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Tratar de entender a Trump se ha vuelto una de las labores más complicadas y, sin embargo, indispensables, no solo para periodistas y analistas, sino para funcionarios en su propio entorno, políticos en Washington y en todo el planeta, personas que tarde o temprano, tienen que tratar con el presidente de la nación más poderosa del globo. Antes de su toma de posesión, había muchas referencias a la forma de conducirse del Trump empresario, pero no teníamos experiencia en cuanto a su comportamiento en temas de seguridad global, comercio internacional, manejo de tratados multilaterales o diplomacia. Dado que no sabemos si deberemos tratar con él dos o seis años más, y dado que frecuentemente tendemos a leerlo equivocadamente, o dudamos de hasta dónde puede llegar con sus amenazas, hoy, tras dos años y medio de gobierno, cuando hemos ido acumulando algo de experiencia acerca de su conducta en esos rubros, tenemos algunas nociones para comprenderlo un poco mejor. Esbozo algunas.
Quizás debemos partir de que la cabeza de Trump es una especie de torbellino dentro del cual se mueven muchas “corrientes” a la vez. En una de esas corrientes, se encuentra la idea de pasar a la historia como el presidente que logró que EEUU sea “grande otra vez”—lo que, obvio, parte de una concepción de que el país que le fue entregado era un desastre total, una “carnicería” llena de peligros, fuera de orden, con sus fronteras descuidadas, un país del que todos se aprovechaban—y esto debe conseguirse colocando los intereses de los estadounidenses “primero”. Es natural, piensa Trump, cada líder debe ver por su propio país, tontos serían si no lo hicieran, y su trabajo es ver por los intereses del suyo. Esto le impone la necesidad de deshacerse de cada uno de los “pésimos” acuerdos firmados en el pasado, y ejercer toda la presión que haga falta para renegociarlos bajo términos más favorables para Washington. Para lograrlo, en esa misma cabeza existe la consideración de que EEUU es una nación casi todopoderosa, con el ejército más potente del planeta, con botones nucleares “más grandes” que los de cualquier otra potencia, con la economía más sólida, en crecimiento, con la capacidad de producir su propio petróleo, y, sin la necesidad de cuidar asuntos globales, multilaterales, o intereses “de otros países” que solo sacan partido de su relación con Washington sin compensarle. Por tanto, EEUU cuenta con todo el poder requerido para presionar y renegociar, para doblegar a las contrapartes hasta que cedan ante lo que él considera como un trato más justo hacia la superpotencia.
Podemos aprender de lo anterior a través del manejo de sus relaciones con China, con la India, con Europa, o mediante su salida del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, su anuncio de retirarse del acuerdo climático de París, su renegociación del TLCAN, su abandono del acuerdo nuclear con Irán, o bien, sus negociaciones con Corea del Norte, solo por citar algunos casos; hay más.
Sin embargo, en ese mismo torbellino de corrientes, existe la consideración paralela de que EEUU no debe involucrarse en conflictos lejanos, ajenos y prolongados o llevar a cabo intervenciones militares que puedan salirse de control como ocurrió en el pasado en Irak o Afganistán. Esto coloca límites a sus amenazas. Por ejemplo, por su cabeza corre la necesidad de diferenciarse del “débil” Obama que amenazó al presidente sirio Assad y no le atacó a pesar de que sus agencias de inteligencia habían confirmado que el ejército sirio era responsable de ataques químicos contra la población. Pero ¿cómo mostrar fuerza si al mismo tiempo Trump desea evitar involucrarse en un nuevo conflicto en Medio Oriente? Su respuesta a esa pregunta en dos ocasiones ha sido atacar a las fuerzas de Assad en Siria, pero solo de manera limitada y retirarse del asunto unas pocas horas después.
Siguiendo esa línea, en su pensamiento vive la promesa que hizo en su toma de protesta de “erradicar el terrorismo de la faz de la Tierra” (entre otras cosas para diferenciarse de sus antecesores que han sido, todos, ineficaces en esa materia), pero no al grado de detonar conflictos prolongados indeseados, o dejar fuerzas permanentemente estacionadas en sitios como Siria, Irak o Afganistán. Para “alcanzar” esta meta, se ataca a las organizaciones terroristas hasta que se consigue no su final real, sino un objetivo que sea comunicable o digerible para su base, tras lo cual, inmediatamente, Trump ordena el retiro de sus tropas a pesar de que sus asesores militares le indican que los riesgos siguen vigentes. En ese punto, entra la personalidad del Trump como “maestro negociador”, quien ejerce presión sobre sus aliados para que compartan las responsabilidades contra esas organizaciones o quien se sienta a conversar con los talibanes en Afganistán. Todo puede ser logrado con una buena dosis de presión, con tal de “dejar de gastar dinero de los pagadores de impuestos” en sitios lejanos.
