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Entre Israel e Irán están corriendo dos dinámicas conflictivas paralelas, vinculadas, incluso entretejidas, pero no idénticas. Una de ellas se relaciona con el proyecto nuclear iraní. La otra se vincula a la presencia militar de Irán en Siria, y el objetivo estratégico de Israel de contener y replegar esa presencia. Ambos temas produjeron notas de enorme relevancia en la semana, situación que, por supuesto, exhibe las conexiones entre ambos temas. Sin embargo, por más que esas dos dinámicas se alimenten la una a la otra, su escalamiento y, en su caso, su potencial mitigación o resolución, corren por rutas distintas. De un lado, tenemos la decisión de Trump de abandonar el pacto nuclear con Irán, lo cual desata un número de variables cuyo desenlace, eventualmente, podría terminar en un conflicto violento. Por tanto, con el fin de evitar que esto ocurra, estamos viendo a diversos actores trabajando para intentar producir circunstancias que desactiven esa espiral. Del otro lado, Irán aparentemente decidió finalmente responder ante los varios ataques del ejército israelí en territorio sirio en contra de sus bases y/o personal (ataques efectuados desde mucho antes de que Trump tomase su decisión sobre el pacto nuclear), y, según Israel, envió 20 misiles hacia objetivos israelíes en el Golán, un territorio controlado por el estado judío desde 1967. La cuestión es que esta represalia iraní fue frustrada y en cambio, recibió una feroz respuesta por parte del ejército israelí, quien lanzó el mayor ataque sobre territorio sirio en muchos años. La combinación de los factores anteriores eleva los riesgos de escalamiento. En el texto de hoy intentamos explicarlo.
Primero está el tema nuclear. Sabemos que Netanyahu fue de los más firmes opositores al acuerdo entre Irán y otras potencias. Todos recordamos la presentación de ese primer ministro ante el Congreso estadounidense para explicar con peras y manzanas los defectos del convenio. También vimos a ese mismo primer ministro hace unos días revelando información que demostraría que el proyecto nuclear iraní siempre tuvo fines militares y que Irán mintió varias veces al respecto. Sin embargo, la oposición de Netanyahu a dicho pacto no es compartida por un importante sector del establishment militar israelí. Al final, la meta del estado judío es que Irán no consiga armar una bomba nuclear. Desde la visión de los militares, el acuerdo nuclear, con todos sus defectos, estaba consiguiendo ese objetivo y contaba aún con un considerable margen de tiempo para reparar sus fallas.
Hay una cuestión de fondo. Hasta donde se sabía hacia el 2015, Israel no tenía la capacidad para destruir la totalidad de las instalaciones nucleares iraníes, sobre todo las subterráneas. Incluso si Netanyahu se embarcara en semejante operación, los estimados indicaban que el daño que se ocasionaría a dicho proyecto nuclear sería limitado, y en cambio, la respuesta que Israel recibiría por parte de Teherán sería muy severa. Así, antes de que el pacto nuclear fuera firmado, corrían los análisis, los cálculos y las simulaciones para intentar predecir los distintos escenarios que tendrían lugar si Israel llevase a cabo esta operación en solitario, o si lo hiciera acompañado de EU. Pero la realidad es que cuando las negociaciones del convenio nuclear terminaron, también acabaron los supuestos de que Israel atacaría dichas instalaciones. El pacto nuclear tuvo, sin duda, ese primer efecto: aplazar las tensiones y dar un respiro a todos los involucrados en cuanto a los escenarios de guerra. Por tanto, si el pacto se acaba desmantelando, evidentemente, esas tensiones regresan.
Entonces, lo que se debe evaluar en este punto es si el acuerdo entre las seis partes restantes del mismo (Francia, Alemania, RU, China y Rusia, además de Irán) va a sobrevivir a pesar de la salida estadunidense, o si Irán lo abandonará y reanudará su actividad nuclear parcial o totalmente. De eso dependerá el camino que esta dinámica conflictiva tome en los meses y años siguientes.
