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El 13 de junio de 1939 llegó el buque Sinaia al Puerto de Veracruz con más de mil 500 refugiados de la España Republicana. A 80 años del exilio español en México, este episodio histórico puede analizarse desde distintos enfoques. Está, por supuesto, el destacado papel diplomático que jugó el gobierno del General Lázaro Cárdenas del Río. También se puede escudriñar el hecho histórico desde los intentos del pueblo español por construir un régimen que combinara principios de igualdad social con las libertades democráticas.
Sin embargo, por la coyuntura por la que atraviesa México es necesario abordar este tema desde la óptica de las migraciones y su papel en el enriquecimiento de la vida de las naciones.
Yo he escuchado muchos discursos de amigos del exilio español que han agradecido a México, especialmente al presidente Cárdenas, esa apertura única. No obstante, además de escuchar estos agradecimientos a las autoridades mexicanas de aquél entonces, a funcionarios como Narciso Bassols, Daniel Cosío Villegas o Gilberto Bosques, que con gran visión y humanismo se abrieron y abrieron las puertas de México, yo creo que también nosotros tenemos que estar muy agradecidos como nación con el exilio español que enriqueció nuestra vida y nuestra cultura.
Hay infinidad de nombres en esta brillante historia. Muchas de las obras, íconos arquitectónicos de México fueron diseñados por arquitectos de aquel exilio, como Félix Candela, Óscar Coll o Imanol Ordorika Bengoechea, Fernando Rodríguez Miaja, entre otros.
También recordamos con cariño nombres como los de León Felipe, Luis Buñuel, José Gaos, Ramón Xirau, Adolfo Sánchez Vázquez, Aurora Arnáiz, Luis Recasens, Remedios Varo, Wenceslao Roces, José Moreno Villa, María Tarragona, Enrique Díaz Canedo, para mencionar algunos ejemplos paradigmáticos.
En la Facultad de Derecho, algunos maestros nos decían “aquí da clases la maestra Aurora Arnaíz”. Y en varias facultades de la UNAM había núcleos de intelectuales muy sólidos de exiliados, y posteriormente de hijos de exiliados, pero los nombres son muchos más, y habrá que mencionar también a Antonio Sacristán o al abogado Néstor de Buen, a Óscar de Buen, a Francisco Giral, Eduardo Nicol, a Tomás Espresate, a José María Muriá o Carlos Bosch.
También a los hermanos Mayo, que no se apellidaban Mayo, y hay más personajes que se descubren en la vida cotidiana de nuestro país y que no tienen que ver necesariamente con las figuras más conocidas, pero sí con diversos ámbitos y que han sostenido diversas posturas en la historia de México.
Ahí está Eulalio Ferrer, de la Publicidad Ferrer: o José Puche, Jaime Serra Puche, Francisco Barnés de Castro, José Yuste, Sergio Sarmiento, Regino Díaz Redondo, o el que hacía los documentales que nuestra generación veía en el cine cuando éramos niños: Demetrio Bilbatúa, para mencionar algunos. O se encuentran también otros nombres en el ámbito artístico, como el de Pepita Gomís, Ofelia Guilmain o el actor Andrés García, hijo de un piloto republicano.
Los republicanos españoles en México sembraron y construyeron, hicieron editoriales, como Séneca, contribuyeron a la Editorial Era, librerías como la librería Bonilla, la Librería de Cristal, la librería Robledo, u otro tipo de instituciones económicas, empresas como Banca Somex, Aceites Ybarra, o la cooperativa de Casas Baratas Pablo Iglesias, o la Compañía Lírica o la Industria Gráfica, o la Fábrica Vulcano, para mencionar unos ejemplos. Más conocidos son los esfuerzos de muchos de ellos por levantar instituciones como el CIDE, el ColMex, el Colegio Madrid, el Instituto Escuela, el Luis Vives, el Herminio Almendros, el Bartolomé Cosío y otros. Entonces, es preciso agradecer todo lo que los exiliados españoles y sus descendientes han construido por México y en México. Muchísimas gracias al exilio español.
Presidente del Senado