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Oxi. En tan sólo unos días el mundo entero aprendió otra palabra griega (como crisis o democracia). Es posible que la discusión de coyuntura y la enorme cantidad de información al respecto nos impida dimensionar de mejor manera el impacto en la Unión Europea (UE) del resultado del referéndum griego del domingo pasado.
El holgado triunfo del “no” a las condiciones, tal como estaban expuestas en el último documento base de negociación, de los acreedores europeos y el Fondo Monetario Internacional (FMI) por la población griega es un giro histórico en el largo proceso de construcción europea. Pero no uno de los principales tropiezos de la integración.
Para algunos, el referéndum se reducía a decir sí o no al euro y a la UE. El cálculo del gobierno de Atenas es distinto: comprometido con una ideología, una vía para regresar al ámbito nacional un debate complicado que se trasladó desde la península y archipiélago helénicos a otras capitales europeas y Washington, y una forma de ganar tiempo y forzar otros términos de negociación. Pero no una manera de justificar el Grexit (la salida de Grecia de la eurozona). Claro que el recurso democrático del que echó mano el gobierno de (el primer ministro Alexis) Tsipras sorprendió, porque normalmente nadie consulta a la población en materia de finanzas públicas.
Si Twitter hubiera existido en el año 2005, los hashtag Non y Nee se habrían vuelto trending topic. A mediados de ese año, Francia y Países Bajos rechazaron en respectivos referendos nacionales el proyecto de Tratado por el que se establece una Constitución para Europa. Era una de las iniciativas más audaces, y no tuvo éxito; pero la UE no desapareció. Tuvieron que pasar cuatro años más para reformular los contenidos esenciales del tratado, en lo que se llamó Tratado de Lisboa, y que entrara en vigor a fines de 2009. En el verano de aquel 2005, Jürgen Habermas decía que los “no” francés y neerlandés no eran un “no a Europa”, sino un “así no”. Diez años más tarde, Habermas levantó la voz sobre el problema político de fondo (la falta de voluntad), y redimensionó el rol de lo económico en la actual relación Grecia-UE.
El domingo pasado Grecia tampoco dijo “no” a Europa, sino “así no”. Ese es el mensaje que tienen que leer los líderes europeos (y la reunión de ayer entre el presidente de Francia y la canciller de Alemania debía ser el inicio de ello) y empezar a pensar como estadistas, con un horizonte europeo de largo plazo, en vez de actuar como el “cobrador del frac” (ya el FMI y las agencias calificadoras cumplen el papel de Buró de Crédito).
En palabras del primer ministro de Italia, si los padres fundadores de las Comunidades Europeas —que evolucionaron en lo que hoy es la UE— hubieran estado presentes en las más recientes cumbres de jefes de Estado y de Gobierno para analizar el caso griego, se sentirían avergonzados de lo que hacen hoy unos y otros en este diálogo de sordos en que se convirtió la negociación entre Atenas, Bruselas (como conjunto de los países de la Unión, pero especialmente la voz y la tozuda posición de Berlín) y Washington (ciudad sede del FMI).
Hace 65 años la vertiente económica de la integración en Europa fue la vía para alcanzar un objetivo político; hoy la economía es el fin, y no el medio. El referéndum griego abrió la oportunidad de centrar a los ciudadanos en el debate y el futuro de Europa, que habían sido desplazados por la preferencia a los mercados. El problema de la UE no es un referéndum sobre una deuda materialmente impagable en un país pequeñito en la dimensión comunitaria. El desafío es que los europeos recuperen el ideal y los valores que hace tres milenios empezaron a forjarse en Grecia.
Zirahuén Villamar es candidato a doctor por la Universidad Libre de Berlín y académico de la Facultad de Economía de la UNAM. Twitter: @zirahuenvn