Entre gritos de “¡Fuera!” y cacerolazos, miles de personas protestaron contra la designación, ayer, del ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva como nuevo jefe del gabinete de la mandataria Dilma Rousseff, una medida que detractores ven como un intento por evitar que éste sea arrestado en conexión con recientes escándalos de corrupción en Brasil.

La versión de que el gobierno busca impedir que Lula sea enjuiciado cobró fuerza horas después, cuando el juez Sergio Moro, quien lleva su caso, diera a conocer una grabación hecha ayer mismo en la que la mandataria dice a su predecesor que le enviará el documento oficial en el que lo designa ministro, lo que le confiere el privilegio de los fueros, para que “lo use en caso de necesidad”. El abogado de Lula tachó de “arbitrariedad” la grabación.

El punto es que gracias al fuero, los procesos que enfrenta Lula, incluso una denuncia penal y una petición de arresto preventivo, sólo podrán ser analizados y juzgados por el Supremo Tribunal Federal.

Unas 2 mil personas se reunieron frente al Palacio del Planalto, en Brasilia, para exigir la dimisión de Dilma y criticar el nombramiento de Lula. “¡Renuncia, renuncia, renuncia!”, gritaban los manifestantes, cuyo número creció al darse a conocer las grabaciones. En Río de Janeiro, cientos de personas protestaron haciendo sonar las cacerolas. Las protestas se dan luego de las manifestaciones masivas del pasado domingo contra el gobierno que llevaron a las calles de todo el país a cerca de 3.5 millones de personas.

El ex presidente de Brasil Fernando Henrique Cardoso (1995-2002) consideró “escandalosa” la designación de Lula y dijo que eso sólo “aumenta la crisis moral en el país”.

Rousseff negó las acusaciones y aseguró estar “muy contenta con el arribo” de Lula da Silva. “Al unirse a mi gobierno, lo fortalece”, dijo en una rueda de prensa en la capital del país, Brasilia. Insistió en que las investigaciones a Lula por supuestamente haberse beneficiado de los desvíos de fondos en la petrolera estatal Petrobras continuarán, pero en otra instancia.

El cargo otorgará a Lula mucha influencia, ya que desde él podrá tener voz y voto en todas las decisiones de su sucesora, tanto en materia política como económica, y lo convertirá en el principal interlocutor del gobierno con el Parlamento. Debido a esta acumulación de funciones, la oposición ha calificado a Lula como un “presidente en la sombra” que llega para reemplazar a una Rousseff que, dicen, “abdicó” a su cargo. Dilma subrayó que le concederá a Lula “los poderes necesarios para ayudar a Brasil”.

A decir de analistas, Da Silva llega al gobierno para salvar el mandato de Rousseff. Para lograrlo, tendrá una serie de misiones: una, reconquistar a la coalición oficialista, debilitada y bajo amenaza de abandono del principal socio, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), al cual pertenece el vicepresidente Michel Temer. Esto es vital para que no avance en el Congreso el proceso con miras a destituir a Rousseff, aunque anoche se anunció que hoy se retoma el trámite. Otra, recuperar el apoyo de los grupos de izquierda, alejados de Rousseff por su política económica. Una tercera, inyectar una dosis de optimismo respecto a la economía del país, inmersa en la peor recesión en 25 años.

No obstante, las varias denuncias de corrupción contra Lula han corroído su halo de intocable y los analistas advierten que podría terminar de hundir a Dilma y al país.

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