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Lourdes Ortega pasó nueve años castrando reses y desparasitando cerdos hasta que una enfermedad crónica nerviosa la obligó a abandonar la medicina veterinaria, y durante dos décadas batalló para criar a sus tres hijos como madre soltera.
Luego apareció una nueva oportunidad con Macorina, una chihuahua de un año.
Un profesor universitario que trabajaba por las noches contrató en 2013 a Ortega para alimentar, sacar a pasear y cepillar a Macorina por 28 dólares al mes, más que el salario gubernamental promedio. El pequeño perro se convirtió en el primer cliente de un pequeño, pero floreciente negocio una vez inimaginable en Cuba.
Hoy, la casa de tres habitaciones de Ortega en La Habana se llena de los ladridos y brincos de beagles, chihuahueños y salchichas, lo cual le permite el suficiente ingreso para alimentar a su familia y pensar en construir más cuartos para albergar aún más perros.
Una creciente clase media alta de Cuba muestra un especial interés por los perros de lujo y gasta sumas de dinero relativamente grandes para consentirlos. Docenas de salones y boutiques para perros, junto con vendedores de cachorros de raza pura, han aparecido alrededor de La Habana en los últimos años y creado cientos de trabajos que al mismo tiempo recuerdan la amplia brecha en los ingresos de una sociedad que por décadas luchó por ser la tierra de la igualdad absoluta.
"Hay muchas personas que han viajado al exterior, que han abierto sus negocios y que han tenido mayores posibilidades", dijo Ortega. "Este es un servicio para gente con recursos, mayormente, es un servicio al que realmente todos los cubanos no pueden acceder".
Para ella, en su país "este tipo de actitud es muy reciente".
Unas cuantas organizaciones trabajan en la esterilización y castración de perros callejeros y que buscan hogar para sus crías, pero los cubanos con recursos prefieren gastar entre 100 y 300 dólares en cachorros de raza que son vendidos de boca en boca o en sitios clasificados por internet que anuncian desde American Staffordshire terrier hasta Pomeranian. En un país donde los carros y las casas nuevas están fuera del alcance hasta de las personas más prósperas, tener un perro de raza es un símbolo de estatus que también significa una inversión futura, al poder tener cachorros para vender posteriormente.
La mañana del lunes, una docena de personas con cachorros de raza pura en brazos hacía fila afuera de la puerta de Luis Chow Chow, un negocio de cría y peluquería para perrosen El Cerro, un barrio de clase trabajadora.
Luis Aguiar, el dueño, dijo que el negocio familiar recibe entre 40 y 50 animales al día que son atendidos de distinta manera: baños o simplemente limpieza de oídos.
Al final de la fila permanecían Yazmil Fernández, de 27 años, y Ernesto Borges, de 26, una pareja que dirigen desde su apartamento una firma de diseño y mercadotecnia para propietarios privados de apartamentos. Fernández mecía a Luca, un cachorro de Rottweiler de 45 días que mordisqueaba su cadena de oro mientras esperaba.
El cachorro le costó 100 dólares cuando lo compró la semana pasada, explicó Borges. Sin embargo, el criador se los entregó malnutrido y necesitaban más que restos de comida para alimentarlo.
"Para este hay que comprarle la carne", dijo Borges.
Aguiar cobra cerca de un dólar por visitas rutinarias, que es accesible para los cubanos que tienen trabajados en el sector privado o reciben ayuda de familiares desde el extranjero. Para los más ricos, hay servicios especiales como visitas a sus casas para bañar a sus perros por 10 dólares la sesión.
"Las personas se inclinan muchas veces por los perros de raza (y) allí viene toda una atención que hay que mantener con ellos más que a los perros mestizos", dijo. "En la población en general ahora es que empieza a darse cuenta de lo que valen los perros".
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