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El pueblo venezolano ha demostrado una vez más su amor por la libertad, a través de una larga y difícil lucha pacífica que ha exigido una impresionante dosis de bravura. Los venezolanos no están pidiendo nada arbitrario, únicamente respeto a lo que dice la Constitución. Ante la ausencia de legitimidad y legalidad del gobierno actual, un presidente encargado debe convocar a elecciones libres.
A los demócratas venezolanos les asiste el derecho. Constitucionalmente no hay dos presidentes, hay uno. Y es importante señalarlo, porque es posible que algunos en la cancillería mexicana no lo sepan: Maduro dice que ganó las elecciones convocadas por una asamblea a modo que desconoció a la Asamblea Nacional, elegida constitucionalmente en diciembre del 2016. Maduro debió protestar frente a esa Asamblea Nacional y no lo hizo. Por lo tanto, no es presidente constitucional, lo que activó el mecanismo de “presidente encargado”. Ese es Juan Guaidó, quien, obedeciendo la ley, está llamando a elecciones.
Cuando Maduro quebrantó el orden constitucional, México tuvo una posición muy débil, que después fue mejorando, pero que nunca demostró liderazgo. Hoy, nuestro papel en la diplomacia regional no existe. Quizás ocupados en comprar pipas caras, lo primero que hizo la cancillería fue sostener a Maduro, luego fueron matizando la postura del presidente López Obrador a medida que las democracias del hemisferio fueron desconociendo al gobierno de Maduro. Cuando no hubo argumentos, parece que sólo copiaron y pegaron la declaración del gobierno de Uruguay para ganar algo de tiempo.
México debe pronunciarse a favor de las elecciones en Venezuela, no hay razón para no hacerlo. La Constitución mexicana establece que un pilar de la política exterior es el respeto y la promoción de los derechos humanos. Todos sabemos que Maduro violenta a diario esos derechos sin ningún pudor y todos los días rompe el orden constitucional. Pero parece que las afinidades ideológicas y los compromisos inconfesables de los actuales gobernantes pueden más que la verdad. Apoyarse en una interpretación literal y simplona de la doctrina Estrada para respaldar a un dictador es una vergüenza que revela complejos, favores y hasta falta de caridad.
No está de más tomar nota de lo que llevó a Venezuela a esta terrible situación. Cuando ganó el populismo, los liderazgos se fueron acomodando. Los empresarios negociaron. Los intelectuales cambiaron críticas por halagos. La prensa se fascinó con cada frase, chiste, desplante y ocurrencia del gobernante y no le exigió rendir cuentas. Fueron concediéndole de manera voluntaria más poder al poderoso. La oposición se desarticuló. Por miedo, conveniencia, ambición o falta de visión y altura, quienes pudieron crear un dique no lo hicieron. El resultado fue un poder aplastante que, prometiendo una transformación de fondo, destruyó todo lo bueno que Venezuela tenía, incluida su economía, su libertad y su democracia.
En septiembre del 2016 cuando estaba la campaña para las elecciones de la Asamblea Nacional, Leopoldo López pidió a sus seguidores: “que en estos momentos no les falte la fuerza, el coraje, la inteligencia, la organización ni la paciencia, el que se cansa pierde”. Los venezolanos no se cansaron, a pesar de las trampas y los abusos de la dictadura de Maduro. Su ejemplo nos debe inspirar y llamar a la acción. La comunidad internacional, y en especial México, no deberían dejar a su suerte a quienes hoy luchan por sacar a Venezuela de la oscuridad, la opresión, la arbitrariedad y la barbarie. A los demócratas venezolanos les tenemos que decir: el pueblo de México no los ha dejado solos. Estamos con ustedes, a pesar de que nuestro gobierno quiera cruelmente darles la espalda.
Abogada