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Madrid.— El Consejo de Estado francés anuló ayer la prohibición del burkini en la localidad de Villeneuve Loubet, en la Costa Azul. La sentencia crea jurisprudencia y abre la puerta a que se retracten la treintena de ciudades francesas que vetaron la prenda durante las últimas semanas.
La máxima autoridad judicial del país considera que perseguir el burkini es “un ataque desproporcionado a la libertad religiosa”, y que no hay pruebas de que su uso atente contra el orden público. La decisión pone fin temporalmente a una polémica que alcanzó su punto álgido cuando esta semana se difundió la imagen de cuatro policías armados rodeando a una musulmana en la playa de Niza para pedirle que se desprendiese del velo.
El burkini tiene poco que ver con un burka. El burka es una prenda agfana que cubre por completo la cara de la mujer. El burkini es un bañador de dos piezas en neopreno y licra que deja sólo a la vista los pies, las manos y el rostro. Lo diseñó en 2004 Aheda Zanetti, una musulmana australiana que quería que su sobrina, que jugaba al voleibol de playa con velo, “se integrase mejor al estilo de vida australiano”. Así lo explicó esta semana en el diario británico The Guardian.
La ola de atentados en Francia, y especialmente el ataque con un camión en julio que mató a 84 personas en Niza, ha reavivado el debate sobre la adaptación de los musulmanes europeos. Las localidades que han prohibido el burkini son casi todas de la Costa Azul, feudo de la extrema derecha. En casos como el de Córcega, el veto se debe a las peleas que ha generado la prenda entre mujeres que la vestían y bañistas que se mostraron agresivos con su condición de musulmanas.
Pero el debate en Francia sobre prendas musulmanas no es nuevo. El hiyab, velo islámico que cubre sólo el pelo, se desterró de las escuelas en 2004, junto con cualquier símbolo religioso (kipas judías y grandes cruces cristianas). En 2009, Nicolás Sarkozy prohibió en los espacios públicos los velos que cubrieran el rostro (niqabs y burkas).
Naciones con nexos culturales con Francia, como Bélgica y Suiza, han impuesto restricciones similares al velo y se han sumado al debate sobre el burkini. La polémica estos años se ha extendido a otros puntos de Europa, por ejemplo Alemania (que estudia la prohibición del velo integral) o Cataluña. En esta región española, 30 ciudades prohibieron en 2010 el velo, hasta que los tribunales lo impidieron por considerar que limitaban “el derecho a la libertad religiosa”.
La idea de prohibir el burkini no se ve con simpatía en la mayoría de Europa. Basta el ejemplo de Noruega, Suecia o Reino Unido, donde incluso las policías pueden usar hiyab siempre que no les cubra el rostro. Noruega (2009) y Alemania (2013) tienen antecedentes judiciales en favor del uso del bañador islámico en piscinas.
El debate ha enfrentado estos días a juristas, políticos e intelectuales del continente. El alcalde de Londres, el musulmán Sadiq Khan, ha criticado la prohibición pese a no ser un amante de la prenda. Amnistía Internacional (AI) y Human Rights Watch la han denunciado por considerarla dirigida contra los musulmanes y ayer AI aplaudió que el Consejo de Estado galo anulara “una prohibición totalmente discriminatoria y alimentada por prejuicios e intolerancia”.
En el otro campo, juristas como Fatiha Daoudi, doctora en la Universidad de Grenoble (Francia) opinan que el burkini nunca se usa de forma libre. “Las mujeres lo llevan bajo la influencia de un argumentario radical que reduce su cuerpo a su sexo y a un elemento de seducción que deben esconder”, explicó en el diario El Mundo.
Los expertos recuerdan que la peculiaridad de Francia respecto al resto de Europa es que es un país que considera la religión un asunto privado y defiende la laicidad de forma activa.
Sin embargo, la frontera entre secularismo y libertad individual no está clara ni dentro del gobierno. El primer ministro, Manuel Valls, apoyó la prohibición, pero la ministra de Educación, Najat Vallaud-Belkacem, dijo que aunque le horroriza el burkini como herramienta de opresión femenina, prohibirlo “libera el discurso racista”.
Especialistas en seguridad como David Thomson, autor del libro El yihadismo francés, advierten que la imagen de policías obligando a mujeres a “desnudarse” supone una publicidad excelente para el Estado Islámico. “Es un regalo para ellos que la policía municipal de Niza les haga el trabajo”, dijo.