Es política de Estados Unidos no negociar con grupos que ejercen el terrorismo. Salvo cuando sí. Como vemos, siempre es posible “flexibilizar” ese tipo de posturas, a veces eliminando las etiquetas, cambiando el lenguaje, moviendo las consideraciones, o simplemente practicando el pragmatismo. La historia reciente se encuentra llena de casos en los que actores estatales, Washington incluida, deciden establecer negociaciones con actores no-estatales violentos o extremistas a quienes en determinados momentos se ha considerado innombrables, en aras de obtener algún fin mayor. La cuestión es que, en este caso, el fin mayor no parece ser necesariamente la paz de Afganistán, sino empujar el “America First” (Estados Unidos Primero) como doctrina, y proyectar con ello la imagen de un presidente que cumple con sus promesas a cabalidad. Explico por qué.

Primero, recordemos que para Trump, Estados Unidos pierde su tiempo cuando pretende ir a sitios lejanos a luchar conflictos que le son ajenos. Washington no tiene por qué poner los recursos y los “muertos” si es que de esa lucha no emergen “ganancias claras” para la superpotencia. Desde esa óptica, la presencia de tropas estadounidenses tiene mucho más sentido en su frontera sur—de donde proceden los “peligros reales”: drogas, crimen y “terrorismo”—que en Siria o en Afganistán. Así, en seguimiento a esta lógica y a promesas efectuadas durante la campaña, el presidente anunció en diciembre que Washington replegaría el 100% de sus tropas en Siria y la mitad de las que hoy tiene en Afganistán.

Segundo, las negociaciones entre estados y grupos radicales, extremistas o terroristas, no son algo nuevo ni deben sorprendernos. Hay algunos gobiernos que abiertamente reconocen que lo hacen durante ciertos momentos o para cuestiones específicas (como el rescate de rehenes, por ejemplo, o incluso para negociar ceses de hostilidades o treguas). Otros países mantienen una política abierta de nunca negociar con este tipo de actores y, no obstante, cuando hace falta, si negocian con ellos de manera secreta o a través de terceros. En el caso de Washington y los talibanes afganos, hay distintos antecedentes de acercamientos previos, pero nada similar a lo que hemos visto en las últimas semanas: rondas de negociaciones abiertas, medios de comunicación presentes, concesiones y acuerdos altamente publicitados. Y sí, por supuesto que, cuando se trata de pacificar un conflicto como este que lleva 18 años, se podría decir que todo se vale. El problema es que, desde la perspectiva de muchos otros actores en Afganistán como lo es el mismo gobierno de ese país, o desde la visión de muchos escépticos en Washington, incluidos varios senadores republicanos, estas negociaciones están ocurriendo de manera apresurada y están descuidando demasiados temas que podrían salirse de las manos.

Para entenderlo es necesario explicar que los talibanes, como ocurre casi siempre, son un grupo en el que coexisten diversas posturas al respecto de cómo se debe conseguir su meta: restablecer el Emirato Islámico de Afganistán, el cual cayó tras la intervención estadounidense en 2001. Es un hecho que durante los 90, el gobierno talibán, además de practicar e implantar para el país una versión fundamentalista del islam, permitió el establecimiento de bases de Al Qaeda, lo que facilitó la planeación y puesta en marcha de los atentados del 9/11. También es verdad que, más allá de Al Qaeda, muchos grupos talibanes tanto en Afganistán como en Pakistán, son responsables de miles de muertes por atentados terroristas. Por último, los talibanes han conducido una resistencia armada desde 2002 que no solo les mantiene con vida, sino que les ha llevado a conquistar tanto como 40% del país, a pesar de la presencia militar de EU y sus aliados de la OTAN. Sin embargo, incluso dentro de los grupos talibanes, podemos encontrar sectores más moderados. Además, con el correr de los años, las posturas de muchos actores van evolucionando, lo que ha facilitado circunstancias como las negociaciones actuales.

En principio, lo que parece estarse acordando entre Washington y los talibanes es que Washington irá retirando sus tropas de Afganistán a cambio de que dichos grupos se comprometan a no permitir que ese país sea utilizado como base para el terrorismo por parte de organizaciones como Al Qaeda o ISIS, y que se comprometa a un proceso político y democrático para la pacificación del largo conflicto afgano. Eso, naturalmente, no suena mal.

Pero es indispensable considerar que: (1) las rondas de conversaciones de las últimas semanas han sido entre Estados Unidos y el liderazgo talibán. El gobierno en Kabul, y los actores que este gobierno representa, se sienten francamente excluidos; (2) existe un enorme temor por parte de estos sectores afganos en cuanto a que una vez que las tropas de Washington abandonen el país, los talibanes eventualmente recuperarán el control total como ocurría de manera previa al 2001; y (3) varias voces escépticas en Washington indican que, una vez más, Estados Unidos estaría abandonando un país invadido sin asegurarse de que existan instituciones lo suficientemente sólidas como para evitar el resurgimiento del extremismo violento. Concretamente, un estudio de inteligencia indica que una vez que Washington se retire de ese país, existe el riesgo de que, en aproximadamente dos años, alguna organización mayor como Al Qaeda o ISIS planee un atentado grande desde ese territorio en contra de EU.

Es decir, el invadir un país nunca soluciona de fondo las causas por las que emerge el terrorismo. Sin embargo, una vez invadido ese país y derrocado el gobierno que prevalecía, la historia reciente nos muestra que el replegar las tropas sin garantizar condiciones de estabilidad duradera, tiende a favorecer el resurgimiento de actores radicales que eventualmente terminan siendo amenazas incluso superiores a las que inicialmente se pretendía combatir. En el caso de Irak, esa amenaza se llamó ISIS. En el caso afgano, a pesar del supuesto compromiso talibán, los riesgos podrían proceder al menos las siguientes fuentes: (a) Al Qaeda, cuya base central de operaciones se ubica en el país vecino, Pakistán; (b) el propio ISIS que cuenta en Afganistán con una de sus mayores filiales, ISIS-K o ISIS Khorasan (filial que, por cierto, está mayormente formada por extalibanes inconformes o conversos a ISIS); (c) grupos talibanes más radicales: los responsables de la mayor parte de los atentados de los últimos tiempos en esa zona y quienes podrían mostrar su rechazo a los acuerdos alcanzados o a negociaciones subsecuentes; y por supuesto (d) el propio liderazgo talibán que si bien, hoy se encuentra negociando con EU, el día de mañana podría retornar a su trato autoritario con esa parte de la sociedad afgana que no piensa como ellos.

Trump, sin embargo, está mucho más concentrado en exhibirse con su audiencia como un presidente que cumple, que entiende las “verdaderas prioridades” de Estados Unidos, que una y otra vez está listo para desafiar al establishment político y militar que “secuestró” a la Casa Blanca durante muchos años, y que, en este sentido, está dispuesto a negociar, incluso con los talibanes—a quienes Bush expulsó del poder 18 años atrás—a fin de demostrar que la idea de “America First”—considerar a los Estados Unidos antes que a nadie—tiene hoy un firme y digno representante en la Casa Blanca. Lo que esto provoque en términos de paz de largo plazo para Afganistán, el país implicado, es, desde su perspectiva, absolutamente secundario.

Twitter: @maurimm

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses