La costa de Lesbos ya estaba cerca. Sólo habrían hecho falta 10 minutos más. Sólo 10 minutos, dice Nazad, y sus hijos seguirían con vida. Pero una embarcación de la guardia costera griega embistió la barca a bordo de la cual 41 refugiados sirios se dirigían hacia la isla. La embarcación de madera se rompió por la mitad y comenzó a hundirse de inmediato. Nazad pudo salvar a siete de los 10 niños que estaban bajo cubierta sacándolos por una ventana rota. Pero tres de sus cuatro pequeños murieron.
Dos semanas después, Nazad y otros supervivientes de la tragedia están sentados en una pequeña casilla de madera en el campo de refugiados de “Pikpa”, cerca del aeropuerto de Lesbos. El sirio de 36 años no quiere decir su apellido por miedo al servicio secreto de su país. Con una mirada oscura perdida intenta, tartamudeando, contar lo sucedido.
Estalla, gesticula y explica que no pudo nadar más profundo por el chaleco salvavidas y que entregó a los niños que pudo agarrar a los otros refugiados. Las autoridades griegas están investigando ahora si la guardia costera causó el accidente intencionalmente.
Un viento frío entra por la puerta abierta de la cabaña y las personas dentro sienten frío. El tiempo empeoró y el viaje por mar es ahora más peligroso, pero la cantidad de refugiados no ha disminuido.
Al contrario: la Organización Internacional para las Migraciones registra actualmente en Grecia la mayor cifra de llegada de refugiados desde comienzos de año. Según estos datos, desde el 17 al 21 de octubre llegaron a Lesbos 27 mil refugiados. La cifra oficial de muertos en ese tiempo es de 18, pero hay numerosos desaparecidos y no se sabe nada de ellos.
Nazad y su mujer Nadia, en cambio, tienen certeza. Sólo su hija de seis años sobrevivió. Sus otros hijos, dos niñas y un niño de siete, tres y medio año, respectivamente, están en la morgue del hospital de Mytilini, la capital de Lesbos. La mujer de Nazad está muy traumada y apenas habla. Unos voluntarios intentan allanar el camino para trasladar los restos de los niños con el fin de ser enterrados en su país, pero la burocracia es implacable.
Otros voluntarios intentan facilitar las cosas a Nazad y su familia para que puedan llegar a Alemania. Hay un hermano que vive en la ciudad alemana de Paderborn, pero eso ya no sirve, porque el programa federal para la acogida de refugiados sirios y la reagrupación familiar que preveía terminó en febrero de 2014.
Esa es una de las razones, según el director de la organización de ayuda al refugiado Pro Asyl, Günter Burkhardt, de que lleguen más refugiados por mar. “Ya no hay ninguna manera de ingresar de forma legal. Si ahora también se levantan cercos en la ruta de los Balcanes, eso desata el miedo y hace que las personas corran a los botes”.
La ruta de los Balcanes, de todas maneras, ya no es una opción para Nazad. Su mujer Nadia está demasiado débil y no podría hacer todo ese camino con su hija pequeña. Sólo queda que los reconozcan como solicitantes de asilo. Pero también eso parece imposible, en primer lugar porque las autoridades griegas en la isla están totalmente desbordadas.
“Moria fue construido en su momento como campamento para personas a ser deportadas, pero ahora será un hotspot (centro de registro). Pero allí falta todo tipo de estructura estatal, las personas están sin techo y están durante horas al aire libre con todo tipo de clima para conseguir los papeles”, dice Burkhardt, que acaba de visitar Lesbos.
Nazad no conocía las reglamentaciones alemanas y la situación en las fronteras de Europa cuando inició el recorrido con su familia.
Reunió 15 mil euros para el viaje. “Desde 2011, cuando estalló la guerra en Siria, sólo trabajé para reunir el dinero para la huida”. dice. Luego respira profundamente y hace un balance: “Pagué ese dinero para la muerte. Mis hijos sobrevivieron a [Bashar al-] Assad para morir aquí”. Y concluye decepcionado: “No reconocemos esta Europa, en la que la gente muere y nadie ayuda”.