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Dado el revuelo que el caso ha adquirido a nivel internacional y debido a sus potenciales implicaciones, sigo con el asunto del periodista saudí, Khashoggi, presuntamente asesinado en el consulado de su país en Estambul. Podríamos resumir lo sucedido esta semana como sigue: (1) Se ha acumulado aún más evidencia de la responsabilidad de Riad en este presunto asesinato, y sobre todo, se sigue filtrando a la prensa; (2) Esto ha causado que para muchos aliados de Arabia Saudita resulte imposible evadir el tener que exigir explicaciones o incluso amenazar con consecuencias; (3) El rey saudí Salman y el príncipe heredero, Mohhamed Bin Salman, siguen negando su responsabilidad; (4) Trump está teniendo que jugar entre conservar una relación estratégica y personal, y al mismo tiempo responder ante la presión interna por exigir cuentas a los saudíes; (5) Por ello se han filtrado a la prensa historias alternativas: los Salman no tendrían nada que ver con el asesinato; la responsabilidad estaría en mandos de la inteligencia saudí, inicialmente se dijo que en funcionarios menores, hoy se empieza a culpar a los mandos más elevados y cercanos a Bin Salman. La última versión saudí indica que el periodista murió en una pelea en el consulado. Todas estas versiones siguen dejando a los Salman libres de culpa directa; (6) Sin embargo, crece la acumulación de evidencia que cuestiona esas versiones; y (7) Mientras tanto, gran cantidad de empresas ha cancelado sus inversiones en el reino saudí o su participación en el llamado “Davos del Desierto”, un foro de inversión que tendrá lugar esta semana en Riad. ¿Qué es lo que hay en juego y por qué la relevancia del caso?
Primero, por más inmunes que pudieron haberse sentido los saudíes, al parecer cruzaron toda línea entre lo que sus grandes aliados pueden tolerarles y lo que no. No es un secreto que el record saudí en materia de derechos humanos es deplorable, por decir lo menos. Pero, por lo visto, hasta en ese tema hay niveles. Haber enviado a 15 personas a un consulado para torturar, asesinar y desmembrar a un periodista—quien era, además, un columnista para el Washington Post—es algo que incluso los mayores socios estratégicos de Riad que se consideran países democráticos están obligados a condenar, y ante lo cual deben responder. Esto representa, por tanto, un claro error de cálculo por parte quien haya sido responsable de estos hechos (probablemente el príncipe heredero saudí, cada vez más señalado por medios y agencias de inteligencia).
Segundo, aún considerando lo anterior, es indispensable entender por qué, para una superpotencia como EU y, en especial para su actual presidente, resulta esencial mantener sanas sus relaciones con Arabia Saudita.
Empecemos por Irán. Desde el inicio de su gestión, Trump hizo de su ofensiva contra Teherán uno de sus mayores pilares de política exterior. En su visión, era indispensable abandonar el “terrible” pacto nuclear que Obama, junto con otras potencias, había firmado con Irán, y había que castigar a ese país por su injerencia en conflictos como el sirio o el yemení, por su apoyo a milicias como Hezbollah que operan contra EU o sus aliados, y por desafiar resoluciones de la ONU en cuanto a su programa de misiles. Para el éxito de esta estrategia, la participación de Arabia Saudita (el líder del islam sunita), el mayor rival geopolítico de Irán (líder del islam chiíta), es crucial. Durante los últimos años, Arabia Saudita ha luchado contra la expansión de la influencia iraní en diversos sitios de Medio Oriente con presencia de población chiíta. Los saudíes han combatido directa o indirectamente a milicias financiadas, armadas y entrenadas por Irán. Asimismo, Riad lidera un importante bloque de países sunitas que han estado dispuestos a aislar a Teherán económica y diplomáticamente, buscando castigar a quienes rompen filas y se atreven a acercarse a su rival. En cuanto a las sanciones económicas contra Irán, el abasto de petróleo saudí es fundamental para evitar una (mayor) escalada de precios de petróleo.
Pero ese no es el único tema. Trump ha colocado altas apuestas con Bin Salman, por ejemplo, en el relanzamiento de las negociaciones palestino-israelíes. Dado el estado de las cosas en ese conflicto, el apoyo de Arabia Saudita y su elevada influencia con otros aliados árabes—como Egipto—es hoy más que indispensable. De igual modo, en otras cuestiones que para Trump son estratégicas como el combate a organizaciones terroristas tales como Al Qaeda o ISIS, la alianza Washington-Riad es muy necesaria.
