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Dos referendos de independencia tuvieron lugar durante los mismos días, uno en el Kurdistán iraquí y el otro en Cataluña. Los contextos son, por supuesto, muy diferentes y los movimientos independentistas en cada uno de esos dos casos son distintos entre sí. Sin embargo, no está de más revisar ambos en paralelo ya que los dos fueron declarados ilegales por los gobiernos centrales tanto de España como de Irak (a diferencia de otros referendos de carácter legal como el de Escocia en 2014, o los de Quebec en Canadá). No obstante, la forma mediante la cual el estado español decidió enfrentar esa ilegalidad fue muy diferente a lo que está haciendo el estado iraquí. Es decir, por un lado, están los temas del impulso independentista que prevalece en determinadas sociedades, la evolución histórica de ese impulso independentista, su nivel de organización y la viabilidad que existe para transformar ese impulso en una realidad material. Pero del otro lado, está la cuestión de cómo responde el Estado-Nación del cual esa comunidad pretende separarse, ante esos movimientos de independencia, y la cuestión de cómo ese Estado-Nación consigue que otros países vecinos o involucrados se aglutinen en torno a su defensa o reaccionen ante el referendo para intentar neutralizar sus efectos.
Los kurdos son un grupo étnico sin estado, el cual, por la manera como históricamente se fue conformando el mapa del Medio Oriente, se encuentra disperso entre cinco diferentes países: Turquía, Siria, Irak, Irán y Armenia. Esto de entrada va a generar divergencias considerables entre los kurdos que habitan cada uno de esos distintos países. Por ejemplo, la minoría kurda más importante vive en Turquía (unos 15 millones). En ese país hay desde los kurdos que presentan un mayor grado de integración con la vida económica y política de Turquía o grupos independentistas pacíficos, hasta grupos militantes que utilizan la violencia contra el estado turco y le combaten en una guerra sin cuartel. Algo similar ocurre en Irán, en donde ha resurgido una militancia kurda en los últimos años. En Siria, sus derechos han sido históricamente vulnerados, pero al menos desde el inicio de la guerra civil, el gobierno de Assad ha preferido mantener buenas relaciones y una especie de pacto tácito de no agresión con los kurdos –pacto que se ha roto varias veces- para enfrentar a otros enemigos. El caso iraquí es especial. Después de haber sufrido una brutal represión en tiempos de Hussein, incluso con el uso de armas químicas, los kurdos iraquíes gozan hoy de un grado de autonomía tal que su territorio se asemeja a un estado de facto, el Gobierno Regional del Kurdistán. Este cuasi-estado cuenta, entre otras cosas, con una importante capacidad exportadora de petróleo, una economía estable, y con su eficaz y bien equipado ejército propio, los Peshmerga. No es casualidad que sea ahí, en el Kurdistán iraquí, y no en otros territorios kurdos, en donde existan más condiciones para el referendo de independencia.
Dos elementos deben considerarse al respecto de este referendo. El primero es el fortalecimiento de la posición kurda tanto en Siria como en Irak a raíz de su eficacia en el combate a ISIS, además de la alianza estratégica entre los kurdos sirios y los kurdos iraquíes con Washington, que el combate al jihadismo afianzó. Así que ya era común leer en los análisis desde hace años, que este fortalecimiento kurdo iba a acarrear consecuencias regionales muy relevantes. Eso se conecta inmediatamente con un segundo elemento: el apoyo internacional con el que el estado iraquí ha contado contra el referendo kurdo. Irán y Turquía temen las repercusiones que un potencial estado kurdo en sus fronteras tendría para efectos de sus propias minorías y movimientos nacionalistas. Pero no solo esos dos países han manifestado su oposición ante el referendo kurdo. Otros como Rusia o EU también apoyan a Bagdad.
El caso catalán es distinto, evidentemente, pero es importante entender que el estado español tampoco se encuentra solo en su posición anti referendo. Muchos otros países, por ejemplo, en Europa, temen que el potencial éxito del proyecto catalán pudiese incentivar movimientos independentistas en cascada, algunos de los cuales pudieran correr con suerte similar.
Ahora bien, considerando que ambos países, Irak y España, buscaban neutralizar los efectos de sus respectivos referendos, la diferencia central estriba en las tácticas empleadas. El gobierno español, argumentando la raíz inconstitucional de la consulta, decidió emplear toda la fuerza y peso del estado para que la ciudadanía no ejerciese su voto. Esto resultó en una represión y uso de la violencia cuyas imágenes dieron la vuelta al mundo. Al margen de la validez o invalidez de esas votaciones, la realidad es que el movimiento independentista catalán cobra fuerza y energía renovadas, y se coloca a nivel internacional como una aspiración que, en la visión de una gran cantidad de voces, cuenta con legitimidad. Y si muchos, fuera de España, no estaban del todo convencidos de ello, es probable que, después de haber visto los videos de la represión, coincidan con el pueblo catalán al menos en su derecho a votar su futuro, independientemente de lo que diga la constitución española. Al mismo tiempo, España se presenta como un estado que, ante los ojos de muy diversos actores, termina pareciéndose a los peores regímenes antidemocráticos, lo cual genera divisiones internas y externas. Bajo esas circunstancias, los países que en principio favorecen y buscan defender la postura legalista de España, incluso la Unión Europea misma, quedan en un lugar muy incómodo entre apoyar la soberanía de un estado nacional, o el respeto al derecho de sus ciudadanos a no ser reprimidos por salir a votar.
Irak, en cambio, permite que el referendo se lleve a cabo, sí, buscando deslegitimarlo antes, durante y después de los hechos, pero sin pretender impedir las votaciones por medio de la fuerza. Es verdad que, en el caso kurdo –sobre todo ante la existencia del ejército local Peshmerga-, el uso de la violencia por parte de Irak hubiese provocado consecuencias imprevisibles. También es cierto que tanto Irán como Turquía desplegaron a sus ejércitos en sus fronteras con el Kurdistán iraquí y amagaron con llevar a cabo intervenciones militares si la situación lo requería (cosa que no sucedió a pesar de que el referendo se llevó a cabo). Pero al margen de eso, Bagdad eligió combatir la legitimidad de los resultados de las votaciones por otros canales. Los países que le respaldan, Estados Unidos y algunos europeos incluidos que hoy están buscando mediar, no son colocados ante una posición incómoda porque el estado iraquí no ejerció la represión contra los votantes como se vio en España. En lugar de eso, Bagdad y sus aliados ponen en marcha otras medidas que pretenden ejercer una presión sin precedentes sobre el Gobierno Regional del Kurdistán, las cuales van desde el aislamiento aéreo y fronterizo hasta el bloqueo económico para productos clave como lo es el petróleo.
El debate acerca de si el pueblo kurdo o el pueblo catalán (o muchos más) tienen o no tienen derecho a elegir su independización, seguirá su curso. Y posturas habrá a favor, otras habrá en contra. Pero de cómo se manejan estos momentos de crisis depende el desarrollo pacífico y estable de cualquiera que sea el desenlace de esas aspiraciones. Contrastar estos dos casos que suceden en paralelo nos permite atestiguar en tiempo real las consecuencias de los actos de cada uno de esos gobiernos puesto que, debemos estar conscientes, ninguno de los dos movimientos independentistas va a desaparecer próximamente.