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A Guadalupe Castañeda le cuesta mucho trabajo levantar la mano derecha para saludar, hace un esfuerzo como si el brazo fuera de plomo y no puede mover los dedos.
En el momento de la explosión del Materno Infantil de Cuajimalpa, la enfermera del área de neonatos —una de las zonas devastadas por el siniestro— quedó atrapada, pues un muro le cayó encima.
Sobrevivió porque una silla y una charola le protegieron la cabeza y parte del cuerpo; sin embargo, sufrió cinco fracturas: cuatro en el brazo y mano derecha, una en un dedo del pie derecho, así como un fuerte golpe en la cabeza.
“Me cambió la vida en un instante, no puedo comer, bañarme, vestirme, amarrarme las agujetas ni subir cierres”, describe la enfermera de 39 años de edad y con 21 de experiencia laboral.
David Cuapio, sin trabajo, se convirtió literalmente en esa mano derecha funcional que tanto necesita. “Mi esposo es el que me ayuda para todo” y ante las dificultades, su hijo de 16 años también la apoya.
Lupita tuvo tres cirugías, incluida una en la cabeza para drenar el golpe. Ésa le dejó una gran cicatriz que cubre con una gorra.
Los últimos seis meses los ha invertido en uno de los trabajos más arduos de su vida: se ocupa de tiempo completo en la rehabilitación para recuperar la movilidad en la extremidad derecha.
A las siete de la mañana ella y David salen de su casa en Cuajimalapa a la Cruz Roja de Polanco, donde fue atendida el día de la tragedia y continúa su rehabilitación.
Al terminar, se van al hospital Adolfo López Mateos del ISSSTE —su institución de seguridad social—, donde recibe otra terapia para recuperar la movilidad en su extremidad y aún al llegar a casa debe hacer más ejercicios.
También recibe atención sicológica, “yo creo que por eso estoy de pie”, expresa. Poco a poco puede conciliar el sueño, controlar el miedo al ver una pipa de gas, pero lo que aún le cuesta trabajo es la claustrofobia a raíz del siniestro.
Para continuar la recuperación física, la Cruz Roja le propuso realizar un transplante de nervio de la pierna izquierda al brazo derecho, de lo cual depende recuperar en gran medida la movilidad.
Aunque en un inicio analizaba presentar una denuncia, ahora comenta que su preocupación es recuperar su salud y hay un diálogo con la Secretaría de Salud local para seguir su tratamiento y terapia.
Sabe que no recuperará la movilidad al 100%, pero sí en buena proporción: “Esperemos tener éxito”.
La rehabilitación será muy lenta pero mantiene la vista adelante. Quiere volver a ser enfermera de un área de neonatos o ser docente, aunque lo que más desea ahora es recuperar su vida: “Quisiera comer con mi mano derecha, tomar la cuchara o los cubiertos con mi mano; no puedo ni hacerme un taco”.