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Hay voces que señalan que la tercera guerra mundial ya ha iniciado, y que ésta es de carácter comercial. Yo no sé si “tercera guerra mundial” describe lo que está sucediendo en estos momentos, pero sí sé dos cosas: Una, que las tensiones que se viven entre Estados Unidos y China, han entrado, en efecto, en una dinámica de espiral ascendente a la que no se ve un pronto final, y dos: suponer que un conflicto armado entre dos superpotencias es impensable, podría ser un error que ocluya la urgencia de detener esa espiral. En primer término, porque, como lo afirma el columnista hongkonés Cary Huang, la historia muestra que los conflictos comerciales exacerban las tensiones existentes y pueden provocar crisis económicas que podrían resultar en crisis políticas y sociales, y así crear entornos que incentiven el conflicto armado. Y, en segundo término, porque entre EU y China las tensiones geopolíticas preceden a Trump y a la actual guerra comercial. Considere usted este caso: El 30 de septiembre, un destructor chino llegó a estar a solo 41 metros del buque de guerra estadounidense USS Decatur forzándolo a maniobrar para evitar un choque. El navío estadounidense conducía una de las llamadas operaciones de “libertad de navegación” en el Pacífico en una zona disputada entre China y sus vecinos. El ministerio de defensa chino indicó que el Decatur estaba violando la soberanía china. No es la primera vez que sucede un incidente similar, pero hasta ahora, no habíamos visto una ocasión en que un buque militar chino se aproximara tanto a uno estadounidense, casi al grado de chocar. Más aún porque un evento así no puede mirarse hoy de manera aislada a las otras conflictivas que existen entre ambas superpotencias. Es por ello que es indispensable dimensionar los riesgos en que ambos países están incurriendo.
Ya hemos documentado en este espacio cómo es que la dirigencia en Beijing tiene ya tiempo percibiendo a Estados Unidos como una superpotencia en declive (al margen de si ese declive es real, el punto es que así es percibido entre la dirigencia china). De acuerdo con esta visión, EU ha ido dejando vacíos en el planeta, y no tiene ya el interés ni la capacidad de supervisar y dirigir todo lo que acontece en la región del Pacífico. En cambio, China se entiende a sí misma como una potencia en ascenso, en pleno crecimiento, con el derecho y el poder suficientes no solo para asegurar lo que considera sus intereses geopolíticos inmediatos legítimos, sino con la capacidad de expandir su alcance a nivel global. Esta suma de percepciones y conclusiones ha llevado a esa potencia a irse posicionando de manera cada vez más firme en zonas alrededor de sus mares colindantes, las cuales incluyen territorios que disputan diferentes países de la región. Lo ha hecho tanto a través de su actividad económica de explotación y pesca en mares que esos otros países vecinos reclaman como suyos, como a través de la construcción de auténticas bases militares en islas, islotes y rocas ubicadas en estas áreas disputadas.
Del otro lado, para Washington ha sido indispensable, también desde hace tiempo, proyectar la percepción opuesta y afirmarse como la superpotencia dominante en el Pacífico, sitio que lleva varias décadas ocupando. Quien piense que Estados Unidos carece de la voluntad y capacidad para mantener su supremacía geopolítica en esa región, se busca comunicar desde Washington, ha malinterpretado las decisiones de la máxima superpotencia del planeta. Así, cada vez que Beijing decretaba una zona de exclusión aérea en un territorio disputado de la zona, EU la desafiaba sobrevolando justo ese territorio. Cada vez que Beijing se posicionaba sobre islotes o mares en disputa y delimitaba sus fronteras marítimas, Washington conducía operaciones de “libertad de navegación” precisamente en esos mares para desafiar a Beijing de manera material, simbólica y política. Y durante mucho tiempo, China respondía enviando algunos barcos que hacían “sombra” a los buques estadounidenses, o mandaba aviones para acercarse a esos navíos, y así provocar una especie de afrenta o demostración de fuerza.
Sin embargo, la situación bajo Trump se ha ido moviendo considerablemente generando un contexto del que podríamos resaltar al menos los siguientes elementos: (a) La Casa Blanca ha iniciado ya formalmente una guerra comercial contra China, la cual, de seguir escalando, se convertiría en la mayor guerra comercial de la historia; (b) Beijing se mantiene respondiendo ante cada uno de los ataques comerciales, por un lado enviando signos de estar abierta a detener la escalada, pero por el otro, demostrando firmeza en todo momento y proyectando el mensaje de que está suficientemente preparada y dispuesta a sufrir las consecuencias si esta guerra no se puede detener, así como lista para cobrar a EU las facturas correspondientes, que no son pocas; (c) Paralelamente, Washington ataca a China en otros ámbitos lo que incluye desde sanciones económicas contra funcionarios y empresas chinas, hasta golpear a Beijing en el punto que más le enfurece: el coqueteo con Taiwán; (d) De su lado, China no duda en cortejar a aliados estadounidenses, por ejemplo, en el marco de su iniciativa de inversión global denominada “Un Cinturón, Una Ruta”; (e) Por último, desde hace años se ha documentado la ciberguerra existente entre ambas superpotencias. Los ciberataques contra empresas, gobiernos, militares, universidades y organizaciones varias, se mantienen creciendo.
La decisión china de acelerar su despliegue y el control de sus mares colindantes y de los territorios que son disputados por sus vecinos asiáticos, acompañada de la determinación de restringir de manera más firme las expediciones estadounidenses de “libertad de navegación”, son factores que deben ser leídos en el entorno arriba señalado, un entorno bajo el que es posible que en Beijing se esté ahora optando por abandonar la estrategia más tímida de hacer “sombra” a los buques norteamericanos, y adoptar una de acoso más abierto y directo. Este conjunto de elementos, como es natural, podría eventualmente suscitar un incidente muy delicado entre ambas superpotencias—imagine, por ejemplo, si los barcos que estuvieron a punto de chocar el domingo pasado, hubiesen colisionado tras el embate del destructor chino—situación que, en un caso extremo, podría salirse de las manos.
Es precisamente en estos momentos cruciales cuando los liderazgos—lo que incluye a China y EU, pero también a actores internos como el Congreso en Washington o empresas multinacionales, así como a la comunidad internacional interesada en que la estabilidad económica y política prevalezcan por encima de la dinámica que hoy se está viendo crecer—deben comprender sus responsabilidades, implementar medidas de distensión, y comenzar a revertir lo que hoy aparece como una escalada imparable entre estas dos superpotencias. Los riesgos que se están alimentando rebasan con mucho a la guerra comercial.
Twitter: @maurimm