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Pequeñas nubes de humo blanco con aroma peculiar se perciben entre los parques, avenidas y hasta en el Monumento a la Revolución. Provienen de grupos conformados, en su mayoría, por jóvenes, quienes tras el fallo de la Suprema Corte de Justicia (SCJN) que avaló respetar el uso lúdico de la marihuana, cuatro personas han decidido dejar de esconderse.
Estos chicos están conscientes, aseguran, de que aún con la posible legalización habrá quien siempre los rechace o los mire mal.
“La marihuana nunca se va a poder consumir con libertad, ni aunque la legalicen, además, no es un tema nuevo, en todos lados hay quienes la fuman”, comenta Sam, una joven de 22 años y quien fuma cannabis desde que tenía 17.
Sentada junto a tres amigos suyos en una de las bancas de la Alameda Central, comienza a armarse el porro, le dan fuego y como parte del ritual conocido entre quienes fuman, lo pasan de mano en mano haciendo un circulo “de la paz”.
Al respecto de la discusión en la que la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) ha abierto una posible puerta al análisis para la legalización de la mariguana, consumidores aseguran que la aprobación no traería solamente buenas intenciones, pues las autoridades harán lo posible porque el consumo sea limitado.
“Al legalizarla se empezará a pensar una manera de controlar el consumo y ponerle impuestos, eso seguirá inhibiendo la libertad de fumarla pues seguramente pondrían lugares específicos para consumirla y continuaría la persecución hacia quienes lo hagan en otros lugares”, comenta Sam.
La edad y el origen social no importan cuando de compartir un porro se trata. Sam y uno de sus amigos tienen apariencia estudiantil. Otro de los jóvenes es obrero, y uno más, que se acerca a ellos, vive en la calle. Aquí la discriminación, dicen, no existe.
Prejuicios. Otro consumidor de cannabis indica que resulta incomprensible la manera en la que se estigmatiza a los fumadores al relacionarlos con la delincuencia, por un lado o tacharlos de personas que no hacen nada, que son viciosos y sin aspiraciones en la vida, situación, que es injusta, sostiene.
Comenta que abrir el paso a la comercialización y siembra también combatiría actos de violencia debido a que comprar marihuana implica riesgos.
“A veces tenemos que salir de madrugada para comprarla o con gente que además de venderla se dedica a otros vicios o negocios (haciendo alusión a la delincuencia)”, explica que esas situaciones los ponen en peligro por el simple hecho de buscarla para uso personal, pues generalmente se compra con desconocidos y eso es un riesgo.
En la explanada del Monumento a la Revolución varias personas se reunen para cantar con una guitarra. El más joven de todos, estudiante del Politécnico, es quien ameniza la reunión.
Algunos de ellos consumen alcohol y otros, como “Iván”, fuman marihuana.
Explica que padece hiperactividad y el hecho de consumirla le ayuda a sentirse más calmado y concentrado.
“Estoy totalmente a favor de la legalización, fumarla no nos hace diferentes y también nos va a ayudar a no tener que entregar mordidas porque por traer hasta 20 pesos de mota me han sacado 200 pesos”, dice.
Durante la charla, “Iván” combina el tocar y cantar con inhalar el sabor del cigarro que preparó de manera artesanal: limpió su yerba, la dejó sin ramitas, luego la colocó en un pequeño trozo de papel estraza, la enrolló y finalmente lo selló con su saliva.
Asegura que hay un gran desconocimiento de los efectos y beneficios de la mariguana, pues en comparación con otras drogas y sustancias “la mota no nos hace agresivos. No molestamos a nadie con esto aunque mucha gente se ofende sólo con vernos”, reclama el muchacho, quien no deja de tocar su guitarra, sólo deja de cantar para fumar y platicar.
Metros más adelante, a la altura del Ángel de la Independencia, una pareja de novios camina tranquilamente entre el camellón de Avenida Paseo de la Reforma, el humo de su cigarro se esparce, en segundos se detecta, es marihuana. Ella aspira del porro y suelta el humo como si se tratara de un cigarro cualquiera con tabaco, pero no es así, es yerba, de la verde, de la buena, como le dicen.
La chica trae su cigarro en la mano izquierda, en la derecha sostiene la de su novio.
Pasa el cigarro al varón, la pareja se ve tranquila, ella luce un vestido floreado, él, pantalón rojo con playera sin mangas. Van con la cabeza en alto tomados de la mano, no les importan las miradas, se ven seguros. Se besan, y le devuelven un beso más a su porro. Entre la multitud se alejan, la gente los ve, pero no se atreven a molestarlos.
Ellos siguen fumando, ahora en las calles.