No deja de admirarme que, en pocos caracteres, se exhiba la inconsistencia del nuevo lenguaje público exponiendo sus carencias y sus contradicciones. Es el caso del tuit certero de Carlos Bravo Regidor, académico del CIDE @carlosbravoreg: “Austeridad no es sinónimo de eficiencia. Descentralización no es sinónimo de desarrollo. Que suene bien no es sinónimo de que sea bueno. Criticar no es sinónimo de estar en contra.”
“Austeridad no es sinónimo de eficiencia”. Asimilar la austeridad con eficiencia o con integridad es demagogia. En la Administración Pública moderna no hay quien reconozca como regla de que a menor ingreso de los funcionarios públicos exista mayor eficiencia en su desempeño. Muchos conocemos a servidores públicos que trabajan 10 o más horas diarias, con pocas vacaciones, y con serias, muy serias responsabilidades. Generalizar esta supuesta austeridad puede ser injusto e ineficaz. Además, la austeridad no es necesariamente templanza, puede ser un rasgo de carácter y una cualidad pero no por fuerza una virtud. Es decir, la austeridad no guarda relación necesaria con la competencia profesional, ni con la probidad, ni con la honradez.
“Descentralización no es sinónimo de desarrollo”. Descentralizar la administración puede ser un gesto dirigido a los votantes en el cumplimiento de una promesa de campaña o para generar la expectativa de trabajo entre los locales (ya habiéndoles avisado de los bajos salarios). Por otra parte, una relocalización improvisada puede afectar negativamente la vida de ciudades que carecen de una infraestructura adecuada. Centralizar no significa en sí mismo menor desarrollo ni descentralizar significa aumentarlo. No hay relación causal entre descentralizar y desarrollo, en todo caso una especie de prevaricación.
“Que suene bien no es sinónimo de que sea bueno”. El lenguaje en la política se ha desarrollado para que “suene bien”, para llevarse los aplausos, para convencer que lo que cabe es un “castigo” y que nada más por serlo es algo bueno. Es cierto que hay cosas que además de sonar bien, son buenas, por ejemplo: que la austeridad también aplique a los partidos políticos. Y hay cosas que ni suenan bien ni son buenas, por ejemplo, la cantidad de improperios que dijo el Presidente electo con respecto a la investigación del INE sobre el fideicomiso que, según esa autoridad, se usó para manejar fondos y dirigirlos a la campaña de Morena bajo la excusa de ayudar a los damnificados del sismo del 19 de septiembre del 2017.
“Criticar no es sinónimo de estar en contra”. La crítica es un derecho que afirma al individuo en su opinión. Disentir es una elección del ciudadano en el ejercicio de su libertad y no es sinónimo de indiferencia o de falta de compromiso, al contrario. La crítica además de aconsejable es necesaria para la democracia, para el diálogo y representa un compromiso incuestionable de ese ciudadano con la democracia. La calidad de la crítica es termómetro fiel del compromiso y de la madurez de quienes la expresan, de quienes la reciben y de la libertad de nuestra sociedad.
Un buen ejercicio que puede resultar entretenido es agregar otras tantas frases para la vida política de nuestro país y para lo que está ocurriendo en otros países. Por ejemplo: “unidad no es sinónimo de reparto” o “represión no es sinónimo de guerra”.
POR CIERTO: el 19 de julio, el dictador de Nicaragua, Daniel Ortega, se empeñó en celebrar el 39 aniversario de la caída del dictador Somoza (increíble la historia que se repite, pero ahora con los supuestos libertadores). Nicaragua necesita de la comunidad internacional. Los “fatigados y agobiados” nicaragüenses han encontrado alivio en la Iglesia Católica de Nicaragua que es acompañada por la Iglesia de América Latina. Más allá de la parte religiosa, quienes queremos que la paz sea fruto de la libertad y del respeto a los Derechos Humanos debemos ser solidarios con el pueblo nicaragüense —particularmente con los jóvenes— que hoy se enfrentan a una dictadura que los reprime con el poder, con las leyes y con las armas.
Abogada