Buenos Aires.— No sólo entre países se levantan muros. En Lima se alza a lo largo de 10 kilómetros una pared que separa al barrio acomodado de Las Casuarinas (en el cerro San Francisco, distrito de Surco) de las casas pobres de Pamplona Alta (distrito de San Juan de Miraflores). Esta pared, a la que muchos llaman “el muro de la vergüenza”, divide un barrio en el que las propiedades pueden tener un valor de hasta 5 millones de dólares de una zona de “pueblos jóvenes”; es decir, barriadas humildes a las que no llega la red de electricidad ni la del agua corrientes.

Latinoamérica es la región más desigual del mundo: según el Foro Económico Mundial, en 2014 el 10% más rico de la población tenía aquí 71% de la riqueza. Las fortunas de los millonarios latinoamericanos crecieron 21% anual entre 2002 y 2015, y según Oxfam en 2020 el 1% más rico tendrá más riqueza que el 99%.

En Sao Paulo, Brasil, la desigualdad es especialmente apreciable en el contraste entre la favela de Paraisopolis, de 70 mil habitantes, y la zona acaudalada de Morumbí, donde un apartamento puede costar unos 700 mil dólares, y donde se alzan las oficinas del gobierno del Estado de San Pablo. Ambas zonas están separadas por un muro.

En Río de Janeiro, el muro más reciente separa a la Vila Autodromo, un barrio carenciado reducido por las reacomodaciones, del Parque Olímpico donde se vieron muchos de los juegos de las Olimpíadas del año pasado. “Nos indignó la falta de respeto de parte del gobierno”, le había dicho a EL UNIVERSAL, en los días de las Olimpíadas, María Da Penha Macena, una antigua habitante de Vila Autodromo.

“Construir muros y separar son políticas que apuntan a una ‘ghetificación’ de la vida social, que en general viene de los años del neoliberalismo, cuando hubo un auge de barrios privados y una política de amurallamiento del espacio urbano”, explicó a EL UNIVERSAL Christian Castillo, sociólogo y ex diputado argentino.

En 2009, Gustavo Posse, el alcalde de San Isidro —el más rico suburbio de Buenos Aires— quiso levantar un muro para separar a La Cava, una barriada de calles de tierra. Pero el Ministerio del Interior intercedió enviándole una carta. “Es una decisión incorrecta que atenta contra la democracia”, se leía.

Por otro lado, en la triple frontera entre Argentina, Paraguay y Brasil, un muro de hormigón de 5 metros de alto y 1.3 kilómetros de largo impide desde hace dos años el paso de los peatones por el puente internacional que une a la ciudad argentina de Posadas con la paraguaya Encarnación.

“La construcción de muros es una ilusión de que se pueden evitar las rebeliones que genera el propio orden social desigual”, agregó el sociólogo Castillo. “La tradición del muro es extensa: viene de los castillos del mundo medieval, pero entonces no funcionó y ahora tampoco”.

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