Antes de comenzar cualquier análisis, lo primero es comprender que el empleo de armamento químico en un conflicto sí es una línea roja. Más allá de la normatividad, lo es desde la perspectiva de la percepción de la comunidad internacional y lo es desde las implicaciones políticas que esa percepción tiene. Cientos de miles de personas han muerto en Siria a manos del ejército y de los muchos grupos rebeldes, algunos de ellos, efectivamente, organizaciones terroristas. Pero solo ante la creciente evidencia sobre el uso de armamento químico en esa guerra, en 2012 Obama se sintió políticamente obligado a definir justo esa conducta como la que cambiaría las reglas del juego y orillaría a la superpotencia que comandaba a intervenir. A pesar de esa amenaza, las armas químicas siguieron siendo utilizadas, y no solo por parte de Assad. Pero Obama seguía considerando que intervenir en Siria no era una buena decisión, así que la Casa Blanca buscó una y otra vez motivos para evadir la línea roja que el mismo presidente había trazado. Hasta agosto del 2013. En esa ocasión, la evidencia recopilada por las agencias de inteligencia occidentales en cuanto a la responsabilidad del ejército sirio en el ataque químico en Goutha, era muy abundante. Todo apuntaba a que esta vez, EU sí cumpliría con sus amenazas y atacaría. No obstante, Moscú encontró una salida que a Obama le pareció suficientemente digna y balanceada. El presidente sirio se desharía de todo su arsenal químico bajo la supervisión internacional. Con ello, Obama canceló los planes de atacarle. El problema es que esos eventos fueron percibidos por muchos, tanto en su país como en otras partes, como un signo de debilidad. En su visión, cuando el presidente de una superpotencia toma la decisión—correcta o incorrecta—de emitir amenazas que luego no cumple, solo se proyecta como un líder titubeante y sin credibilidad.

Esa carga pesa enormemente sobre Trump y sobre sus consejeros, pues el magnate ha sido uno de quienes más ha criticado a Obama por su palabra incumplida. El temor de mostrarse débiles ante el avance de Irán y Rusia—los mayores aliados de Assad—en la región, se encuentra presente en todas sus reuniones. Eso es también lo que argumentaba el Pentágono hace solo unos días, cuando el presidente le ordenaba diseñar un plan para sacar a sus tropas de Siria. Apenas el sábado escribí sobre el tema, y expliqué que desde la óptica de Trump, basada en “America First”, Washington no tiene nada que hacer peleando guerras ajenas y lejanas, mucho menos cuando no saca réditos tangibles de ello. Para Trump, el haber intervenido en países como Irak o Libia fueron errores que solo desestabilizaron la región y costaron a los estadounidenses muchas vidas y mucho dinero. Sin embargo, nuevamente, el uso de armas químicas puede cambiar la ecuación. El cruce de esa línea roja le empujó hace un año a enviar más de 50 misiles contra el ejército sirio tras un ataque químico similar al del sábado. La cuestión es que aquella represalia no modificó en modo alguno la correlación de fuerzas en Siria y no detuvo la creciente ventaja de Assad en la guerra. El ataque fue percibido como una medida punitiva muy limitada y solo fue capaz de disuadir a Assad durante un corto tiempo. Por consiguiente, en este punto, hay que revisar al menos tres elementos distintos acerca del último ataque químico: la responsabilidad, la atribución y las represalias.

