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Recep Tayyip Erdogan, presidente turco, anunció ayer que 386 refugiados han sido devueltos por Europa a Turquía en la inauguración del polémico pacto para que Ankara frene la llegada de exiliados de la guerra en Siria. Bruselas sueña con que esos 386 sean el principio de una lista mucho más larga, pero el pacto antiinmigratorio con el vecino turco comienza a darle dolores de cabeza sólo unas semanas después de su firma, el 18 de marzo.
En 2015 más de 850 mil migrantes entraron a Europa desde Turquía. Para que Ankara frene el flujo y acepte readmitir a los que la UE ha comenzado a devolverle desde Grecia, los líderes comunitarios se han comprometido a pagarle 6 mil millones de euros, teóricamente destinados a atender a los refugiados. Como medida asociada al acuerdo que la convierte en gendarme fronterizo de la UE, Turquía ha anulado la libre entrada de sirios a su país y ha cerrado las fronteras, justo en un momento en el que los ataques aéreos de Bachar el Asad en el norte de Siria están causando un éxodo que podría llevar a 400 mil personas a su frontera, según Naciones Unidas.
Xavier Tissier, director en el norte de Siria de la ONG Mercy Corps, explica desde el terreno que tres de los once campamentos de refugiados en la zona han debido ser cerrados por las maniobras militares. “En la ciudad de Aleppo se han quedado sólo las personas más vulnerables y sin recursos para irse”, cuenta. Estas mareas humanas que huyen de las bombas ahora han pasado a chocarse contra las puertas cerradas de la frontera en virtud del acuerdo con Europa. “Turquía tiene una larga historia de acoger refugiados, y ya ha aceptado 2,6 millones de sirios desde que la crisis comenzó. Más que cualquier otro país”, explica Tissier.
El pacto ha sido criticado por varias asociaciones como un golpe letal a los valores europeos, pero ahora parece que esta demostración de descarnado pragmatismo por parte de Bruselas está empezando a revelarse menos práctica de lo deseado. Para empezar, el arquitecto del acuerdo, el primer ministro turco, Ahmet Davutoglu, ha anunciado que dejará su puesto a finales de mes.
Davutoglu, durante cinco años ministro de Exteriores mientras Erdogan era primer ministro, lo relevó en la jefatura de Gobierno cuando éste dio el paso a la presidencia en 2014. Desde entonces las tensiones han sido continuas: Erdogan, dentro de su evolución autoritaria, avanza hacia un régimen presidencialista en el que el Gobierno y el Parlamento se diluyan, y Davutoglu se ha opuesto a varias de sus iniciativas.
Una de las cosas que Erdogan criticaba a su visir, un avezado diplomático, era precisamente su concesión a las peticiones de Europa, con quien Turquía tiene una relación de amor-odio después de los desplantes de Bruselas a Ankara cada vez que ésta se ha lanzado a intentar integrarse en la UE. Una vez con Davutoglu fuera de la foto, Erdogan se ha apresurado a mandar mensajes hostiles a los Veintiocho.
Para entender la naturaleza de estos desaires, primero hay que precisar que los 6 mil millones de euros no son el único incentivo que Bruselas ha usado para calentar el corazón de Turquía en su cooperación sobre refugiados. La UE también se ha comprometido a reabrir las negociaciones para que el país se incorpore al club europeo, y como primera muestra de buena fe dará todas las facilidades para que en junio los 79 millones de turcos puedan entrar a la Unión sin visados.
Sin embargo, para lograr la exención, Ankara debe cumplir 72 requisitos, entre los cuales está modificar su legislación antiterrorista y de protección de datos para ser más garantista con los derechos individuales. El viernes Erdogan dijo que no modificará la legislación antiterrorista y que Europa debe de dejar al país “que siga su propia vía”. Ayer en una nueva declaración, dio la exención de visados por sentada, sin necesidad de más concesiones, asegurando que “aliviará algunas de las frustraciones causadas por 50 años esperando a las puertas de Europa”. El presiente plantea un desafío indisimulado. “Ankara ha dicho claramente que suspenderá el acuerdo de readmisión de refugiados si no recibe la exención de visados europea, lo que potencialmente llevaría al colapso del pacto sobre refugiados”, explica en un artículo en Politico el analista turco Sinan Ülgen. “La perspectiva más probable es un amargo divorcio”.