El martes 22 de marzo, pasadas las ocho de la noche, un grito eufórico estalló en un pequeño pub irlandés del centro de la ciudad de Phoenix: un presentador de la cadena Fox News anunciaba a Donald Trump como el ganador de las elecciones primarias del Partido Republicano en el estado de Arizona. El triunfo rotundo con 46% de los votos, más del doble que su contendiente cercano, Ted Cruz, dio al magnate el vigésimo estado de los 30 que hasta ese momento habían celebrado elecciones primarias dentro de su partido.

Gesticulando, abrazándose y palmeándose las espaldas con fuerza unos a otros, colaboradores y simpatizantes de Trump —incluido el controversial sheriff del condado de Maricopa, Joe Arpaio— ponían fin a una contienda estatal caracterizada por una guerra de protestas, enfrentamientos con opositores, el bloqueo de una autopista y tres arrestos de activistas antiTrump. La batalla por los 58 delegados de Arizona había valido la pena.

Arizona no es el único estado que se ha convertido en un campo de batalla literal en la carrera de Trump por la candidatura. En los últimos meses, el magnate millonario que tomó por asalto al Partido Republicano ha marcado su campaña con declaraciones racistas —los mexicanos son violadores y narcotraficantes—, sexistas —descalificando por su aspecto a las reporteras que lo cuestionan—, ha atacado a grupos y líderes religiosos, y ha sido acusado de mentir, manipular e incitar a la violencia. Sus actos de campaña han registrado incidentes violentos en estados como Virginia, Alabama, Florida, Illinois y Nueva York.

A principios de marzo, el equipo de la revista Político publicó un análisis de 4.6 horas de discurso público de Trump. En él encontraron más de 50 declaraciones falsas, exageraciones o caracterizaciones erróneas, equivalentes a una mentira cada cinco minutos. “Trump alimenta la narrativa de ‘nosotros contra ustedes’ y un clima de ansiedad que le da un poder adicional”, escribió Michael Bond, columnista del diario USA Today, el día de la elección en Arizona.

Lejos de desmentir esta opinión, Trump se jacta de ser el único aspirante a la candidatura que dice las cosas que piensa el electorado, o al menos sus seguidores; una clase media pauperizada, mayoritariamente anglosajona, que en los últimos años recibió los golpes de la recesión que inició en el año 2008 perdiendo empleo y vivienda, y que aún no se recupera. “Trump ha capturado un sentimiento nacional”, explica Juana Summers, editora política de Mashable. “Ha establecido una conexión con sus seguidores no a partir del patriotismo o la esperanza, sino avivando su ansiedad sobre la economía, la seguridad nacional y sus miedos con respecto al país que aman”.

En una reunión con la junta editorial del diario New York Times, el aspirante a candidato reconoció que existen temas con los cuales logra encender los ánimos de la gente en sus eventos. “Si empieza a ponerse un poco aburrido, si veo que la gente empieza a mostrar deseos de irse, basta con decir: ‘¡Vamos a construir el muro en la frontera!’ para que enloquezcan”.

Donald Trump ha desarrollado el arte de capitalizar la ira y parece estar orgulloso de ello.

Dos bandos

La mañana del 19 de marzo, tres helicópteros sobrevolando una autopista bordeada de montañas y saguaros indicaban el punto en el que un grupo de manifestantes interrumpían el tránsito rumbo al exclusivo suburbio de Fountain Hills, al noreste de Phoenix, en donde se celebraría un acto de campaña con la presencia de Trump. Sentados en medio del camino frente a dos vehículos que bloqueaban el paso, los manifestantes extendieron mantas y sacaron carteles con leyendas en contra del precandidato.

Durante todo el día los noticieros de televisión repitieron las imágenes de las protestas. Un sheriff Arpaio furioso, azuzando a la multitud desde el estrado: “Si estos maleantes creen que pueden afectarlos a ustedes —refiriéndose a quienes bloquearon la autopista—, con el próximo presidente de Estados Unidos eso no va a ocurrir”. Las voces de cerca de tres mil personas coreando: “¡Trump, Trump, Trump!”.

Pero más allá de las notas de televisión, tanto los manifestantes como los seguidores de Trump se mostraban ansiosos por explicar su postura personal. Sandra, una chica opositora al millonario, sostenía un cartel con un juego de palabras: “Love Trumps Hate”, el amor triunfa sobre el odio. Antes de que iniciara el evento, un grupo de cuatro hombres le gritó y uno de ellos se le acercó con el fin de intimidarla.

“Al final terminamos en una conversación de unos 20 minutos en la que tuvimos un diálogo real”, dice un poco sorprendida. “Pero por otra parte, un hombre muy enojado me aventó una piedra en la cabeza, así que la lección es que no puedes juzgar a un grupo completo por la actitud de uno u otro”.

Greg Harris acudió acompañado por su hijo. No está de acuerdo con los enfrentamientos y tampoco está completamente de acuerdo con Trump, pero sí está molesto por la situación en Estados Unidos, en particular por lo que toca a la estabilidad económica. “No creo que Trump sea perfecto, pero es el que mejor me representa en sus políticas, su postura con respecto al comercio”.

Jessica Coulson, vecina de Fountain Hills y simpatizante del magnate, también rechaza que se le califique como antiinmigrante. Para ella, Estados Unidos no ha podido recuperarse de la crisis y por eso debe enfocar sus recursos en que quienes viven legalmente en el país mejoren su calidad de vida, para después mejorar la de los demás.

“En Estados Unidos no estamos bien. Y si no estás bien, ¿cómo vas a ser líder? Es como cuando vas en un avión y falta el oxígeno: te piden que los adultos sean los primeros en ponerse la máscara de oxígeno, para después ayudar a los niños. Si no estamos recibiendo suficiente oxígeno, ¿cómo podemos ayudar a los demás?”, cuestiona.

Una crisis que se arrastra

La metáfora de la falta de oxígeno es válida para muchos de los seguidores de Trump. Un reporte de Pew Research Center publicado a finales de 2015 indica que tras décadas de haber sido la mayoría económicamente activa en el país, la clase media de Estados Unidos está en una reducción continua. Hoy 50% de la población adulta forma parte de la clase media estadounidense, lejos de 61% que la conformaba en la década de los setenta.

Esta realidad ha caído como piedra sobre toda la contienda electoral.

La combinación de los factores con las características del electorado que sigue naturalmente a Trump, ayuda a explicar el éxito de su discurso incendiario. Trump promete a quienes lo siguen regresar a Estados Unidos la grandeza que antes tuvo y la gente le cree. Cuando se plantea a sus seguidores la posibilidad de que los planteamientos de Trump sean erróneos o inexactos, la respuesta es contundente. “Es un hombre exitoso”, afirma David, un joven que vende camisetas con la imagen del millonario afuera de sus eventos. “Yo creo que la manera en la que ha manejado sus negocios es como manejará el país”.

La encuesta más reciente de YouGov.com, pregunta a sus entrevistados. “¿Cree usted que Donald Trump se preocupa por gente como usted?”. En el Estados Unidos de los cupones de comida y la crisis hipotecaria, seis de cada 10 respondieron que sí.

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