Parece mentira, pero en pleno 2019 seguimos hablando de la tragedia venezolana, así como de la urgente necesidad de una intervención más activa de parte de los organismos multilaterales y naciones de la región para darle solución. La realidad es que han sido pocas las iniciativas que de manera clara buscan una salida viable a esta situación inédita en el hemisferio: un grupo político ha preferido destruir una nación de manera cruel en tiempo récord antes que soltar el poder.

Por eso es tan importante la declaración del Grupo de Lima, una iniciativa política conjunta de los gobiernos de Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Guyana, Honduras, Panamá, Paraguay, Perú y Santa Lucía que básicamente desconoce la legitimidad del gobierno de Nicolás Maduro y lo insta a no asumir la presidencia el próximo 10 de enero y a respetar el orden constitucional. Tal vez lo más relevante de la declaración es que se habla de sanciones concretas de parte de este importante grupo de naciones del hemisferio contra los líderes de la dictadura chavista, entre las que destacan impedir el libre acceso de funcionarios venezolanos a estos países, bloquear los fondos y activos de personas ligadas al régimen de Maduro, así como suspender la cooperación militar y exigir que se permita el ingreso de ayuda humanitaria para asistir al pueblo venezolano, entre otras.

Lamentablemente, el gobierno de México se ha negado a respaldar esta declaración. El presidente López Obrador aseguró, fiel a su estilo, que "nosotros” (es decir, él) “no nos inmiscuimos en asuntos internos de otros países porque no queremos que otros gobiernos, otros países, se entrometan en los asuntos que solo corresponden a los mexicanos" (es decir, que sólo le corresponden a él). Y también se justificó diciendo que “vamos a respetar los principios constitucionales de no intervención y autodeterminación de los pueblos en materia de política exterior”. Y el secretario de Relaciones Exteriores ni siquiera ha mandado una nota de que al menos rechazara lo que está pasando en Venezuela o un gesto pequeño de solidaridad con el pueblo venezolano.

Superficialmente pareciera que al presidente no le interesa nada de lo que pasa en el área internacional y que sólo le importa lo que pasa en el país. Pero preocupa que más bien se esté curando en salud para que, si las cosas llegasen a estar mal en México, nadie del exterior pueda o quiera venir a defender la democracia.

Desde luego, los optimistas pensarán que México y el mundo han cambiado mucho los últimos años y que no hay forma en la que una economía tan abierta y una sociedad tan expuesta al mundo como la mexicana quede aislada en caso de que un gobierno populista se radicalice y decida destruir las libertades en la política y en la economía. Tal vez tengan razón, pero la experiencia de Venezuela es escalofriante, porque nadie creía tampoco que ese país tan próspero y diverso terminaría convertido en veinte años en lo que hoy vemos. No hace mucho tenían el mejor PIB per cápita de América Latina y llegaron a ser muchos años una democracia ejemplar. Es un pueblo que sufre, que merece nuestra atención, nuestra solidaridad tanto del pueblo como del gobierno de México.

Por lo pronto, vale la pena retomar lo dicho por el Premio Nobel Elie Wiesel en su famoso discurso sobre los peligros de la indiferencia: “La indiferencia es siempre el amigo del enemigo, porque beneficia al agresor, nunca a su víctima, cuyo dolor es magnificado cuando él o ella se sienten olvidados: el prisionero político en su celda, los niños hambrientos, los refugiados sin hogar. Cuando no se responde a sus súplicas, cuando no se alivia su soledad ofreciéndoles una chispa de esperanza, se les exilia de la memoria humana. Y al negar su humanidad, traicionamos la nuestra.”

Un gobernante que habla tanto y tan seguido de su propia autoridad moral debería entender que la indiferencia ante lo que pasa en Venezuela sólo le resta calidad ética a su liderazgo dentro y fuera de México.

Abogada

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