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Inició el primer periodo de la nueva legislatura, y hubo cosas que preocupan y cosas que ocupan. Entre lo que preocupa, destacaría:
Primero, que sin duda fue un día emocionante para todos los legisladores. Pero la explosión de sentimientos de los congresistas de Morena fue un exceso. Los gritos de alabanza al Presidente Electo recuerdan la actitud de los legisladores del PRI en los años setenta. Tener como Presidente de la Cámara a un representante puro de esa era no ayuda a pensar que estamos en otros tiempos. Reconozco su emoción pero preocupa lo que podrían comunicar esas porras y gritos: amargura, revancha y sumisión.
Segundo, la Cámara de Diputados es una caja de resonancia del país, pero no exageremos: en el pleno no tiene que replicarse lo que pasa en las calles. Quien tiene voz en el Congreso no necesita cartulinas, ni porras, ni gritos: para eso tiene la tribuna. Y no es cualquier tribuna, es la del Congreso. No es un salón de usos múltiples, ni un mitin, o la expresión de una red social. Son representantes de la nación, no de su sindicato, ni de su chat, o de sus seguidores en Twitter.
Tercero, y lo más preocupante: está en peligro la división de poderes. Veamos los pies de foto de un medio en línea: “En San Lázaro, PRD propone alianza legislativa a Morena”, “PT y Encuentro Social ratifican alianza legislativa con Morena”, “Aquí están nuestros votos si Morena quiere el cambio: MC”. No parece que exista en los políticos de oposición la voluntad de actuar como tales. No se trata de hacerle la vida imposible a AMLO, pero debe existir una división de poderes básica. Ya se olvidaron de que así empezó Peña: sin oposición.
Lo que ocupa:
Primero, la segunda vuelta electoral. La segunda vuelta es una idea que debería haberse hecho realidad hace diez años, pero fue frenada por intereses miopes, que no quisieron ver lo que podía pasarle a México... hasta que pasó. La segunda vuelta permite al elector incidir en el resultado final, aun cuando su primera opción no haya resultado ganadora. Y le permite también frenar al candidato que la mayoría considere no deseable para dirigir los destinos del país. Ojalá fuera una iniciativa preferente enviada por el Presidente actual, aunque hay otras vías para presentarla.
Segundo, reducción al financiamiento público a partidos. Esto conviene en todos los sentidos. A los diputados y senadores les daría más poder frente a la burocracia de los partidos, que abusa no sólo de la facultad de decidir candidatos sino también del excesivo dinero público que reciben. Hoy es el momento, de lo contrario las burocracias partidistas se van a reacomodar y a luchar por conservar estos recursos para sus maquinarias.
Tercero, la Secretaría de Seguridad Ciudadana. Hay que sacar a la Policía Federal de donde la escondieron y regresarla a su propia Secretaría, invertir en ella, y continuar el proceso de crecimiento y fortalecimiento que nunca debió interrumpirse. La secretaría debería ser de “Seguridad Ciudadana” porque en el centro de su actuación debe estar el ciudadano.
Y cuarto, el feminicidio. Urge crear un Banco Nacional de Información sobre el delito y traducir en ley el criterio de la Corte de que todo homicidio a mujeres debe ser investigado como feminicidio. Debe también elevarse a ley la obligación de contar con mapas de riesgos y estrategias focalizadas, y una alerta de género que venga acompañada de programas de prevención.
Una de las grandes esperanzas políticas en un país es su Poder Legislativo. ¡Vamos Congreso! Sorpréndanos … para bien.
POR CIERTO. El TEPJF hoy dice que no hay problema con el fideicomiso de Morena para damnificados del sismo, no devuelve el expediente, sólo lo cierra. Lo cierto es que la justicia tampoco dice nada respecto del Fondo de Reconstrucción manejado por diputados locales de la CDMX que terminó con la renuncia de ciudadanos como Katia D’Artigues, Mauricio Merino y Ricardo Becerra.
Abogada