de información con sospechosos terroristas.
Respecto a los temas que interesan a México, más que un cambio de visión se observa que el Congreso, el electorado y muchas ciudades liberales de EU no le harán la vida sencilla para cumplir con ninguna de sus promesas de campaña. El financiamiento del muro —que por supuesto ya no pagarán los mexicanos, aunque siga insistiendo en el tema— está completamente empantanado, pues ni siquiera se cuenta con una estimación precisa de su costo, el tiempo que tomaría construirlo o su eficacia para contener migrantes y drogas. Frente a los hijos de los migrantes, los DACA, se ha abandonado la presión para deportarlos y probablemente quedarán en un limbo legal indefinido. Mientras Trump está distraído con otros asuntos, el fiscal general Jeff Sessions ha dado la mala nota al utilizar un lenguaje especialmente hostil contra los migrantes y amagar con usar más recursos del sistema judicial para procesar y deportar indocumentados. El ex senador por Alabama todavía cree que México va a recibir a deportados de cualquier nacionalidad.
Finalmente, la renegociación del TLCAN será un hecho. Respecto a este asunto vital para México es donde los virajes de la Casa Blanca han sido más frecuentes. Esto refleja, más que cambios de posición, la búsqueda de una estrategia de negociación en la que EU obtenga nuevas y mayores ventajas.
La estrategia seguida por Trump ha logrado algo inesperado; que Canadá y México comiencen a alinearse frente a las pretensiones de Washington. Ninguno de los dos deberá mostrar un sentido de urgencia, pues quien se encuentra bajo presión por mostrar resultados es Trump. Lo más aconsejable, a la luz de la experiencia mostrada por el nuevo gobierno norteamericano, es que México permita que el aprendiz siga con sus cursos de inmersión en la compleja realidad de gobernar. A escasos 100 días de haber asumido la presidencia, el empresario se revela cansado y nostálgico por la vida más libre y relajada que dejó atrás. Ante esta serie de circunstancias podemos afirmar que, al menos México, está mejor posicionado hoy que cuando el nuevo presidente tomó posesión del cargo.
Internacionalista