En materia económica, la relación con los saudíes no es menos importante. Arabia Saudita recibe el 18% de todas las armas que exporta EU. De igual modo, los contratos de armas que existen entre Arabia Saudita y otros países occidentales son multimillonarios; cancelarlos no estaba en los planes de nadie. Por otro lado, si las tensiones llegasen a escalar, y Riad decidiera exhibir su músculo, podría cortar parte de su flujo de petróleo al mercado provocando estragos en la economía global.
Por esta serie de factores, al enterarse de violaciones a derechos humanos por parte de la monarquía saudí, usualmente los países occidentales eligen mirar hacia el otro lado, y también precisamente por eso, ante la brutalidad que parecen exhibir las evidencias del caso Khashoggi, esos gobiernos hoy se enfrentan ante un dilema muy difícil de resolver. Riad ha dejado muy claro que, ante cualquier represalia, el reino respondería con todo su poder. Trump lo entiende perfectamente. También entiende que Arabia Saudita podría coquetear con otros proveedores de armas, que son, al mismo tiempo, los principales rivales geopolíticos de Washington: China y Rusia.
Por consiguiente, para Trump la salida de “el rey Salman no sabía nada”, era ideal. Incluso si la responsabilidad de los hechos caía sobre altos mandos de la inteligencia saudí pero no sobre el príncipe heredero, la monarquía quedaba intacta. Habría culpables, rodarían cabezas, y el presidente podría decir a sus senadores que él cumpliría con imponer sanciones contra los funcionarios responsables. Al mismo tiempo, podría salvar la relación especial que mantiene con Bin Salman y darle la vuelta a la página lo más pronto posible.
Sin embargo, este es el punto en el que hay que introducir el factor turco (y justo uno se pregunta cómo es que los presuntos responsables de este asesinato no calcularon el impacto de dicho factor o si acaso hay otros elementos que no conocemos). Son los turcos quienes se han encargado de ir filtrando a la prensa, paulatinamente, toda la evidencia que tienen para inculpar directamente a Bin Salman. Además, al ir dosificando estas filtraciones, también se han encargado de mantener el tema vivo en los medios durante varias semanas. Como expliqué la semana pasada, la rivalidad regional Turquía-Arabia Saudita viene creciendo en los últimos años. Esas dos potencias se ubican en bandos opuestos en distintos temas como el conflicto de Riad con Qatar. Bin Salman ha incluso declarado que Turquía pertenece al “Triángulo del Mal”. De modo que para el presidente turco Erdogan, el desastre saudí viene a ayudarle en varios sentidos. Primero, le permite desviar la atención de su población lejos de sus no pocos problemas internos hacia un villano externo.
Segundo, le permite hacer pagar a Riad cuentas pendientes con costos que pueden resultar graves en el mediano y largo plazos. Y tercero, ahora que más dañadas estaban sus relaciones con Washington y más estaban creciendo sus choques con Trump, le permite reposicionarse como un actor regional crucial a quien EU haría bien en mantener cerca sobre todo si es que sus lazos con Riad llegan a dañarse. En ese sentido no parece casual la liberación—justo en medio del escándalo saudí y no en cualquier otro momento—de Brunson, un pastor evangélico estadounidense que Turquía tenía detenido y se negaba a soltar. La libertad de Brunson se había ya convertido en un tema personal para Trump y abre el camino para empezar a restaurar sus dañadas relaciones con Ankara. Todo lo anterior tiene que ser visto de manera conjunta para entender por qué Turquía se está asegurando de que a Bin Salman le resulte tan difícil ocultar su responsabilidad en el caso Khashoggi.
En suma, la Casa Blanca no la tiene nada simple. Es probable que sigamos viendo a la administración Trump hacer todo cuanto esté en sus manos por conservar su relación con los saudíes lo menos dañada que pueda. Pero también es posible que, dado el monto de evidencias que parecen inculpar directamente al príncipe saudí, sea cada vez más complicado evadir consecuencias. Estas podrían ir desde medidas directas por parte de la Casa Blanca hasta otras consecuencias como, por ejemplo, dejar que el Congreso sea quien imponga sanciones o represalias. Este último escenario quizás permitiría a Trump de alguna manera escabullirse a fin de mantener sanos sus vínculos con Bin Salman. Lo que sí queda claro es que esa inmunidad con la que Arabia Saudita probablemente pensó que podía operar, se ha desmantelado como castillo de naipes con repercusiones que aún es difícil dimensionar.
Analista internacional.
Twitter: @maurimm