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El líder de los diputados de Morena lo dijo muy convencido hace menos de un mes: “Ésta será la última consulta bajo estas condiciones, con esas características, bajo estas circunstancias”. El diputado se refería a la consulta fraudulenta de finales de octubre, con la que AMLO anunció que cancelará el nuevo aeropuerto. Y lo dijo tan en serio, que hasta le creyeron y lo retomaron en muchos medios. Lo malo: López Obrador no se enteró, y hoy estamos de nuevo comentando una nueva burla a la democracia, una nueva tomadura de pelo.
A finales de septiembre yo percibía tres sentimientos entre los mexicanos. El primero era esperanza, compartida incluso por muchos que no habían votado por el ganador. Segundo, una gran incertidumbre por los planes en materia económica y de seguridad. La forma en la que la gente se calmaba a sí misma era repitiéndose: “no creo que lo haga”, “dudo que se atreva”, “no es tonto, sabe las consecuencias”, “no quiere iniciar su gobierno con una crisis”, o “a ver qué hace el Congreso”. El tercer sentimiento era temor. Sí, el temor que ocasiona saber que ahora todo depende de la voluntad de una persona con poder ilimitado, sin contrapesos.
Lo primero que ha logrado el gobierno electo es cambiar mediante la polarización la esperanza en desilusión y la incertidumbre en miedo. La esperanza se fue diluyendo al constatar —como escribió Luis Rubio— que hay muchas obsesiones, pero ninguna estrategia. O —como apuntara Carlos Bravo Regidor— que hay total improvisación en el actuar, combinada con una confianza colectiva ciega en el liderazgo de AMLO: parece que no existe en su entorno quien le diga “esto no se puede hacer, señor presidente electo, esto no es bueno para México”.
Por eso la incertidumbre se transformó en miedo. Porque hizo lo que se pensó no haría. Porque ya ha dicho con todas sus letras que si defrauda a sus seguidores “no le importa”. Porque ya nos dijo que “no está de florero” y que él manda aquí, y que si la ley le estorba, la va a cambiar. Porque todos los días en el Congreso hay una iniciativa que, o violenta el orden constitucional, o genera semanas negras en la bolsa, o devalúa el peso, o “es un errorcito en los tabuladores”, sin que nadie rinda cuentas del caos y sus costos para la gente.
¿Qué hacer? Lo primero es no resignarnos ni acomodarnos. Sigamos proponiendo. Defendamos a las instituciones. Hay que hacernos escuchar por todos los medios a nuestro alcance. Y sobre todo, hay que mantenernos unidos como ciudadanos. Y en esto, el pasado debe quedar atrás. La soberbia y la exclusión no sirven. Tenemos frente a nosotros al poder político sin control más grande en décadas. Quienes se sienten “dueños” de la sociedad civil. Los que piensan que pueden “calificar” quién sí es “ciudadano” y quién no. Los que creen que pueden decirle a la gente por qué causa sí vale la pena marchar y por qué causa no. Los que se creen con la superioridad moral para decidir quién puede firmar un desplegado y quién no. Todas esas personas siguen atrapadas en el pasado y obstaculizan el futuro. Los invito a que miremos al futuro y nos unamos en esta hora oscura para la democracia. La libertad necesita a todas las mujeres y a todos los hombres libres de este país para su defensa.
POR CIERTO. En el marco del día contra la violencia hacia las mujeres he asistido a eventos que se refieren a la violencia política de género o en razón del género, pienso que entre los atavismos a erradicar está la intolerancia por no compartir ideologías. El día en que ninguna mujer en política le pida a otra que “se calle”, que “no participe”, o que “mejor no firme” una declaratoria política por no estar de acuerdo con sus ideas, habremos dado un paso enorme hacia una democracia más incluyente con todas.
Abogada