Si intentamos combinar varios de los elementos anteriores, podemos leer de manera vinculada los recientes temas de China y Corea del Norte. Trump estaba logrando demostrar que él era “más eficaz” que Obama, Bush y Clinton juntos, porque él estaba logrando eliminar “de raíz” la amenaza nuclear norcoreana. En su cabeza, esto fue el producto de haberse proyectado como suficientemente creíble cuando amenazaba a Kim con “lluvia y fuego”, lo que consiguió sentarlo a conversar. No obstante, las cosas en esas negociaciones se complicaron y su mensaje de eficacia se estaba derrumbando. Al mismo tiempo, las negociaciones de su guerra comercial con China también se estaban complicando y, a fin de doblegar a Xi Jinping, Trump elevó los aranceles sobre productos chinos a niveles históricos y advirtió que en unas semanas impondría aranceles sobre casi la totalidad de importaciones de ese país, además de lanzarse con toda fuerza contra Huawei, el gigante chino de las telecomunicaciones. En ese punto, a Xi se le ocurrió visitar Pyongyang para recordarle a Trump un detalle: si desea resolver su asunto con Corea del Norte y así mantener vivo aquel mensaje de eficacia con su audiencia, tenía que mostrarse más flexible en su trato con China.
Así, en medio de todo su torbellino de ideas, justo en tiempos en que su precampaña electoral inicia, Trump eligió priorizar su aspiración de “pasar a la historia” como aquél que “resolvió” el tema norcoreano, y optó por pactar un “cese de hostilidades” con el presidente chino, para inmediatamente viajar a relanzar las negociaciones con Kim Jong-un, enviando a sus audiencias una poderosa imagen: el primer presidente que pisaba territorio de Corea del Norte. No es que el asunto norcoreano sea lo único que ayudó a calmar las aguas entre Trump y Xi Jinping, pero, ahora que entendemos la prioridad que ese tema tiene en su cabeza, sin duda influyó considerablemente.
Otro caso: Irán. Para Trump ha sido fundamental destruir el “pésimo” acuerdo nuclear que Obama había negociado con Teherán, y aplicar toda la fuerza de las sanciones y presión máxima a fin de sentar a Rohani a renegociar el acuerdo. Todo esto sonaba bien, pero solo hasta el punto en el cual el asunto se le pudiese salir de las manos y arrastrarlo a un conflicto armado prolongado, de esos de los que él prefiere huir, nuevamente en tiempos de precampaña. Cuando las cosas en el Golfo Pérsico se complicaron y Trump pensaba que podía aplicar la fuerza limitadamente como lo hizo con Assad—un par de ataques acá y allá, y retirarse de todo aquello unas horas después—alguien le explica que Irán no es Siria, y que existe una alta probabilidad de que el conflicto escale hacia una conflagración regional orillando a EEUU a una guerra mucho más compleja. Entonces, se retracta, y decide aplicar otro tipo de medidas.
Hay muchos otros ejemplos, el espacio no alcanza. Lo importante es detectar el patrón: (1) Trump está todo el tiempo comunicándose con una audiencia interna a la que ha hecho ciertas promesas, con la que quiere mostrarse como un presidente que sí cumple, y que está priorizando los intereses de los estadounidenses, no los de “otros”; (2) Al mismo tiempo, quiere diferenciarse de los presidentes del pasado deshaciendo sus “pésimos acuerdos y políticas”, y reposicionando el prestigio de EEUU en el mundo; (3) Para lograrlo, cuenta con toda clase de estrategias de presión, destruye pactos, aplica aranceles, sanciones y amenaza con la fuerza militar; (4) Sin embargo, y esto es esencial, no todo le sale bien. Las fuerzas que desata frecuentemente cobran dinámicas propias que se le escapan de las manos y le obligan a corregir; (5) Pero en sus correcciones y nuevos movimientos, siempre hay una prioridad, lo que nos regresa al punto 1, su mensaje a una audiencia-objetivo entre la que le es indispensable ser percibido como alguien que seguirá cumpliendo.
Analista internacional
Twitter: @maurimm