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david.fuentes@eluniversal.com.mx
Todos los días Juan Carlos despertaba temprano y acudía a casa de su madre, pero no era por amor o para agradecerle los años de sacrificio y crianza, durante la rápida visita, el hombre maquillaba a su madre, la vestían con ropas harapientas y la mandaba a trabajar afuera del Metro desde las 9:00 horas y la obligaba a pedir limosna.
Después de 11 horas de trabajo y de juntar entre 500 y 700 pesos pasaba por ella, la escondía en un hotel de paso y le quitaba todo lo que le habían dado provocando lástima.
Durante más de tres años la situación fue la misma, el hijo explotaba laboralmente a su madre de 81 años de edad, no le daba un sólo peso por todo lo que la mujer obtenía, 20 pesos para el camión de regreso a casa y la promesa de que algún día la llevaría a vivir con él, eran palabras más que suficientes para que la mujer de la tercera edad siguiera en el juego.
Gracias a diversas denuncias anónimas de vecinos y usuarios del Metro, la Procuraduría capitalina logró la detención del supuesto explotador, quien responde al nombre de Juan “N”, quien confesó que “ponía” a trabajar a su madre por que él no tenía trabajo y era la única manera que se le ocurrió de obtener recursos, asegurando incluso que nunca descuidó a su madre y que ella lo hacía de manera consciente.
Sin embargo, la Procuraduría capitalina después que rescatara a la mujer en las inmediaciones del Metro Hidalgo, donde la explotaban laboralmente todos los días, determinó que a la víctima se le practicaran pruebas médicas y psicológicas en las que se detectaron factores predisponentes que la colocan en estado de vulnerabilidad, por lo que el hijo abusaba de esta situación.
Para la detención se montó un operativo especial en el que se corroboró el modus operandi de Juan Carlos.
Al momento de su arresto y el rescate de la mujer de 81 años de edad, se le aseguró dinero en efectivo producto del trabajo de la agraviada, por lo que fue internado en el Reclusorio Preventivo Varonil Norte, donde se espera que el juez penal en turno inicie proceso por el delito de trata de personas en su modalidad de explotación laboral.
En tanto, su madre recibió apoyo sicológico, médico y orientación jurídica, el dictamen forense de la señora determinó afectación y alto grado de vulnerabilidad, por lo cual la Subprocuraduría de Atención a Víctimas del Delito y Servicios a la Comunidad intervino para brindarle atención integral y canalizarla a un refugio a fin de que reciba el cuidado y las atenciones que requiere.
También se pusieron en contacto con el resto de los hijos y familiares de la víctima quienes aseguraron que desconocían que su madre era obligada a pedir limosnas, explicaron igualmente que ella vivía con Juan Carlos y que la anciana, posiblemente por miedo o vergüenza, nunca les dijo que era víctima de explotación laboral, no descartaron incluso que lo hiciera de manera consciente.
La mujer, a quien identifican como “doña Rosario”, era conocida por los ambulantes, comerciantes establecidos y vagos de todo el sector del metro Hidalgo, debido a su condición de vulnerabilidad nadie se metía con ella, incluso en ocasión hasta le daban comida, refiriendo estos que desconocían que la obligaban a trabajar.
La mujer se colocaba en diversos puntos de las entradas y salidas de la estación, en ocasiones cuando el día “estaba flojo” se iba a Bellas Artes donde la remuneración era buena, “la veíamos ahí pero no teníamos idea que la obligaban o que la explotaban, la verdad eso es muy penoso y más cuando lo hace su propio hijo.
“Nunca nos decía o nos platicaba nada, en veces le dábamos de comer o agua cuando nos dábamos cuenta que ya tenía mucho rato ahí paradita, en veces se metía al Metro, otras se iba por los ingresos de San Juditas o a otro lado, pero nunca dijo nada la señora”, explica Carmen, empleada de una zapatería donde con frecuencia se veía a la anciana pidiendo dinero.
La procuraduría capitalina dio a conocer que la investigación continúa, ya que no descarta omisión de parte de otros de sus hijos, mientras tanto la octogenaria mujer permanecerá el tiempo necesario en el albergue hasta que uno de sus familiares se comprometa a garantizarle una estancia digna en un domicilio previamente supervisado y autorizado por las autoridades capitalinas.