Pero muy al margen de lo que ocurra con la actividad nuclear iraní, en territorio sirio tenemos ya caminando dos vectores en dirección opuesta. El primero de ellos es la voluntad de Irán de afianzar su posición militar en aquél país, una vez que Assad, su aliado, está ganando la guerra siria. El respaldo iraní a Assad en dinero, armas, personal militar, así como el aporte de las milicias chiítas financiadas y entrenadas por Irán, han sido cruciales para que el presidente sirio esté venciendo, y, por tanto, Teherán busca cobrar su inversión consolidando sus posiciones militares en ese país fronterizo con su archienemigo Israel. El vector opuesto es la absoluta determinación de Israel para demostrar que no va a tolerar que sus enemigos iraníes o sus milicias aliadas consigan esas metas. Con eso en mira, ese país ha estado bombardeando territorio sirio desde hace años. Sin embargo, esos bombardeos estaban dirigidos a los aliados de Irán, como Hezbollah, o el propio Assad, no directamente hacia el personal iraní. Esto cambió hace pocas semanas, cuando de manera abierta y frontal, Israel atacó una base, muy adentro en territorio sirio, que estaba operada principalmente por oficiales iraníes. A partir de entonces, Israel llevó a cabo otros bombardeos que ocasionaron decenas de bajas de personal iraní. Teherán prometió responder y, a decir de los reportes, finalmente lo hizo el miércoles.
A pesar de lo anterior, aún durante estos conflictos, muchas de las hostilidades se convierten en mensajes emitidos para que el enemigo los lea, y se entienda la visión que el emisor tiene acerca del potencial escalamiento de los combates. Por ejemplo, a pesar de haber recibido cinco ataques que ocasionaron decenas de muertos, Irán quiso comunicar un mensaje a Israel acerca de no estar interesado en escalar las hostilidades. Lo hizo mediante el envío de únicamente 20 misiles dirigidos no hacia el interior de Israel, sino hacia el Golán, un objetivo que podría ser considerado legítimo en tanto que Irán y Siria no asumen a esa meseta como territorio israelí. Y, sin embargo, la respuesta israelí ante ese ataque fue desproporcionada. Israel se había preparado para no solo frustrar el ataque iraní, sino para aprovechar la ocasión y bombardear la mayor cantidad de objetivos presumiblemente iraníes en territorio sirio que le fuese posible. Esta acción, la cual según estimados, hizo perder a Irán meses de avances, fue también implementada como un mensaje que consiste en demostrar la total determinación de Netanyahu para impedir que Irán se afiance en territorio sirio, incluso si ello hace escalar las hostilidades al grado de una guerra mayor.
Ahora, tras estos hechos, Irán cuenta con distintas alternativas. Una de ellas sería ya no responder y permitir la desactivación de la espiral, pero esa decisión no resuelve el tema de fondo originado por su presencia militar en Siria y seguramente los ataques israelíes continuarán. Otra es mantenerse respondiendo de manera directa desde territorio sirio, atacando objetivos militares israelíes ubicados en la misma zona del Golán, salvo que ese tipo de represalia parece haber probado su ineficacia para disuadir a Israel. Otra opción sería escalar las hostilidades y preparar un ataque más letal, posiblemente desde Irán y dirigido en contra de puestos militares israelíes, pero ya fuera del Golán. Esto tendría repercusiones serias, ya que hasta ahora, Israel no ha atacado territorio iraní. Una acción contra el interior del territorio israelí estaría enviando el mensaje de que Teherán estaría lista para enfrentar a Israel de manera más abierta. Una represalia de nivel incluso superior, sería enviar misiles en contra de la población israelí, tras lo cual el escalamiento hacia una guerra mayor sería incontenible. Precisamente para evitarlo, Irán podría usar, una vez más, los servicios de su aliada, la milicia libanesa chiíta de Hezbollah, quien ya ha luchado contra Israel en otros momentos generándole enormes dificultades. Hezbollah tiene, efectivamente, gran capacidad de dañar a Israel, sobre todo desde Líbano, y ofrece a Teherán la ventaja de que no le involucra de manera directa en los combates.
Pero esa alternativa tampoco está libre de problemas. Hezbollah no es solo una milicia armada, sino una fuerza política en Líbano, la cual, por cierto, acaba de resultar victoriosa en las elecciones de ese país. Evidentemente, Israel está calculando que Hezbollah no tiene, por ahora, interés en involucrarse en un conflicto armado mayor, el cual acarrearía fatales repercusiones para Líbano.
Dicho todo lo anterior, las hostilidades entre Israel e Irán se han llevado a un punto tal en el que todos los cálculos pueden salir mal, y en el que un par de errores en el envío o lectura de estos mensajes violentos, podrían resultar en una confrontación muy lamentable. Es por ello que, en este momento, es indispensable que las potencias que aún pretenden salvar el acuerdo nuclear como lo son los países europeos, o quienes están interesadas en la estabilidad y mantienen relativa influencia sobre Israel o Irán, como lo es Rusia, participen de manera más activa para distender la situación. De lo contrario, la espiral conflictiva en las dos rutas paralelas que describo, seguirá creciendo.