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Unidos contra viento y marea. Así se han mostrado la infanta Cristina de Borbón y su esposo, Iñaki Urdangarin, protagonistas de un escándalo de malversación de fondos que golpeó con dureza a la Casa Real española.
El caso alejó a la infanta de su familia. Su hermano Felipe, de quien era muy cercana, ni siquiera la invitó a su ceremonia de proclamación como rey, en junio de 2014, y en 2015 le fue retirado el título de duquesa de Palma, regalo de matrimonio ofrecido por su padre, el hoy rey emérito Juan Carlos.
Ni la humillación, ni el haberse convertido en la “mala de la película” para millones de españoles la hicieron separarse de su esposo, pese a las presiones de su padre y su hermano para que se divorciara.
“La infanta se enamoró perdidamente de Iñaki, un chico alto, rubio, con los ojos azules”, señaló el año pasado Jaime Peñafiel, controvertido cronista de la monarquía. Y “sigue enamorada, dispuesta a acompañarlo hasta más allá de la cárcel”, añadió.
Nacida el 13 de junio de 1965, en Madrid, Cristina era considerada la más avispada e independiente de los tres hijos de los reyes Juan Carlos y Sofía. Decidió estudiar Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid, una de las facultades más contestatarias. Mientras sus padres se veían envueltos en escándalos por las infidelidades del rey, ella optó por vivir en Barcelona.
Deportista, apasionada de vela, conoció a Iñaki a fines de julio de 1996, durante los Juegos Olímpicos de Atlanta. Él, nacido en 1968 en la localidad vasca de Zumarraga, era entonces el apuesto capitán del FC Barcelona de balonmano. El equipo se hizo con la medalla de bronce en esas Olimpiadas, y fue en el festejo donde se conocieron.
La infanta, quien según Consuelo León, coatoria de una biografía editada en 1997, era una princesa “tímida e introvertida”, se volvió inseparable de Iñaki, quien hasta entonces era conocido por ser un Don Juan. La relación se mantuvo en secreto gracias al apoyo de los amigos de ambos, según han contado ellos mismos. “Siempre los acompañábamos. Tenían terror a que los pillaran porque temían que no los dejaran casarse”, señaló en 2014 el diario español El Mundo en un reportaje en el que citó como fuente a uno de los “íntimos” de la pareja.
Sin embargo, los reyes aprobaron la relación, que impulsó la popularidad de la familia real española. La pareja, que lucía muy enamorada, conquistó a todos.
El matrimonio de “la infanta catalana” con un vasco, hijo de una elegante aristócrata belga y de un ingeniero de la industra química, miembro del Partido Nacionalista Vasco, regaló al país un momento de unidad.
En las imágenes del día de la boda, efectuada el 4 de octubre de 1997, se ve a una Cristina radiante, totalmente perdida por su flamante marido, con el que tendría cuatro hijos.
En 2004, la pareja compró un palacete en Barcelona por 6 millones de euros. La prensa comenzó a especular de dónde había salido el dinero. Y en 2011, al estallar su vinculación con el caso Nóos, el que hasta entonces había sido considerado el “yerno ideal”, y al que la reina llegó a describir como un hombre “buenísimo, atento, cortés, bien educado”, se convirtió en persona non grata.
Pese a que el golpe para la infanta ha sido duro, decidió permanecer al lado de su marido, con quien se exilió en Ginebra desde 2013 y desapareció de la Casa Real.
Sus apoyos, según la prensa del corazón, han sido su madre Sofia y su hermana Elena.
Pese a haber sido acusada de ser cómplice de fraude con su esposo, y a convertirse en la primera integrante de la familia real española en ser juzgada, la infanta, exonerada ayer, se mantiene firme. “Creyó, cree y seguirá creyendo en la inocencia de su esposo”, afirmó su abogado Miquel Roca. Con información de agencias