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Tegucigalpa
Pobreza, analfabetismo, dengue y chikungunya atacan por todos los flancos. Maras y mafias del crimen organizado desafían el acoso militar y policial. Al recetario de ingredientes explosivos, el condimento de la corrupción se unió para detonar un cóctel de presión política y socioeconómica contenida por décadas en la hoguera de Honduras.
El colchón hondureño —pasividad, resignación, conformismo, miedo y silencio— cedió a una pesada carga de descontento, se desfondó y se hundió. Honduras —como su vecina Guatemala— entró a una acelerada crisis institucional por el desplome de una estructura político-partidista enquistada hace más de cien años en un tejido de tráfico de influencias, bayonetas y enriquecimiento ilícito.
En una sacudida a los poderes tradicionales, las calles hondureñas reflejan ahora un profundo descontento. Miles de hondureños indignados marchan con antorchas, desde finales de mayo pasado, para repudiar al presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, exigirle su renuncia y lanzar un tupido cuestionamiento (todavía verbal y pacífico) al gobernante Partido Nacional (PN).
La espoleta que agudizó la crisis salió por un desfalco de más de 350 millones de dólares en el estatal Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS) de 2010 a 2014 en el gobierno del anterior presidente de Honduras, Porfirio Lobo, también del PN. El escándalo, por el que están presos jerarcas del instituto y empresarios y hay funcionarios en fuga, creció al confirmarse este año que empresas fantasma que gestaron el fraude financiaron en 2013 parte de la campaña electoral que ganó Hernández como candidato del PN.
“La olla de la corrupción política en Honduras está en proceso de estallar. Pequeñas válvulas ya se abrieron”, dijo el periodista hondureño David Romero, director de Radio y Globo Televisión, de esta capital, y figura emblemática de la crisis.
“Se abrió la caja de otros casos de corrupción. El pueblo está harto, indignado”, declaró a EL UNIVERSAL. El periodista espera sentencia, ya que un tribunal de Tegucigalpa le juzgó este mes al ser acusado de injurias, calumnias y difamación por desnudar los recovecos del fraude al IHSS y los hilos que conducen al PN, a Hernández y a la fiscalía general, en una colección de cheques surgida del desfalco y en ruta al partido.
De manera reiterada, este diario solicitó —sin éxito— una entrevista con Hernández para que se defendiera de las acusaciones. El mandatario, quien asumió en enero de 2014, y el PN admitieron en público que recibieron los cheques sin conocer su origen, pero Hernández afirmó que en su gobierno nadie compró impunidad.
Los hondureños debaten si emulan a los guatemaltecos. Con aval de la Organización de Naciones Unidas, en 2007 inició tareas la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), con capacidad querellante, para acabar con la impunidad en esa nación. La de Honduras se llamaría CICIH.
En este contexto, la Organización de Estados Americanos (OEA), como facilitadora y a petición de Hernández, instaló ayer en Tegucigalpa un diálogo nacional contra la impunidad, con presencia del gobierno y de otras fuerzas sociales y políticas. Hernández, quien recibió ayer en la Casa Presidencial al secretario general de la OEA, Luis Almagro, y al chileno John Biehl del Río, designado por el organismo para acompañar el “diálogo nacional sin condiciones”, dijo que esta es una oportunidad constructiva para los hondureños.
El gobierno, comentó la cancillería, hondureña, confía en que los facilitadores propondrán un formato de diálogo “que asegure que todos los sectores sientan que sus expresiones críticas o aportes, para contribuir al combate a la corrupción e impunidad, tienen igualdad de condiciones y oportunidades en la agenda a desarrollar”, pese a las “naturales divergencias o coincidencias”.
Aunque las denuncias por el fraude al IHSS salpican al opositor Partido Liberal (PL), segunda fuerza política hondureña, la secuela más intensa del escándalo se ciñó sobre el PN, que controla los poderes Ejecutivo y Legislativo e influye en el Judicial.
Postrados
Millones de dólares corren por las sendas ilícitas, mientras el deterioro social postra a la población. En un país con 21.5% de analfabetismo en el área rural y 7.5% en la urbana, datos oficiales muestran que dos terceras partes de sus 8.7 millones de habitantes viven en pobreza y 42.6% en extrema pobreza, mientras que 10% que recibe los salarios más altos acapara 42% del ingreso nacional y el 10% más bajo sólo recibe 0.17%.
La inseguridad crece y surgen nuevos capos del narcotráfico, pese a la extradición a Estados Unidos de jefes mafiosos y a que la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes bajó de 79 en 2013 a 68 en 2014, según el Instituto Universitario de Democracia, Paz y Seguridad. En la seguridad social devastada por el desfalco, las epidemias del dengue —32 mil 612 casos en 2015— y del chikungunya—60 mil 741 de julio de 2014 al 5 de agosto de 2015—golpean el urgente suministro de medicamentos.
“La corrupción mata en Honduras”, acusó el hondureño Wilfredo Méndez, director del (no estatal) Centro de Investigación y Promoción de los Derechos Humanos y uno de los líderes de los indignados. “El latrocinio en la seguridad social mata. Sabemos que 10 mujeres murieron por medicinas adulteradas”, afirmó Méndez a este diario.
El (no estatal) Movimiento Amplio por la Dignidad y la Justicia, que combate la corrupción, pidió el 26 de mayo anterior a la fiscalía investigar el nexo entre la muerte de 2 mil 888 personas de 2012 a 2014 en hospitales del IHSS con la falta o deterioro de medicinas y el aplazamiento de intervenciones quirúrgicas y otros servicios por el desfalco.
Gritos
¿Cuál es la ruta?, preguntó, micrófono en mano y en un templete de madera, un exaltado animador de la muchedumbre, en un reclamo que retumbó en un rincón de Tegucigalpa, a un centenar de metros de la Presidencia de Honduras, y ante miles de indignados. A gritos, y en referencia a Hernández, los indignados respondieron: ¡Sacar a ese hijuep…! La escena fue seguida de cerca por expectantes tropas antimotines, ataviadas con escudos policiales, armas de fuego, gases lacrimógenos, cascos, toletes y cachiporras, formadas en fila y listas para reaccionar ante un movimiento sorpresivo de los indignados y de sus antorchas siempre ardientes.