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Fernando Álvarez estaba sentado en una banca del salón donde tomaba la primera clase del que se convertiría en un jueves negro. A sus 22 años cursaba la licenciatura en Administración de Empresas en la Universidad La Salle.
A las 7:19 horas el grupo entero sintió una sacudida tremenda que los obligó a resguardarse. La escuela no tuvo daños mayores pero al salir vio en la televisión que varios edificios habían caído en colonias como la Roma, donde vivía su abuela, quien estaba a salvo.
Fue en la Roma y en la Doctores donde empezó a ayudar en la remoción de escombros junto a otros jóvenes durante jornadas de ocho a 12 horas. “No estábamos entrenados”, dice.
Primero se acercó a las ruinas del multifamiliar Juárez a apoyar a romper con mazos una losa para sacar a un niño de unos ocho años, que fue rescatado después de cuatro horas de golpear el concreto entre 12 personas. El pequeño estaba en shock pero ileso.
“Su mamá había muerto al protegerlo del colapso”, lamenta Fernando Álvarez Bravo, que en aquel momento, sin pensarlo, se convertía en uno de los fundadores de la brigada Topos Tlatelolco.
Comenta que “la sociedad civil ayudó de forma desinteresada, llevaba agua, comida, martillos, palas y picos, y las autoridades fueron sobrepasadas, no había suficientes camiones de bomberos, ambulancias y había hospitales derruidos y la sociedad civil trató en muchos casos de cubrir esa falta de respuesta”.
Asegura que un periodista de la época fue quien les puso el apodo de topos por meterse en pequeños espacios entre los escombros. Cerca de un año después de la tragedia, junto con unas 25 personas que se habían conocido en la remoción de escombros, como Rafael López, quien auxilió en el derrumbe del edificio Nuevo León, en Tlatelolco, constituyeron legalmente la Brigada de Rescate Topos Tlatelolco.
Fernando se alejó un tiempo, pero ahora lleva 18 años sin interrupción en el grupo. Asegura que formar parte de la brigada implica una filosofía de vida basada en el compañerismo, altruismo y voluntariado.
Ha participado en labores de rescate en los tsunamis de Indonesia y en los terremotos de Haití y Nepal, entre otras tragedias, pues estima que los Topos han brindado apoyo en unos 15 países.
A 30 años de la tragedia del terremoto, advierte que hace falta mayor conciencia de la población para prevenir desastres.
Más de 18 años de servicio
En muchas ocasiones la labor de brigadista pone a Isaac Luna Lomelí de frente con la muerte. El momento más criticó que vivió fue al apoyar en la búsqueda de cuerpos luego del tsunami que devastó las costas de Indonesia en 2004, el cual dejó más de 200 mil personas muertas.
Fue la situación mas desgarradora para Isaac, odontólogo de 38 años, de los cuales los últimos 18 los ha compaginado con la labor de los Topos Tlatelolco.
Isaac y su padre Mario, entre otros, acudieron a apoyar en labores de búsqueda y rescate en Banda Aceh, una de las zonas arrasadas por las olas.
Isaac dice que la filosofía de los Topos Tlatelolco se basa en ayudar a la gente, en la capacitación y “en la seguridad del grupo, no nos vamos (a un desastre) a hacer héroes, no lo somos”.
Esa capacitación es la que ayuda a vencer el miedo y dejar a un lado el protagonismo, resalta quien ha brindado apoyo en contingencias nacionales como las inundaciones en Atoyac, Guerrero y en Tabasco, las explosiones en los hospitales de Pemex y de Cuajimalpa del DF.
Carne fresca
Dos nazarenos se separan del río de fieles que recorren descalzos las empinadas calles del centro de la delegación Iztapalapa rumbo al Cerro de la Estrella, el Gólgota de la representación más antigua del viacrucis en la ciudad de México.
Priscila Martínez Lira limpia y cura las heridas en los pies de los dos fieles provocadas por la larga caminata y el calor del pavimento. Les aplica unos vendajes y ellos siguen su camino.
“No se puede hacer mucho porque ellos tampoco lo quieren”, explica la integrante más joven de los Topos Tlatelolco al recordar su primera acción como brigadista en activo de la organización en abril.
Priscila Martínez Lira tiene 26 años, estudió Ingeniería Mecatrónica y trabaja en una fábrica de plásticos, donde aplica sus conocimientos.
Hace un año comenzó el camino para ser brigadista. Buscaba una actividad de servicio social que le pedía la Universidad Anáhuac del Norte, donde estudió.
Quería ser paramédico en la Cruz Roja, como algunos compañeros, pero al investigar encontró a los Topos, que habían abierto una campaña de reclutamiento.
Al entrar, recibió un entrenamiento que duró un año y sirvió como filtro para convertirse en miembro. En ese periodo, recibió capacitación en primeros auxilios, atención prehospitalaria, protección civil, uso de cuerdas y acondicionamiento físico.
A Priscila le gusta practicar futbol americano, en la versión de tochito y ver a sus amigos. Pero al entrar a la brigada, evita desvelarse en fiestas los sábados y dejó de entrenar su deporte favorito los domingos para acudir a la tercera sección de Chapultepec, donde los Topos desarrollan cada semana sus habilidades de rescate.
“Se trabaja mucho en tener voluntad para hacer las cosas”, resalta la joven, quien cumplió ocho meses como miembro activo y revela que en su entorno suelen desconocer la importancia de los brigadistas.
“Lo primero que me preguntan es qué hago aquí, les digo que aprendo muchas cosas y el fin último es ayudar a la gente; mi mamá y muchos de mi familia no entienden por qué estoy aquí, pero sé que necesito este lado, es como una balanza, la labor de servicio contra todo lo demás.
Añade que el desconocimiento quizá se deba a que los jóvenes no vivieron un terremoto como el de 1985, “no tenemos en mente que puede volver a ocurrir, no hay interés de la juventud por prepararse pues no les ha pasado algo así”, advierte.