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Echemos un ojo a algunas noticias de esta semana: Trump llama “morosos” a sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) por no ejercer un gasto militar equivalente al 2% de su PIB, gasto al que se han comprometido. El miércoles, ya en la cumbre del pacto atlántico, Trump se lanza contra Alemania, España y otros aliados más. El jueves, todavía en la cumbre, se informa que se ha convocado a una sesión de emergencia de los países miembros. Algunos reportes de prensa circulan la nota de que Trump ha amenazado con abandonar la OTAN. Luego de desmentir esa información, se rumora que lo que sí pasó es que Trump endureció su tono contra sus aliados, reclamando no solo su falta de cumplimiento del presupuesto militar, sino sus superávits comerciales con EU. Luego, Trump sale y afirma estar comprometido con la alianza siempre y cuando todos los miembros eleven su gasto militar de inmediato. Francia e Italia declaran que no hubo compromiso alguno al respecto. Ahora bien, en la misma semana, la prensa israelí filtra una nota que indica que Netanyahu podría convencer a Putin de “forzar” a Irán a salir de Siria a cambio de que Washington elimine las sanciones económicas que ha impuesto en su contra. La cuestión es que esas sanciones supuestamente habían sido aplicadas a Moscú a causa de su anexión de Crimea y su intervención en Ucrania, temas que ya no parecen estar siendo puestos sobre la mesa. Trump ya ha dicho que la anexión rusa de Crimea es algo que “siempre ha pasado en todas partes”. Acto seguido se informa que parte de las conversaciones que sostendrán Trump y Putin en su cumbre del lunes sí incluirán el asunto de las sanciones. En palabras simples: el elemento común en esta serie de noticias es el evidente beneficio que Rusia extrae de todo lo que está pasando. Me explico.
Primero, el tema de la OTAN. El reclamo acerca de la falta de compromiso de la mayoría de los países miembros con el presupuesto militar del 2% del PIB no es nuevo. Ya desde tiempos de Bush y Obama, Washington ha reiterado su inconformidad al respecto. Solo 5 de 29 países miembros cumplen con ese monto que fue pactado como meta en 2006, y como obligación a partir del 2014. Sin embargo, (a) esto no significa que los países de la OTAN deban cuotas a esa organización o deban dinero a EU como Trump lo ha venido planteado. Lo que no han mantenido es su compromiso de invertir el 2% de su PIB en sus propios presupuestos militares, un objetivo para el que, por cierto, se había establecido 2024 como plazo y que Trump demanda ocurra de inmediato; (b) a pesar de que algunos países como Grecia o Estonia sí cumplen con ese 2%, su importancia estratégica es inferior a la de por ejemplo un país como Francia, quien está debajo de ese porcentaje, pero colabora activamente con EU en misiones que van desde Siria hasta África, desde el combate a ISIS hasta diversas ramas de Al Qaeda; por lo tanto, lanzarse contra sus propios aliados exclusivamente a partir del argumento del 2% no siempre es una táctica alineada con intereses estadounidenses que no pueden ser medidos como si se tratase de empresas; y (c) Washington no invierte el 3.5% de su PIB en presupuesto militar o envía tropas a Europa para “defender” a países “amigos”, sino para cumplir con su propia agenda e intereses, establecer posiciones geopolíticas y colocarse en situación de cercanía y ventaja frente a su principal rival: Moscú. Esto ha tenido, en efecto, un costo histórico, y Washington está en su derecho de reclamar a sus socios que compartan la carga. Pero la sola idea de que a causa de ese costo Trump eleve el nivel de las tensiones con sus aliados, se contrapone directamente con las metas históricas de la superpotencia que comanda, muy al margen de los acuerdos que en la cumbre sí se lograron firmar, y en cambio, favorece los intereses de la superpotencia que le rivaliza, Rusia.
Esto se puede conectar directamente con la cuestión siria, en donde Moscú se ha convertido ya en el poder con el que todos los actores están teniendo que negociar o al que están teniendo que pedir “permiso” para actuar. En ese sentido, Netanyahu podría estar ofreciendo a Putin sus buenos oficios para ayudar a que EU elimine algunas sanciones que ha impuesto al Rusia a cambio de que Putin se encargue de que Irán se retire completamente de Siria. Ahora bien, no es claro que Netanyahu pueda efectivamente lograr que Washington esté dispuesta a ceder esas sanciones, ni tampoco es claro que Rusia tenga la capacidad de controlar a Teherán. Lo que sí sabemos es que esas sanciones habían sido impuestas a Rusia por haberse anexado Crimea y por su intervención en Ucrania. También sabemos que en la cumbre Putin-Trump, las sanciones van a ser discutidas. De modo que el solo pensar en poner sobre la mesa dichas sanciones a cambio de algo externo a Ucrania/Crimea, pudiera implicar que Trump está dispuesto a conceder esa anexión, con lo que el Kremlin nuevamente terminaría por imponer su agenda.
Eso nos lleva a repensar, a dos años de las elecciones en EU, las metas que Rusia pudo haber tenido si es que de verdad intervino en ellas. Si bien es imposible afirmar que nosotros contamos con evidencias de esa posible intervención, son demasiados los actores que sí lo han documentado. Estos actores proceden de ambos partidos políticos (esto incluye, obviamente, al partido republicano, el potencial “beneficiario” de dicha intervención al haber ganado las elecciones presidenciales y las mayorías en el Congreso), incluye a todas las agencias de inteligencia en EU (y de otros países que han detectado estrategias de intervención similares), comités especiales de investigación, reportes en distintos medios de comunicación, e investigaciones académicas. Tampoco es posible saber qué tanto impactó esa potencial intervención en los resultados de aquella elección de 2016. Sin embargo, en el fondo de todo lo anterior, lo que parece haber no es el intento por favorecer a un candidato debido a alguna “afinidad” con el candidato en sí mismo, sino con el fin de provocar disrupción, encono, polarización, y con ello, mermar la capacidad de movimiento y actuación de Estados Unidos.
Esta disrupción, nerviosismo, confusión, encono y polarización, que han sido muy evidentes a nivel interno, ahora lo son también en espacios internacionales clave para Rusia como el de la OTAN, la alianza militar cuya razón originaria de ser y meta última es precisamente disuadir, contener y replegar a Moscú. Esto que estamos viendo ahora mismo, esta rispidez entre aliados, esta antes impensable ola de amenazas contra la misma esencia de lo que constituye el pacto militar, es música para los oídos de Putin. Y si de paso, en el curso de los mismos días, el Kremlin extrae otras concesiones de Washington, sus logros excederían cualquier expectativa. De manera que si esto fue diseñado y orquestado desde el Kremlin para que hoy estuviésemos donde estamos, o bien, si todo es producto de una sucesión de eventos circunstanciales, al final lo esencial no cambia: a pesar de todas las instituciones y contrapesos que existen en EU, y a pesar de organizaciones y pactos internacionales como la alianza atlántica, el poder del presidente de la máxima potencia del globo es tal, que sus solas preferencias y decisiones, pueden trastocar, sin demasiados problemas, décadas de arreglos y acuerdos, tanto en lo interno como en lo externo. Pareciera entonces que basta únicamente con ejercer influencia sobre él para conseguir logros insospechados.