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Entre tuits y amenazas varias, la primera tanda de sanciones contra Irán, a raíz de la salida de Washington del acuerdo nuclear con ese país, ha entrado en vigor. Dos días antes, el 5 de agosto, supimos que Irán había llevado a cabo una serie de ejercicios navales en el Golfo Pérsico. Las guardias revolucionarias iraníes confirmaron que los “juegos de guerra” habían durado varios días y estaban dirigidos a confrontar posibles amenazas de enemigos. El sitio donde se condujeron esos “juegos de guerra” importa, puesto que por esa parte del globo transita nada menos que una quinta parte del petróleo que se consume en el planeta. Dos días después, el ministro exterior de Corea del Norte, país con el que Trump está iniciando conversaciones con miras a la desnuclearización de la península, llevaba a cabo una visita diplomática a Teherán. No se eligió cualquier otro día para esa muestra de respaldo político al Ayatola, sino precisamente el día en que Washington reactivaba las sanciones contra Irán. Parece que ese tipo de respuestas, entre muchas más, son las que Teherán estará movilizando ante el acorralamiento al que se está viendo sometida.
Recordando, el acuerdo nuclear mencionado es un pacto firmado entre seis potencias (EU, Reino Unido, Francia, Alemania, Rusia y China) e Irán. Por tanto, la decisión de Trump de abandonar el pacto, no lo cancela en automático. Ese convenio, mediante el que Irán se compromete a restringir su actividad nuclear a cambio de la liberación de sanciones, sigue vigente. Sin embargo, la Casa Blanca ha decidido aplicar la presión máxima que ya le conocemos, buscando con ello hacer que el efecto de su salida sí consiga acorralar a la cúpula iraní, a un grado tal que ésta se vea forzada a renegociar el pacto. No hay que olvidar que para Trump, se trata de uno de los “peores acuerdos jamás firmados”. De manera que Washington estará sancionando a cualquier tercero que lleve a cabo negocios con Irán, incluso si se trata de compañías con sede en países aliados. Los efectos de la reanudación de estas sanciones no se han hecho esperar. Decenas de empresas han decidido ya retirarse de cualquier inversión o actividad comercial con Teherán. Adicionalmente, en noviembre entrará en vigor otra tanda de sanciones aplicables principalmente al sector petrolero. Esa serie de factores tiene al menos las siguientes implicaciones:
Primero, Trump se coloca, una vez más, en el lado opuesto de sus propios aliados. Las potencias europeas están buscando hacer todo lo posible para que el acuerdo nuclear sobreviva, y están diseñando estrategias legales y políticas para que sus empresas puedan esquivar las sanciones de EU e incentivar que los negocios con Teherán se mantengan. Para Europa, el pacto con Teherán es la única manera de contener y vigilar la actividad nuclear iraní, y con ello, evitar una proliferación armamentista que pudiera derivar en conflictos incontrolables. Trump, como es habitual, responde aún con mayor presión: “Cualquiera que haga negocios con Irán, NO HARÁ negocios con Estados Unidos”. Así en mayúsculas la amenaza tuitera contra empresas europeas, japonesas y de otros países. Consecuentemente, siendo realistas, es difícil que las medidas que Europa adopte consigan la eficacia que buscan. La mayor parte de las empresas preferirá evitar pleitos con EU.
Segundo, tendremos que observar la respuesta de China, Rusia y otros países afines. Por un lado, buena parte de sus empresas son invulnerables ante las sanciones estadounidenses, y, como en el pasado, es probable que estas empresas (sobre todo las chinas) evadan sin mayor problema la mano de Washington. Por otro lado, y esta es la parte más importante, hay que considerar que el nivel de enfrentamiento que hoy existe entre Washington y Moscú, o entre Washington y Beijing, es mucho más elevado que en 2010 o 2011 cuando todas estas potencias se coordinaban para sancionar a Teherán. De manera tal que es probable que tanto Putin como Xi Jinping sostengan la buena salud de sus relaciones—económicas y políticas—con Teherán, y que utilicen ese factor como medida de presión para golpear la agenda de Washington y avanzar la suya propia. Aún así, es poco probable que ello sea suficiente para rescatar o mantener a flote a la economía iraní, lo que se conecta inmediatamente con el siguiente tema.
Tercero, la reacción de Irán. Ya podemos apreciar que, en Teherán, la posición que se fortalece es la de los duros, quienes desde hace tiempo sostenían que negociar con Occidente era completamente inútil. Liderados por las guardias revolucionarias, los actores más conservadores en Irán consideran que el progreso del programa nuclear es un elemento disuasivo esencial para garantizar la seguridad del país, para asegurar el respeto de otras potencias regionales y globales, y, en todo caso, para negociar desde una posición de fuerza. El caso norcoreano es el mejor ejemplo de ello. En principio, Irán conserva amplias capacidades para luchar una guerra de carácter asimétrico contra Estados Unidos, sus aliados, y sus intereses. Así que probablemente, sin provocar que un conflicto de gran escala llegue a estallar, Irán mantendrá su presencia, influencia y actividad en Medio Oriente en países tales como Irak, Yemen, Siria o Líbano, en donde operan milicias armadas, entrenadas y financiadas por Teherán, para golpear de manera directa o indirecta a Washington o a sus aliados. Estas milicias pueden atacar, como ya lo han hecho, desde aeropuertos o embarques petroleros, hasta tropas estadounidenses o de cualquiera de sus aliados. Adicionalmente, las guardias revolucionarias podrían buscar directamente generar problemas en el libre tránsito de petróleo en la zona del Golfo, o incluso enfrascarse en incidentes menores con navíos estadounidenses, todas ellas situaciones que tienen precedentes. Luego, es probable que veamos un incremento en ciberataques iraníes contra EU o sus aliados, ataques contra los que, como se sabe, es muy difícil defenderse. Y claro, al final del camino siempre queda la otra opción hacia la que el sector más conservador en Irán estará empujando: decretar la muerte definitiva del pacto nuclear y reanudar la carrera para armar la bomba atómica, situación que tiene importantes riesgos de detonar un conflicto regional o global, pero que no debe descartarse.
Por último, los mercados. Es probable que en los próximos meses veamos afectaciones en los mercados petroleros a raíz de dos factores vinculados con este tema: uno, el descenso en la oferta petrolera iraní y dos, a causa de toda la conflictiva que se estará desatando. Esto ya fue evidente hace dos semanas cuando los rebeldes houthis en Yemen, aliados de Irán, atacaron un buque petrolero saudí en el Mar Rojo, desde donde Arabia Saudita conduce una importante parte de sus exportaciones de crudo. Como consecuencia, los saudíes se vieron obligados a detener durante una semana los embarques a través del estrecho de Bab el-Mandeb. Este tipo de incidentes seguramente se van a repetir.
Lo que viene, en suma, es la competencia entre la presión máxima que busca ejercer Trump, muy a su estilo, para sentar a Irán a renegociar el pacto nuclear, y la intención de los sectores más duros en Teherán de demostrar que ellos no cederán ante estas presiones. Por ahora, esto solo está ocasionando que el nivel de conflictividad se mantenga escalando. Como ya lo sabemos, el magnate está seguro de que este es el método más adecuado para orillar a sus contrapartes a ceder en cuestiones que de otra forma no cederían. Sin embargo, los países no son ni reaccionan como empresas que se mueven a partir de objetivos económicos o comerciales. Y mientras Trump busca probar su eficacia, ya hemos visto como en varias partes del planeta, sus estrategias tienen el potencial de dejar numerosas víctimas en el camino.