Primero, la responsabilidad: En este momento es imposible determinar con precisión quién perpetró el ataque químico del sábado. Para hacerlo se requiere de investigaciones que normalmente toman varias semanas o meses. Ya sabemos que tanto Assad como Rusia niegan que hubiese ocurrido un ataque químico o que éste hubiese sido perpetrado por el gobierno sirio. Eso no es nuevo. Algo similar ocurrió hace un año, y lo mismo ha ocurrido cada vez que un ataque químico tiene lugar en Siria. Sabemos también que diversos grupos rebeldes han empleado armas químicas varias veces en ese conflicto. Sin embargo, hay que considerar tres factores: (1) Tras las investigaciones pertinentes por parte organizaciones como la ONU o la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (entre otras cosas, la responsable de verificar que Damasco se hubiese deshecho de todo su arsenal químico), la mayor parte de ataques químicos del pasado, incluido el de abril del 2017, han sido atribuidos al ejército sirio. Asumiendo que las nuevas investigaciones volviesen a confirmar su responsabilidad, Assad podría estar buscando enviar, una vez más, un mensaje de autoconfianza y de fuerza a grupos rebeldes varios, a fin de recordarles el poder que ha logrado recuperar y el destino que les espera si se mantienen luchando. Mucho más cuando la reacción internacional ante el uso de este tipo de armamento no le ha disuadido de seguirlo empleando. Otra posibilidad, algo que también ha ocurrido antes, es que la orden del uso de armas químicas no haya procedido directamente de Assad, sino de algún mando del ejército sirio; (2) Cuando grupos rebeldes u organizaciones terroristas como ISIS han empleado armas químicas, el monto de muertos y heridos es normalmente menor que cuando lo ha hecho el gobierno. Eso no les quita responsabilidad alguna; simplemente habla de sus inferiores capacidades; y (3) Al margen de las investigaciones que tomarán su tiempo, lo más importante para efectos del análisis es que, partiendo de los datos de sus agencias de inteligencia, EU y varios de sus aliados, una vez más, atribuyen el ataque a Assad.

La atribución es importante porque nuevamente confronta al presidente estadounidense con evidencia (así sea evidencia propia) que le impone cumplir con su palabra. Es decir, si tanto sus agencias de inteligencia como las de algunos de sus aliados le han indicado que el responsable del ataque fue Assad, y si él así lo ha comunicado públicamente, entonces solo le quedan dos alternativas: cumplir con sus amenazas, o mostrarse titubeante y perder credibilidad.

Ahora bien, el tema de las represalias es muy complicado. Hasta el momento de este escrito, el ataque anunciado no ha ocurrido. El hecho de estar esperando varios días podría significar que EU está contemplando una ofensiva bastante más robusta que la del año pasado. El tiempo transcurrido podría estarnos hablando de la necesidad de prepararse para tal ofensiva, y de otro tipo de implicaciones como su viabilidad política. Ya el senador Tim Kaine declaró que el presidente necesita aprobación del Congreso para lo que planea. Para Trump, lo ideal sería repetir, como el año pasado, un ataque limitado que no le obligue a involucrarse en una guerra que, en su opinión, es absolutamente ajena y en la que EU no tiene nada que ganar. El problema es que aquella represalia del 2017, en la lectura de Washington, fue ineficaz. Un año después, con la amplia ventaja adquirida por Assad en la guerra gracias al apoyo ruso e iraní, una acción punitiva similar sería todavía menos eficaz. Por lo tanto, una ofensiva de mayor escala, en su visión, es indispensable.

Dicho lo anterior, la logística de una represalia “aumentada” no es simple. La presencia rusa en Siria es muy importante, por lo que Washington tendrá que buscar en todo momento evitar cualquier incidente que pudiera confrontar a ambas superpotencias. Por consecuencia, las alternativas no son demasiadas: Ataques con misiles y acaso bombardeos dirigidos sobre todo a instalaciones químicas, quizás también a otros objetivos, pero únicamente en aquellos sitios en donde no haya presencia rusa o en donde esa presencia sea mínima. Esta vez, Washington ha buscado no ir sola, sino tejer una coalición con aliados que le pueda dar mayor cobijo político a sus acciones.

Varias cuestiones quedan pendientes y tendremos que observarlas con cuidado. Una de ellas es la forma como Moscú decida reaccionar. La probabilidad es que, a pesar de declaraciones varias, el Kremlin evitará un escalamiento que se pudiera salir de control, pero será necesario monitorear los hechos muy de cerca dado que una vez iniciados los ataques, nada puede descartarse. Otro importante factor es determinar hasta qué punto las acciones de EU y sus aliados realmente consiguen la eficacia que buscan, o bien, si es que Washington decide escalar su intervención. Y un factor adicional que permanece en la sombra, pero que merece un análisis completo, es la intervención de Israel en este contexto dado que su enfrentamiento con Irán y sus aliados en Siria se encuentran en el punto más álgido de los últimos años. Ante todo, ninguna de las anteriores son buenas noticias para la población siria, la cual año tras año ha terminado sufriendo todas las consecuencias de que su país se haya convertido en el espacio donde se dirimen las disputas regionales y globales.

Twitter: @maurimm

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