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El 31 de julio de 1916 estalla una huelga de sindicatos que paraliza la ciudad. A ella se le suman el sector eléctrico y la Compañía de Tranvías, cuyos trabajadores exigían modificaciones a las condiciones laborales y un ajuste salarial. Ante la falta de transporte, casi de forma simultánea, un buen número de choferes de alquiler y dueños de autos particulares, modificaron sus vehículos a fin de poder adaptar un chasis y llevar más pasajeros en la parte posterior de sus unidades, la mayoría maltrechas.
Los improvisados chasis fueron construidos con diversos materiales, principalmente tablas horizontales amarradas a manera de cajas con asientos laterales para 6 y 8 personas. Los osados pasajeros arriesgaban su integridad física en cada viaje.
La huelga finalizó, más la proliferación de estas nuevas unidades se había extendido por las calles y la competencia entre los tranvías y los pequeños camiones iba en aumento.
Al no estar sujetos a rutas específicas ni a horarios o costos fijos, el caos reinó por varios meses en la naciente industria del camión o autobús urbano. Ante tal situación, en 1917, el Gobierno capitalino decide actuar y asigna los primeros permisos a líneas y rutas determinadas.
La primera línea organizada que nace con todas las de la ley en la capital, es la llamada “Santa María Mixcalco y Anexas”. El permiso es otorgado a un grupo de vecinos, dueños de unas camionetas, quienes se habían apalabrado con unos choferes con los que habían acordado trabajar por las calles de la zona y sus alrededores en beneficio mutuo. La concesión les fue otorgada inmediatamente y sirvió de ejemplo para otras rutas que se fueron creando a la par de la original. Entre 1918 y 1923, el 90% de todas las líneas de camiones urbanos hasta antes de los años cincuenta quedaron formalmente constituidas.