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Aunque algunos románticos lo han soñado muchas veces, la ONU no es ni será una suerte de gobierno del mundo. De hecho, la idea de que algún día contemos con una autoridad mundial en donde los países funcionen como Estados o provincias de un sistema globalmente integrado, es cada día más lejana. Desde los años 30 del siglo pasado no habíamos vivido una etapa como la actual, marcada por los nacionalismos y la ausencia de cooperación para resolver los grandes asuntos globales. Revertir esta tendencia es el gran desafío para las Naciones Unidas.
Atravesamos por una inexplicable paradoja: jamás en la historia el mundo había estado tan intensamente interconectado como hoy. Lo que sucede en un pequeño país como Siria en lo político, o en otro pequeño país como Grecia en lo económico, tiene un impacto general para el mundo, sea en la forma de oleadas incontroladas de refugiados o al poner en jaque al sistema financiero internacional.
Ni qué decir del impacto que cada país genera sobre el medio ambiente, el más común de los bienes de la humanidad. A pesar de ello, algunos gobiernos no logran percibirse como parte de la aldea global, sino que, por el contrario, siguen creyendo que sus acciones aisladas podrán ponerlos a salvo de tendencias que claramente rebasan sus fronteras.
La ONU no está diseñada para gobernar al mundo, para cobrar impuestos o impartir la justicia. Sus mandatos centrales son los de preservar la paz y la seguridad internacionales y promover el desarrollo económico y social de los pueblos. Para ser justos, a 70 años de su creación hay que evaluar su desempeño a la luz de esas dos metas. Su objetivo principal se ha cumplido: el planeta no ha vuelto a vivir una guerra mundial como las que ocurrieron en 1914 o en 1939. De hecho, con el paso del tiempo, las guerras internacionales prácticamente se han erradicado, dando paso a conflictos internos, como los de Siria, de Sudán o de Haití.
Las guerras entre países han ido desapareciendo gracias a los mecanismos de mediación, la imposición de sanciones y las resoluciones del Consejo de Seguridad. El reto actual consiste en evitar que las guerras civiles se conviertan en escenario de la rivalidad entre las grandes potencias, como ocurre entre Estados Unidos y Rusia en el conflicto de Siria.
En materia de desarrollo económico y social el balance es contradictorio. De una parte, Oxfam acaba de lanzar un estudio inquietante: el 1% de los habitantes de la Tierra detenta la mitad de la riqueza mundial. La concentración del ingreso ha alcanzado niveles sin precedentes. Pero al mismo tiempo, las metas del milenio arrojan resultados alentadores: desde 1990 la pobreza extrema se ha recortado a la mitad, pasando de 1.9 miles de millones de personas a 836 millones este año. Lo mismo sucede con el combate al hambre extrema, la cual se ha reducido a la mitad en el mismo periodo. El reto que se aprobará estas semanas en la sede de la ONU es lograr la erradicación mundial del hambre para el año 2030.
En el balance, la ONU ha facilitado que en las últimas siete décadas el mundo viva la mejor etapa de la historia humana. La enorme mayoría de los miembros de la comunidad internacional se encuentra en mejores condiciones hoy que al momento de suscribirse la Carta de San Francisco. El bienestar de las personas, el respeto a los derechos humanos y la capacidad para resolver disputas han progresado de manera ostensible.
La diplomacia es probablemente el invento más importante que haya creado la humanidad. Antes de existir y de consolidarse como práctica internacional, cualquier ambición o conflicto de intereses se dirimía mediante el recurso de la guerra. Hoy se dan tensiones, muy intensas a menudo, entre diplomáticos de saco y corbata, no entre generales con muchas estrellas en el uniforme. Y a pesar de que los arsenales del mundo son más grandes y mortíferos que nunca antes, para fortuna de todos no se ha desatado un conflicto nuclear, las guerras son cada día más localizadas y el mundo puede dedicar mayores recursos a proveer una mejor calidad de vida a los ciudadanos.
Cuando la mayoría de los mandatarios del mundo se reúna en esta 70 Asamblea General de la ONU, la misión prioritaria de los jefes de Estado y de gobierno debe encaminarse a fortalecer la capacidad de los diplomáticos para someter los vientos preocupantes de los nacionalismos a la única visión moderna que puede prevalecer: la de aceptar que en el mundo actual, los grandes problemas globales solamente pueden atenderse cuando los Estados reconozcan que el interés nacional y el interés global son parte de la misma ecuación.
Internacionalista. Ex embajador de México en la ONU