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En cada vagón de la Línea 3, entran y salen vendedores con sus productos. Por algunos instantes se convierte en un mercado dominical, donde la gente compra de todo un poco, incluso lo que podría considerarse como armas blancas.
Se cierran las puertas del convoy, solamente un vendedor queda y empieza con su discurso: “En esta ocasión le traigo a la venta el producto para el caballero (…) navaja de barbero, para tener una rasurada perfecta y precisa, como en cualquier peluquería, no la compre en 50 pesos, en esta ocasión llévesela por tan sólo por 15 pesos”, grita.
El hombre de las navajas, oculta varias decenas de estos objetos en una mochila pequeña que lleva cargando en su cuello y sólo sujeta con una mano una navaja y su celular. Ninguno de los usuarios se sorprende por la venta de estos objetos.
Alto, encorvado, playera a rayas, pantalón roto de color negro y boina del mismo tono. En su brazo derecho, un tatuaje que dice “Hecho en México”, pasa desapercibido entre los usuarios que van con dirección a Universidad.
Según el reglamento del sistema de transporte no se permiten objetos metálicos o armas de cualquier tipo que dentro de las instalaciones del Metro que pusieran en riesgo la integridad física de los pasajeros; sin embargo, son comercializados.
Uno de los usuarios lo llama: “Me da una”, le dice; el vendedor saca una nueva navaja de su mochila, la cual estaba envuelta en un papel tipo celofán y su funda de plástico.
Antes de llegar a la siguiente estación dos usuarios le compran, el vagonero les da cambio y muestra su fajo de dinero; son alrededor de 400 pesos en billetes de 50 y 20 pesos.
“Está flojo, mejor me voy a Balderas, ahí si hay más variedad (de clientes), aparte por acá andan con su operativo” contra los vagoneros, dice y se aleja con un lento andar.