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La dimensión internacional del crimen organizado pocas veces está en nuestro radar. Solo el 0.1% de las conversaciones de los cientos de personas con quienes hemos llevado a cabo entrevistas de profundidad en casi todos los estados del país, además de la capital, hablan de la parte internacional de la delincuencia organizada. Esto, que hemos detectado como un patrón en nuestras investigaciones, tiende a replicarse, aunque en menor medida, en una parte de la cobertura mediática sobre el tema. Es decir, parece que nuestra atención se encuentra muy concentrada—lo cual se entiende—en los factores internos que mueven al crimen organizado, desde la debilidad de nuestras instituciones, la impunidad o la corrupción, hasta otros temas como la desigualdad o la falta de acceso a oportunidades. Todos esos factores y muchos más, pueden ayudar a entender una parte fundamental del problema, pero no su totalidad, y, por lo tanto, pensar en resolverlo exclusivamente a partir de lo interno sin incorporar la dimensión internacional—lo que incluye, pero no se limita a la demanda de drogas—será siempre insuficiente. Entiendo que el panorama no es simple, pero evadirlo tampoco ayuda. Permítame aportar a la discusión algunos elementos.
El reporte sobre crimen organizado publicado por la Unión Europea (UE) en 2017 es altamente revelador. La información indica que, a pesar de la fortaleza institucional y estructural de la mayor parte de los países miembros, en la UE existen más de 5,000 grupos de crimen organizado con operaciones internacionales, las cuales tienen lugar en 180 naciones del globo (países entre los que, sobra decir, México está incluido). El reporte explica que la gran mayoría de esas organizaciones criminales tienen actividades en al menos tres países diferentes y que casi la mitad de ellas se encuentra involucrada en más de una empresa criminal, no solo el tráfico de drogas. “Las organizaciones criminales más peligrosas son aquellas que pueden invertir sus cuantiosas ganancias en la economía formal”, sigue el reporte, “así como en otros negocios criminales, lo que favorece la continuidad de sus negocios y una mayor expansión de sus actividades criminales”.
Por tanto, lo primero es tratar de pensar sistémicamente. En un sistema, hay un gran todo que se compone de una serie de partes que interactúan entre sí. Dentro de ese sistema, hay factores locales y nacionales que coexisten con componentes regionales y globales. Enfocarnos solo en lo local o lo nacional, obscurece un fragmento esencial del panorama. Observe con detenimiento un mapa del tráfico de drogas, por poner el caso más conocido. En ese mapa, usted podrá detectar en dónde se encuentra una parte importante de la oferta (al sur de nuestro país) y la mayor parte de la demanda (al norte de nuestro país). Si coloca una lupa usted en el mismo mapa, encontrará que, por ejemplo, el cártel de Sinaloa tiene operaciones directas en ciudades conocidas como Dallas, Chicago o Detroit, pero también en ciudades menos conocidas como Garden City, Kansas; Harrisburg, Pensilvania, o Greensboro, Carolina del Norte. Los negocios del Cártel del Golfo llegan hasta Ohio, y los del Cártel de Jalisco llegan hasta Arkansas o Virginia. Pensar sistémicamente significa entender que la violencia en nuestras ciudades tiene componentes de interconexión con la violencia en esas otras ciudades; que las fronteras se encuentran desdibujadas por estos actores no-estatales violentos cuyos motores y metas carecen de nacionalidad o bandera. En ese mapa, hay flujos que se alimentan de nuestras circunstancias internas pero que, a lo largo de los años, van también produciendo otras condiciones. De este modo, nos hemos convertido en un país de tránsito de drogas que es al mismo tiempo productor y consumidor. Pero aún bajo esas circunstancias internas, las fuerzas de oferta y demanda generadas por los grandes flujos internacionales de estupefacientes nos superan. Los incentivos económicos producidos a partir de la venta de esa droga a través de las fronteras, podrían rebasar a las políticas públicas que podamos implementar a nivel local si no logramos interconectarlas con el resto del sistema.
Analizando entonces el panorama integral, pensemos en una organización criminal cualquiera, no necesariamente demasiado grande, que cultiva, elabora u obtiene algún producto ilícito, lo que ocurre a veces localmente, pero muchas veces internacionalmente; lo comercializa en su zona, en su país o bien, como ocurre en la mayor parte de los casos, de manera internacional; se hace de importantes recursos que luego mueve a través de las fronteras para poderlos invertir en la economía formal de su localidad, o lavarlo a través de redes transnacionales, o bien, reinvertirlo en una o más actividades ilícitas. Si sus negocios en cualquiera de sus fases—locales o internacionales—son amenazados por otros grupos criminales o por autoridades varias, esta organización tratará de desarrollar y ejercer la capacidad para defender sus intereses, comúnmente por medio de la violencia, para lo cual, empleará redes, también internacionales (no solo desde EU), para conseguir armamento. Si como resultado, es incapaz de conservar determinadas rutas o negocios, buscará trasladar sus operaciones o empleará mecanismos alternativos para seguir obteniendo ganancias, desde el secuestro y la extorsión, hasta el tráfico ilícito de combustible u otros productos, o bien, el tráfico de personas, por poner solo algunos casos, los cuales comercializará localmente o, nuevamente, a través de las fronteras. Estas actividades serán observadas por otros actores, quienes pueden, a su vez, ser incentivados u orillados por las circunstancias, a involucrarse en estas actividades ilícitas, ya no solo el narcotráfico.
De igual manera, si miramos ese sistema, la corrupción a nivel local resulta fundamental para nutrir esas redes, pero por sí sola, sería insuficiente para comprender la panorámica completa. Para que estos movimientos a través de tantas naciones y tantas actividades criminales, puedan tener éxito, se necesita que los tentáculos de esa corrupción permeen a través de toda la red internacional.
Esto ofrece un escenario altamente complejo puesto que aún no podemos ponernos de acuerdo en temas internos y ahora, además de todo eso, hay que pensar en cómo podemos colaborar con otras naciones para resolver problemas de corrupción internacional, lavado de dinero, y redes transnacionales de tráfico de droga, personas o productos ilícitos. Sin embargo, por abrumador que sea el pensar en ese panorama, peor es evadir esa dimensión internacional del crimen organizado de nuestras conversaciones. O bien, si la conclusión a la que llegamos es que no estamos bien acompañados en esta lucha por parte de otras naciones, entonces quizás debemos orientar nuestras decisiones hacia cómo contener el problema en lo interno, sin tratar de resolver desde casa las cuestiones que, con mucho, nos rebasan. La problemática no es solo local. Se alimenta, como tormenta perfecta, de factores locales. Pero no es exclusivamente local. Y si bien el sol arde demasiado fuerte, taparlo con un dedo no es opción.